domingo, 15 de marzo de 2009
¿Cuál es el verdadero tesoro de la Iglesia?
Desde el 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001 se celebró en Roma el Sínodo de los Obispos para estudiar el papel del ministerio episcopal en la Iglesia de hoy.
En una de sus intervenciones, el Cardenal Joseph Ratzinger, hoy S.S. Benedicto XVI, expresó una idea digna de reflexión: "La fe es el verdadero tesoro de la Iglesia."
Muchas veces pensamos en los grandísimos tesoros que tenemos en la Iglesia, y nos olvidamos de la fe. Damos por hecho que creemos, pero vemos que nuestra fe es débil y superficial. Recibimos el bautismo cuando éramos niños privados del uso de razón, y vemos hoy nuestra incorporación a la Iglesia como un documento oficial en el que se certifica que estamos bautizados. Nada más.
¿Somos conscientes de que la fe es el verdadero tesoro de la Iglesia?
Si no hemos vivido y alimentado nuestra fe en el día a día de nuestra vida, podremos comprobar cómo esa fe incipiente se va debilitando y agostando, cuando no tergiversando y torciendo. Existe el riesgo de convertir nuestra vida de fe en un inmenso espectáculo en el que se suceden escenas en nuestra cabeza que todos conocemos de la vida de Jesús, de la Virgen, de la Historia de la Iglesia, con las que incluso nos sentimos unidos de alguna forma, pero que no han calado en nuestra existencia.
Seguimos siendo meros espectadores y no hemos dado el paso para convertirnos en protagonistas de nuestra vida de santidad. Por la fe no sólo tenemos que contemplar a Jesús, sino injertarnos en Él para vivir como Él y amarlo infinitamente. Por la fe podemos vivir el amor de la Madre que nos protege y nos abraza. Y por la fe podemos sentirnos hijos de Dios y experimentarlo en la comunidad que nos acoge y alimenta que es la Iglesia.
Pero todo esto lo damos por supuesto o, simplemente, lo ignoramos. La fe puede movernos a lo más alto, pero solemos quedarnos en la mediocridad. Quizás esto ocurra porque no prestamos atención suficiente a lo esencial de nuestra fe:
- La fe es don que se nos da, pero al que tenemos que dar una respuesta, dado que Dios respeta nuestra libertad: ¿damos esa respuesta con nuestra vida, o sólo con nuestros labios?
- Fides ex auditu (Rm 10, 17), la fe que nace de lo oído, de la predicación: ¿hemos estado atentos a la predicación que hemos recibido, o nos hemos limitado a poner una barrera en nuestro corazón en función de que me guste más o menos el predicador que me la transmite, o de la belleza de sus palabras?
- El objeto de nuestra fe como hecho histórico, no como hecho atemporal: ¿somos conscientes de que nuestra fe está encarnada en la Historia, mostrada a nosotros por hechos históricos para nuestro bien? Jesús vivió, murió y resucitó, todos ellos hechos comprobables por los que vivieron junto a Él. ¿Nos dice algo especial esto para nuestra vida?
Podemos afirmar sin duda, guiados de la mano de nuestro Papa, que la fe es el verdadero tesoro de la Iglesia, fundamento de todo nuestro existir y que, como cimiento que es, deberíamos construir con firmeza y cuidar con esmero.
Otros enlaces:
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Cristo, la verdad
Sobre la Virgen de Guadalupe: las ideas claras
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