No hace mucho tiempo, un santo sacerdote que vivía pobremente daba limosna a un mendigo. Una persona de buena fe, viendo la escena, se le acercó y le dijo:
"Padre, usted tiene un gran corazón y hace una obra maravillosa. Pero ese hombre es un degenerado, ha cometido crímenes, maltrata a su familia, utiliza el dinero para cosas deshonestas...".
El sacerdote, hombre de Dios y prudente, le interrumpió y le dijo:
"Él me dice que es para una necesidad, y yo le creo.
Lo demás depende de su conciencia"
La búsqueda sincera de la santidad corre frecuentemente el riesgo de caer en la efectividad a costa de lo verdaderamente importante, el amor.
Las palabras de este santo sacerdote nos revelan la íntima coherencia de los actos de los santos, no siempre evidente a todos: el amor solicitado por Cristo de todos nosotros no está condicionado a la obtención de resultados.
El Señor no quiere que busquemos la rentabilidad en nuestros actos, sino la expresión más pura posible del amor y la cercanía con los demás.
El amor al que debemos aspirar es el que consiste sólo en dar, y no esperar nada a cambio.
El amor que me pide Jesús no depende de la conciencia de mi prójimo, sino de la mía.
Éste es el amor auténtico.
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