Una adicción es la inclinación a una actividad o situación en la que una persona recibe una satisfacción y siente que no puede prescindir de ella.
La naturaleza humana, por haber sido creada libre, tiene un potencial de desarrollo inmenso: somos capaces de lo mejor y de lo peor, casi simultáneamente.
Nuestra labor es encontrar el punto en el que cualquier cosa esté a nuestro servicio y no al revés.
A mí pueden gustarme muchos los dulces, pero si no paro de darme atracones de dulces tengo un problema.
A mí me puede apetecer hacer ejercicio, pero quien se pasa termina por exagerar las conductas.
Todo lo que es inherente al ser humano es hipotéticamente posible objeto de abuso o 'carencia absoluta' (otra forma de abuso cuando esta carencia es perjudicial para nosotros).
Esto es así y contra ello tenemos que luchar. Y hay muchas asociaciones y personas bienintencionadas y rectas que quieren ayudar a otras personas a salir de situaciones perniciosas para ellas.
Sin embargo, no he tenido la ocasión de leer nada sobre adicciones basadas en comportamientos sociales inútiles como el whatsapp. Y que conste que el problema que yo denuncio hoy aquí concierne directamente a los más vulnerables que son los jóvenes, ... y muy jóvenes. Los adultos tenemos más recursos para racionalizar y racionar nuestros comportamientos, pero ellos no.
El fenómeno del whatsapp se ha convertido en una norma social casi ineludible: si no tienes whatsapp eres como un bicho raro, no estás a la última, estás desconectado del mundo (en mi familia, debemos ser todos unos bichos raros).
Hoy la comercialización de este producto ha ido dirigida no sólo a los adultos, sino a los muy jóvenes, como introducción a un ámbito tecnológico del que sean dependientes el día de mañana.
Los jóvenes necesitan tiempo para estudiar, para descansar, para entretenerse y divertirse, para reflexionar y disfrutar de muchas cosas. Este producto (amplísimamente extendido entre la juventud, ahí está el problema) viene a provocar justamente lo contrario: con la excusa de la vida social, los jóvenes se vuelven más aislados que nunca, no tienen tiempo para otra cosa que no sea estar pendiente del móvil, se pierden horas y horas de tiempo inútilmente.
Vemos muchos ejemplos (muchos) a diario de jóvenes en los que su relación con el móvil es directamente proporcional a su fracaso escolar. Y del éxito escolar, todos sabemos que puede depender su felicidad y su futuro profesional el día de mañana.
El whatsapp es el prototipo de 'necesidad creada para cubrir ningún hueco' puesto que no es ninguna condición humana llevada hasta sus extremos, sino un mero producto comercial que envilece el tiempo tan precioso de nuestros jóvenes.
Sin embargo, y aunque sus efectos perjudiciales continúan en aumento, no escuchamos ninguna voz que se levante en contra del uso indiscriminado de estos servicios por parte de los más vulnerables.
Sirva este pequeño artículo como aviso de un efecto pernicioso que me preocupa cada vez más.