Aunque Margarita fue una persona con un sentido religioso en su vida, su padre, Roberto, no lo tuvo. Vivió al margen de la fe aunque en el fondo no fue una mala persona. Además, la relación entre ambos no puede decirse que fuera la mejor posible.
Vivían en un población costera y no compartían casi ninguna afición en el día a día. No tenían mucha sintonía entre ambos y así fue pasando la vida.
Llegó la hora en que ella tuvo que enfrentar la muerte de su padre, víctima de una larga enfermedad. Sus sentimientos pugnaban en su interior, pues aunque no había renegado de él nunca, la relación se había enfriado hasta distanciarlos en buena medida.
Las cosas se precipitaron de una manera imprevista, y cuando el médico le dijo que su situación era prácticamente irreversible, ella preguntó si le quedaría mucho tiempo de vida. El doctor no supo qué contestar.
Súbitamente en lo primero que pensó fue en llamar al capellán del hospital en que estaba ingresado para que le administrara el sacramento de la unción de enfermos. No pasó mucho tiempo cuando el sacerdote llegó hasta su lado; el enfermo no estaba consciente, por lo que los intentos de comunicarse con Roberto fueron inútiles. El sacerdote, con extrema delicadeza le administró los santos sacramentos y la bendición de Su Santidad y le dirigió a ella unas palabras de consuelo y de apoyo.
Él falleció a las pocas horas.
Ella no dejó de pensar que aquello había sido preparado por Alguien para que sucediera así, no por azar, sino guiado por su mano poderosa: en lo primero en lo que pensó al oir al médico fue en preparar lo más importante, la salvación del alma de su padre, apenas hubo el tiempo justo para administrarle los últimos viáticos, todo salió rodado...
Probablemente si él hubiera estado consciente, no sabemos si hubiera pedido los sacramentos, pero Dios lo preparó todo así. Y de esta manera le hizo saber a ella que aunque su relación no había sido la mejor mientras los dos vivían, su padre sí era importante para Él. Dios y sus prioridades.
Durante muchos años ella agradeció a Dios todos los días este don que había recibido: Dios salvó a su propio padre, cuando ella ya lo daba por perdido para la fe, y haciéndolo, le había hecho una caricia inolvidable.
Otras personas viven una vida de fe firme y leal, y la pedagogía divina no estima necesario comunicarle a sus familiares que necesiten de un último consuelo. Pero Roberto había estado alejado de la Iglesia, sin mala voluntad pero con dejadez e indolencia, y Dios quiso hacerle el regalo a su hija de saber a ciencia cierta que algo que era muy importante para ella, le había sido otorgado a su propio padre en sus últimos momentos.
Qué dulces son las caricias que Dios nos hace cuando menos las esperamos.
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Los caminos del Señor son insondables; con cuánta razón canta el salmista: me conduce hacia fuentes tranquilas.
ResponderEliminarSiempre el Señor está pendiente de cada uno de nosotros para acariciarnos, para enseñarnos, todo para que el alma esté preparada de la mejor forma para cuando nos encontremos con El, nunca El nos abandona.
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