miércoles, 25 de febrero de 2009
El ayuno, un gesto de amor
En este tiempo de Cuaresma, es habitual que la Iglesia nos proponga como un medio más de santificación el ayuno, es decir, la privación temporal del alimento de manera que lo experimentemos como una carencia en nuestra vida cotidiana.
Sin embargo, es muy frecuente que no entendamos el sentido del ayuno. O que lo intentemos explicar con razonamientos que no nos calan.
Muchas personas creen que puede tener un efecto terapéutico en nuestras sociedades en las que estamos acostumbrados a la sobreabundancia de alimentos. No creo que estuvieran de acuerdo con este argumento las personas que pasan hambre en países que sufren carencias de lo más elemental. Por lo tanto, no creo que el argumento terapéutico sea el más apropiado para explicar el sentido del ayuno cristiano.
En un segundo momento, podemos encontrar su lógica en el compartir. Nos privamos del alimento para compartir ese dinero que no gastamos con otras personas que lo necesitan. Este argumento utilitarista ("el ayuno sirve para que no gastemos...") tampoco es idóneo, a mi juicio, para explicar el sentido del ayuno. Es evidente que lo que no se consume puede ser entregado a alguien que lo necesite, pero entonces estaríamos hablando de la limosna, otro medio para la santificación en la cuaresma, y no del ayuno. Compartir los bienes, según el mandato de Cristo, es la tarea de cualquier cristiano. Pero ahora no nos estamos refiriendo a la limosna.
Hace mucho tiempo escuché una historia de una persona sencilla que puede ayudarnos a arrojar un poco de luz sobre la razón del ayuno. La mujer protagonista de esta historia tenía un hijo al que en su infancia le fue diagnosticado una diabetes juvenil. Como es natural, esto hacía que el régimen alimenticio de este niño se viera alterado sustancialmente. Mientras todos los niños se recreaban en golosinas, bocadillos y dulces, él no los podía tomar. Esto en un adulto supone un serio inconveniente, cuánto más en un niño en el que el ingrediente adicional es su inexperiencia y su inocencia.
Aquella mujer, para intentar consolar a su hijo que no podía tomar dulces, tomó una decisión: ella dejaría de tomar dulces también. Y así lo hizo. Si su hijo no podía tomar dulces, ella tampoco lo haría. A ella no le hacía daño el azúcar como a su hijo, pero ella renunció voluntariamente a ese alimento como un gesto de amor por su hijo.
Evidentemente aquello era un sacrificio para ella, le costaba trabajo, pero no estaba dispuesta a darse ese placer, ni aún ocultamente, si su hijo no podía hacer lo mismo.
En el mundo existe mucho dolor, mucha hambre: hay personas que pasan hambre en su cuerpo; otras pasan hambre de amor, de caricias, de gestos (esto es quizás aún peor); otras pasan hambre de relaciones humanas; otras pasan hambre de oraciones, como las almas que están en el purgatorio.
Todos pasamos algún tipo de hambre, porque todos nos necesitamos mutuamente y debemos suplir nuestras carencias recíprocamente. Y ayunar es la manera de sentirnos más cercanos de todos los demás, de olvidarnos de nosotros mismos y de nuestras necesidades para ir dándonos cuenta de que hay algo más que nuestro yo.
Guardar ayuno, entre otras cosas, es un gesto de amor que nos hace más cercanos a todos esos que pasan algún tipo de hambre, en definitiva, a todos los que todavía no reinamos con Cristo en su presencia. En el camino de amar cada vez más intensamente al prójimo, el ayuno debe ser un medio más para cumplir cada vez más perfectamente el mandato de Cristo.
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Estimado Manuel,
ResponderEliminarmuy intesante este, y los demás también, post.
Creo que el hombre tiene necesidad de símbolos, diferentes de las palabras, para expresar sentimientos e intuiciones. El ayuno en ese sentido puede ser para algunos un símbolo de ese amor.
También podría ser un símbolo, dar tres vueltas sobre si mismo, sin embargo se nos antoja absurdo y carente de realidad, como las palabras vacias de muchas personas que hablan de amor pero no lo practican.
Por tanto el valor concreto de este símbolo del ayuno no está en el acto mismo sino en la aceptación de un cierto sufrimiento, en un sacrificio personal, de la renuncia a un placer o a una necesidad.
Muchas religiones y filosofías, pero el cristianismo en especial, potencían este valor del sacrificio. Por contra, el laicismo reivindica abiertamente el eudemonismo.
Casi siempre esta tendencia al sacrificio lleva asociado un cierto balance energético en el sentido de una cierta cantidad de sacrificio para conseguir un cierto beneficio. Es el concepto de Karma en los hinduistas, o un cierto número de padrenuestros y avesmaria en la penitencia católica, en función del pecado confesado,o 40 dias de seudoayuno en el Ramadán, o una cantidad de oraciones por las almas del purgatorio o ausencia total de dulce en ejemplos que tú mencionas.
Y aunque hermoso en ocasiones, ¿no ves todo esto demasiado humano?
Quizás necesitamos encontrar y adaptar a la vida cristiana símbolos más actuales, que encajen más con el momento que ahora se está viviendo. El 0.7 %, la condonación de la deuda, el día mundial de..., el lazo rojo, la maraton televisiva,la recogida selectiva de basuras y un sinfín de otras inciativas, son los símbolos actuales, además de buscar y conseguir una eficacia, expresan un deseo íntimo de solidaridad.
Bueno, recibe un abrazo,
Roge