Todos saludamos con alegría la iniciativa del Papa San Juan
Pablo II de elaborar un catecismo que compendiara toda la doctrina de la
Iglesia que un católico debía estar en disposición de conocer y llevar a su
vida. Nadie puede dudar del valor pedagógico y normativo que en lo doctrinal y
moral supuso ese esfuerzo de tantos obispos y teólogos.
Pero hoy nos encontramos con que las fuerzas del mal no
dudan en usar hasta la Palabra de Dios contra la auténtica fe católica, cuánto
más no van a atreverse a usar el Catecismo para su fin destructor.
Una pregunta que podríamos hacernos es: ¿la doctrina
católica ha de creerse porque está expuesta en el Catecismo o, por el contrario,
la doctrina es preexistente al Catecismo y éste lo único que hace es recogerla
y explicitarla?
Tomemos un ejemplo en una doctrina sencilla y clara: que
Jesús es el Hijo de Dios encarnado. Podríamos hacer dos afirmaciones:
1) Debemos creer en la doctrina de Jesús, Hijo de Dios
encarnado PORQUE así aparece expuesta en el Catecismo.
2) Debemos creer en dicha doctrina PORQUE así nos ha sido
revelado por la Sagrada Escritura y la Tradición, y como consecuencia de
habernos sido revelado así, debe aparecer en el Catecismo formando parte de lo
que el cristiano debe creer.
Suponemos que aceptamos como verdadera la opción número 1
(La publicación en el Catecismo es la CAUSA constitutiva de la doctrina).
En dicha opción toda doctrina puede haber sido revelada o no, pero hasta que no aparece claramente en el Catecismo, no se puede aceptar como verdadera. En tal caso, el Catecismo actúa como constitutivo de lo que es doctrina católica o lo que no lo es. El Catecismo actuaría así como el Boletín Oficial de cualquier organismo público que refleja las normas que mediante su inclusión en él, están vigentes o no en dicha institución.
Pero podemos aceptar la verdadera la opción número 2 (La
publicación en el Catecismo es el EFECTO de la existencia de una doctrina).
En tal caso estaremos afirmando que la doctrina de Jesús, Hijo de Dios encarnado, ha sido revelada a la Iglesia por alguna de las fuentes de la Revelación reconocidas, en este caso la Sagrada Escritura. Y como consecuencia de ello, de que estamos obligados a creerla, aparece en el Catecismo que en este caso no crea la doctrina que contiene, sino que simplemente se limita a reflejar, a actuar como un espejo, de lo que por medio de otras Fuentes de la Revelación hemos recibido.
En la afirmación número 1 la causa es la publicación en el
Catecismo y el efecto que lo que se publique se convierte automáticamente en
doctrina católica. Por el contrario, en la número 2 la causa es la constatación
de que debemos creer en que Jesús es el Hijo de Dios encarnado, y el efecto
consiste en que se publique en el Catecismo.
Puede parecer que de ambas afirmaciones se llega a la misma
conclusión: que el Catecismo contiene la doctrina católica, pero dependiendo de
cuál consideremos válida, el Catecismo podrá cambiarse (en la número 1, porque
es la aparición en el Catecismo lo que constituye la doctrina o no) o por el contrario,
no podrá cambiarse (puesto que la doctrina ha sido reveladas en las Fuentes que
conocemos y que se publique o no en el Catecismo no le añade nada) (1).
Evidentemente la única opción posible es la número 2. La fe
católica tiene sus fuentes de Revelación que son la Sagrada Escritura y la
Tradición. Aceptar la afirmación número 1 equivaldría a convertir el Catecismo
en fuente de la revelación puesto que bastaría con constatar qué aparece allí,
para dar por buena cualquier doctrina sin sopesar previamente si ha sido
revelada o no.
El Catecismo no está libre de error, pero lo peor no es el
error involuntario, sino el uso que se haga por parte del mal para modificar lo
que dice el Catecismo con la excusa de que “los tiempos han cambiado y que ya
no podemos sostener las afirmaciones que contiene”.
Ninguna modificación arbitraria que se haga del Catecismo va
a cambiar la doctrina de la Iglesia, simplemente porque NO PUEDE. Contra las
fuentes de la Revelación Divina y contra la reflexión que ha hecho la Iglesia
durante 2.000 años no se va a actuar cambiando un texto y pretendiendo que eso
automáticamente cobre la fuerza de obligar para todos.
Que nos fijemos
solamente en este mecanismo de acción, de cambiar un texto y pretender con eso
solo cambiar la fe, nos hace darnos cuenta del poder del mal que hay detrás
que solo pretende la ofuscación y el empañamiento de la única fe católica.
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(1) Por ejemplo, en el Catecismo Romano publicado en Trento
no podría venir reflejada la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen
María porque hasta 1854 en que fue definida dogmáticamente no era obligatorio
creer en ella.
Por la misma razón, por ejemplo, sería lógico que si un día la Iglesia
llegara al convencimiento sobre la Inmaculada Concepción de San José, que hoy
no apareciera dicha doctrina en el Catecismo puesto que hoy no es obligado
creer en ella.
Y que la Inmaculada no fuera definida dogmáticamente hasta
1854 no supone una innovación doctrinal, sino que, estando dicha doctrina
incluida en el depósito de la fe recibido, no se estimó por la Iglesia claro el
que pudiera ofrecerse a los creyentes como materia doctrinal obligatoria.