jueves, 12 de marzo de 2009

Carta del Papa Benedicto XVI a los obispos del mundo


Hoy mismo acaba de ver la luz la carta de S.S. Benedicto XVI a los obispos de la Iglesia sobre la remisión de la excomunión de los cuatro obispos consagrados por el Arzobispo Lefebvre.

La carta, cuya lectura recomiendo en este enlace, nos muestra el rostro del Papa como padre y pastor, sin solemnidades, cara a cara, con sinceridad y caridad, con la humildad del reconocimiento de los errores cometidos que hay que enmendar pero con la convicción de quien obra por el bien de la Iglesia.

Deja bien claro que la remisión de la excomunión a estos obispos no implica en modo alguno la legitimación dentro de la Iglesia de la Fraternidad de San Pío X, a la que aún le queda camino doctrinal por recorrer para reincorporarse al Cuerpo de Cristo. Dicha remisión tampoco implica la legitimación de los reincoporados a la comunidad de la Iglesia para el ejecicio de un ministerio del que legítimamente no están investidos, aunque sí ordenados válidamente.

Por lo tanto, levantar la excomunión nunca implica legitimar los desvíos doctrinales que la Fraternidad deberá corregir para encontrar su lugar en la Iglesia de Cristo. Para dejar esto claro, la Pontificia Comisión Ecclesia Dei trabajará en adelante en íntima unión con la Congregación para la Defensa de la Fe, para dejar bien claro este aspecto: el resto del camino que queda por recorrer es doctrinal y no personal.

El propio Papa acepta que se han producido declaraciones fuera de tono por parte de la Fraternidad, pero que también se han recibido muestras de gratitud por el paso dado hacia la unión. ¿Debe la Iglesia mirar para otro lado ante esas circunstancias y dejar que el pecado de unos cuantos perturbe el proceso de unión de los que piden volver a la Iglesia de Cristo?

Sus palabras nos evocan la dulce tristeza del padre que se lamenta de que católicos hayan aprovechado el caso Williamson para herirle, mientras han sido los judíos los que le han ayudado a deshacer la confusión creada. Judíos que le dan la mano mientras católicos le zahieren. Como para llamar a las conciencias de quienes han colaborado en la confusión y hacer reflexionar a los que ven en el Papa la diana de sus constantes críticas en lugar del padre en la fe que hay que amar y respetar.

El pecado, el error humano, nunca es causa suficiente para el alejamiento definitivo de la Iglesia que acarrea la excomunión. En tal caso, todos los católicos estaríamos excomulgados de la Iglesia. Son las desviaciones doctrinales que empañan la imagen de Cristo y de la Iglesia que se proyecta en el mundo lo que justifica la separación.

El Papa llama la atención sobre los que consienten veladamente la existencia de un chivo expiatorio sobre el que descargar todas nuestras insidias y desprecios, al que se pueda odiar libremente para reafirmar nuestra posición. Que el Papa se haya acercado a ese foco de odio, lo convierte también, a los ojos de algunos, en odioso, como él mismo afirma con tristeza.


La Iglesia debe siempre mostrar su brazo extendido hacia los que se han apartado de la comunión para que la Luz de Cristo brille cada vez con más fuerza en el mundo, sin que tengamos que caer, como los Gálatas, en "mordernos y devorarnos para terminar por destruirnos mutuamente". Este no es el rostro que la Iglesia tiene que mostrar al mundo, sino el compasivo y misericordioso con el errado para que cada cual encuentre su espacio en la Iglesia de Cristo, sin que por esto haya de renunciarse a la integridad de la doctrina recibidas, ni al magisterio.

Al leer esta carta, encuentro a través de la escritura sencilla del Papa, la necesidad siempre presente de la unidad en torno a Pedro. Muchos católicos, que encuentran un regusto morboso en descargar sus frustraciones personales contra la cabeza de la Iglesia, deberían meditar sobre su postura, cambiar de una vez por todas y afirmarse, sin condiciones en estar junto a la Roca que nos ha de llevar al puerto seguro de la salvación.

Desde este blog, siempre con Pedro.

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