No hace mucho tiempo, un coleccionista privado dio a conocer una noticia: era el orgulloso propietario de un Ford-T. Hasta aquí la noticia tampoco tenía mayor trascendencia, pues se conservan muchos ejemplares de aquel coche pionero. Pero la noticia traía alguna sorpresa: aquel Ford-T podía haber pertenecido al mismo Henry Ford.
Aquello ya era otra cosa. El Ford-T de Henry Ford no era un coche cualquiera, por lo que la expectación estaba asegurada.
Los medios de comunicación, siempre atentos a cualquier motivo de noticia, airearon la información, aunque también se encargaron de sembrar la duda de si verdaderamente aquél coche pudo haber pertenecido al fundador de la Ford Motor Company.
¿Por qué había permanecido oculto tanto tiempo? ¿No sería una falsificación (bien o malintencionada)? La duda sembrada, se divulga rápidamente y lo que era una noticia gozosa, se convierte en la persecución de la demostración de que aquel coche pudo haber pertenecido a Henry Ford.
El principal argumento esgrimido por el coleccionista privado (del que no conocemos su nombre) era una foto en la que se veía ese mismo coche junto a Henry Ford y una firma (autógrafa del protagonista) que afirmaba que aquel coche era suyo.
El argumento era sólido, pero había que demostrar que el coche de la fotografía era el mismo que aquel que tenían ante los ojos. Muchos detalles pequeños corroboraban ampliamente la identidad de la foto y la realidad, pero aquello no bastaba.
Para seguir el procedimiento correcto, lo primero era demostrar que el coche era un Ford-T original. Se compararon las piezas del coche, incluso las más recónditas y menos importantes, con los planos y despieces que se conservan de aquel modelo, así como con otros coche inequívocamente originales y todo concuerda. La tapicería se corresponde con el tipo usado a principios del siglo XX y todos los materiales se correspondían con la tecnología de aquella época.
Incluso, usaron tecnología recentísima por la que mediante un pequeño aparato portátil y mediante rayos-X es posible determinar la composición metálica de cualquier pieza, dándonos incluso las proporciones de su aleación. Hecha esta prueba a distintos equipamientos del coche, incluso la composición y la pureza de los materiales concuerda con lo utilizado en la tecnología de primeros de siglo XX.
El camino estaba allanado para el sentido común. Aquel coche era un Ford-T original y la fotografía demostraba que era muy posible que hubiera pertenecido a Henry Ford.
Pero a un erudito quisquilloso, se le ocurrió una nueva prueba: verificar la pintura del parachoques del coche para ver si era la misma composición de la usada en el modelo primitivo. El coleccionista, en un ánimo de transparencia y búsqueda de la verdad, no puso reparos a la prueba.
Se tomaron muestras se analizaron, y cuál no fue la sorpresa cuando se demostró que aquella pintura tenía que ser posterior a los años 90 del siglo XX. No correspondía al modelo original y, por tanto, la autenticidad del coche quedó completamente rebatida.
"Oiga, pero si hemos hecho muchísimas pruebas y todas han verificado la procedencia auténtica del coche, porque haya una prueba contradictoria ¿todas las demás quedan invalidadas?".
Los medios de comunicación divulgaron la noticia: "El Ford-T de Henry Ford es falso". Con el regusto propio del que sabe que ha pillado a un mentiroso, la noticia se divulgó por todos los medios de prensa con inusitada velocidad. La prensa había cumplido, una vez más, su labor de defensora de la verdad y la integridad.
La verdad real, no la publicada, era que este Ford-T había estado en contacto con otros coches de la colección privada de este magnate y había sido contaminado por la pintura de otros coches más modernos. La prueba de la pintura no había corroborado la autenticidad del coche, simplemente porque estaba viciada de origen, nada más.
Pero la autenticidad del coche ya había sido desacreditada, que era de lo que se trataba.
Esparce agua por el suelo y ahora intenta recogerla toda, verás como no puedes.
(Hasta aquí es todo una mera historia de ficción, aunque la tecnología de rayos-X que analiza la composición de los materiales sí que existe y es real.).
La Sábana Santa de Turín ha sido analizada desde múltiples disciplinas por equipos de científicos agnósticos que no han podido hacer otra cosa que corroborar lo que la historia y la Iglesia conoce: que ese lienzo PUDO haber envuelto el cuerpo de Jesús, pues todas las pistas apuntan a la época, lugar, circunstancias y hechos imposibles de explicar por la ciencia que rodearon la vida, muerte y Resurrección de Jesús.
La Iglesia ni afirma ni niega la autenticidad de la Sábana Santa de Turín. Pero el sentido común nos dice que si el parachoques tiene una pintura que no le corresponde, será un problema del parachoques, no de la autenticidad del coche.
Mi fe no depende de si la Sábana Santa sea auténtica o no. Creo que hay muchísimas pruebas de su origen contemporáneo de Jesús y lo que vemos en ella con técnicas modernas nos habla de un hombre terriblemente lacerado cuya expresión no deja de ser cautivadora.
El rostro de la Santa Síndone, ¿es la faz de un hombre que experimenta la Resurrección? Mírala e intenta responder a esta pregunta.
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