Señor soy débil. Tiendo a hundirme entre mis miedos y mis debilidades.
Si Tú no me sostienes, no sé qué será de mí.
Muchas veces me olvido de tu misericordia y creo que voy a 'ganarme' mi salvación, que voy a conseguirla por mis propios méritos.
Pero el mérito y la generosidad han sido tuyas, nada más. Yo sólo tendría que dejarme llevar por Tu gracia, pero me resisto sin saber por qué.
Si Tú no me sostienes, no sé qué será de mí.
Muchas veces me olvido de tu misericordia y creo que voy a 'ganarme' mi salvación, que voy a conseguirla por mis propios méritos.
Pero el mérito y la generosidad han sido tuyas, nada más. Yo sólo tendría que dejarme llevar por Tu gracia, pero me resisto sin saber por qué.
Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi.
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Tarde te amé, tarde te amé.
Sumo, glorioso Dios.
Letanías de la humildad
Esto me lleva a una doble lectura: al ciego de Jericó, hijo de Bartimeo, que estaba sentado junto al camino (Mc 10, 46-52); y también a Ap 3, 20: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo".
ResponderEliminarSiempre en el camino de la vida donde está el encuentro con Jesús, el alcázar donde me pongo a salvo (Sal 143).
El sentido innato de debilidad, de incapacidad que tenemos los seres humanos ante el reto de la santidad, y el compromiso de la evangelización tienen su cimiento y fortaleza en lo que comentas: "Mira que estoy a la puerta y llamo".
ResponderEliminarEl Señor no nos deja, nunca de su mano, siempre sale a nuestro encuentro. El problema muchas veces es que no queremos ver dónde y cuándo aparece Jesús en nuestras vidas.
Gracias a nuestras debilidades, miedos y pecados nos permite buscar y conocer a Dios. Dios nos ha hecho perfectos para poder necesitar de El.
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