sábado, 7 de marzo de 2009

La gran mentira de nuestro tiempo


Como cristiano y amante de las ciencias y las letras, no puedo permanecer impasible ante afirmaciones que intentan convencernos de que algo que no se conoce en el terreno científico, es una verdad cierta e inmutable.

Así nos encontramos ante el calentamiento global o cambio climático; porque hasta el uso del lenguaje en esto ha sido objeto de manipulación. Primero fue enfriamiento en los años 70; después fue calentamiento, y ahora, para no cogernos los dedos, se le llama "cambio climático". Y así no nos equivocamos, pase lo que pase.

Según tenía yo entendido, para hacer una afirmación científica es necesario, de modo somero, lo siguiente:

* efectuar una serie de pruebas.
* formular una o varias hipótesis que den una explicación a esas pruebas.
* realizar nuevas pruebas basándose en la hipótesis formulada para contrastar las ya existentes.
* si los resultados de las nuevas pruebas confirman la hipótesis, ésta se verá reforzada. Si invalidan la hipótesis, habrá que adoptar una nueva hipótesis.
* analizar experimentalmente las hipótesis aprobadas para ver si concuerdan con los resultados reales. En el caso de que no se puedan verificar experimentalmente las hipótesis aprobadas, éstas deberán ser rechazadas y el proceso tendría que comenzar de nuevo.

De esta manera y procediendo de manera sistemática y rigurosa, se pueden establecer hipótesis que expliquen hechos de la vida real. Pero cuando no existen ni siquiera hechos de la vida real, ¿qué hipótesis vamos a formular si no hay datos que probar?.

La primera cuestión a tener en cuenta es: ¿cómo podemos formular hipótesis sobre el comportamiento del clima terretre si es un sistema complejísimo del que no conocemos su funcionamiento?. ¿Cómo formulo hipótesis de algo que no sé cómo funciona?.

Los ordenadores más potentes de la Tierra se dedican al estudio del clima: esto da una idea de la complejidad de este sistema natural. Y esto es así porque pueden existir variables que influyen en el clima y que ni siquiera podemos imaginar. Entre esas variables hoy en día se pueden formular algunas:

* el magnetismo terrestre. Se sabe que el magnetismo terrestre se debilita de manera natural. Esto se debe a un ciclo natural de la Tierra que se manifiesta en la inversión de los polos que ha sufrido el planeta de manera cíclica a lo largo de su vida. ¿Cómo influye este cambio del magnetismo en el clima?.
* la radiación solar, que de manera fluctuante incide sobre la Tierra.
* la existencia de super-rayos en altas capas de la atmósfera. Hallados hace unos pocos años, la existencia de estos rayos, aún inexplicados, es una prueba más del desconocimiento de nuestra atmósfera.
* los ciclos naturales del clima en la Tierra, puesto que el clima no ha sido nunca inmutable.

A estas circunstancias que ya conocemos podremos añadir otras que aún no conocemos sobre el funcionamiento de la atmósfera, sobre todo en las capas altas. Todo esto hace que la mera formulación de hipótesis sea un trabajo casi imposible de completar hoy día; y mucho menos la verificación experimental de las hipótesis aceptadas que es sencillamente imposible.

Veremos en un posterior artículo el porqué de esta lucha por justificar lo injustificable. ¿Tendrá algo que ver Dios en todo esto?

Enlaces relacionados:
Documental revelando la mentira del cambio climático (parte 1)
Documental revelando la mentira del cambio climático (parte 2)

viernes, 6 de marzo de 2009

Pensamientos (IX)


Qué hermoso y bueno sería que todas las personas, antes de cerrar los ojos para dormir, pasaran revista a todos los acontecimientos del día y analizaran las cosas buenas y malas que han realizado!

Sin darte casi cuenta, cada día intentas mejorar y superarte, y lo más probable es que al cabo de algún tiempo consigas una evolución importante.


Este método lo puede utilizar cualquiera, no cuesta nada y es de gran utilidad. Porque para quien aún no lo sepa, que tome nota y lo viva en su propia carne: ¡una conciencia tranquila te hace sentir fuerte!.


Ana Frank, Diario.

Enlaces relacionados:
Pensamientos (VIII): San Pedro Crisólogo
Pensamientos (VII): San Juan Damasceno
Pensamientos (VI): La Didajé

jueves, 5 de marzo de 2009

¿Hábito sí o hábito no?


Uno de los caballos de batalla de la progresía posconciliar ha sido la de la supresión del hábito para religiosos, religiosas y sacerdotes. ¿Piensan los religiosos que prescinden del hábito qué testimonio dan en el pueblo cristiano, es decir, si son más aceptados sin él que con él? ¿Han pensado por qué las congregaciones que siguen haciendo uso del hábito se convierten en ejemplares para el pueblo cristiano que ve, por ejemplo, bajo pesadas telas a las Hermanas de la Cruz en un día sofocante de calor en Sevilla?

En ningún documento se hace alusión a dicha supresión, pero muchos han aprovechado la confusión para colocarse por encima de la Iglesia y darnos lecciones a todos. El único texto conciliar que se refiere al uso del hábito lo encontramos en el Decreto Perfectae Caritatis sobre la adecuación de la vida religiosa:

"El hábito religioso, como signo que es de la consagración, sea sencillo y modesto, pobre a la par que decente, que se adapte también a las exigencias de la salud y a las circunstancias de tiempo y lugar y se acomode a las necesidades del ministerio. El hábito, tanto de hombres como de mujeres, que no se ajuste a estas normas, debe ser modificado." (PC, n. 17).

El fragmento conciliar, aplicando una lógica elemental, manda la adecuación a los tiempos de los hábitos que hayan quedado obsoletos en cuanto a su significado y formas, pero nunca manda la supresión. En él podemos encontrar las características que el Concilio reconoce en el hábito:

- signo de la consagración: la homogeneidad en el hábito es signo de hermandad y de compartir los mismos principios y carismas a los que el religioso se vincula.
- sencillo y modesto: la vestimenta del religioso no puede ser la del mundo.
- pobre: el religioso, a imitación de Cristo pobre, tiene que manifestar la pobreza en toda su vida, también en el vestir.
- decente: para enseñar el verdadero valor de la sexualidad y el cuerpo en las relaciones humanas.
- adaptado a: la salud, las circunstancias de tiempo y lugar y a las necesidades del ministerio, criterios todos de un elemental sentido común.

En el colmo del absurdo, muchos religiosos y religiosas, alardeando de una acomodación a los tiempos, han adoptado formas de vestir sin hábito que tampoco cumplen con la mayoría de estos criterios, por lo que se deduce que han primado en ellos las modas y el mundo antes que los principios religiosos que deben presidir la vida de todo cristiano, no solo de los consagrados.

Muchos utilizan argumentos ingenuos como el de que "el hábito no hace al monje" o que "lo importante es la caridad", pero en la misma superficialidad de estos razonamientos encontramos su debilidad.

No se trata de que la apariencia externa tenga que hacer que nuestro interior cambie. Es justamente lo contrario: lo exterior debe ser signo y testimonio de lo interior; es la vida espiritual genuina y necesaria en los religiosos la que debería manifestarse en una forma de vestir modesta, pobre y testimonial, en definitiva, en el hábito religioso.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Amor y libertad: Dios nos ama perfectamente (y III)


Pero dando un paso más, para amar es necesaria la libertad. No podemos amar desde la falta de libertad. En el acto de amar activo no puedo obligar a nadie a recibir mi amor. Sería como esclavizarlo, utilizarlo, manipularlo a mi exclusiva voluntad, todas ellas cualidades completamente ajenas al verdadero amor, y contrarias a aquel amor de origen divino que vimos al comienzo de este escrito.

Si nos fijamos en el amar pasivo, tampoco podemos exigir de nadie su amor, aunque en algunos casos pudiera parecernos lógica la existencia de un “amor debido”. El hijo que se ve abandonado por sus padres puede pensar que le es debido el amor de ellos hasta el punto de poder reclamárselo y exigírselo obligatoriamente.

Pero sin embargo, esto no es así. Puede parecernos que incluso las legislaciones civiles pueden pretender forzar la existencia de este “amor debido” cuando no se presta por los verdaderos responsables (los padres, en el ejemplo). Pero las disposiciones legales no hacen sino proteger intereses, y nunca obligar a amar, pues el acto de amor es siempre un acto humano libre y voluntario, exigible sólo desde el orden moral.

Por lo tanto, quien ama y lo hace de manera perfecta, como es Dios, lo hará también otorgando la plena libertad a la persona amada, en este caso el ser humano.

En este punto, una vez sentada la libertad como presupuesto indispensable del amor, no podemos dejar de fijarnos en que la Libertad, con mayúsculas, siempre implica la “libertad de decidir”, es decir, la posibilidad de elegir entre dos o más opciones. Una única opción en la vida no permite la libertad, siempre deben darse al menos dos. Por tanto, el bien no puede darse como única opción a los seres humanos en el obrar, sino que el bien siempre deberá presentarse en su oposición al mal, no como algo querido por Dios, sino como una consecuencia inevitable del amor que respeta la libertad del otro. El mal no está en Dios ni en su voluntad, sino en la libertad del que elige.

“… Porque el diablo y demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos por naturaleza; mas ellos, por sí mismos, se hicieron malos. El hombre, empero, pecó por sugestión del diablo.”, Concilio IV de Letrán, XII ecuménico (1215), La fe católica.

El error del ser humano consiste en elegir el mal. El árbol del conocimiento del bien y del mal existía ya en el paraíso del Génesis antes de que el hombre cayera en la tentación (Gn 2, 9). No es Dios el que se equivoca al permitir su existencia, es el hombre el que yerra al elegir lo que no está a su alcance. Dios no quiere el mal, ni para sí mismo, ni para nosotros. Dios nos da la posibilidad de optar por su amor que no acaba nunca, y el ser humano termina optando por la inmediatez del bien aparente, de la ilusión de bien, de querer ser como Dios.

El mal no existe en el mundo por voluntad de Dios, sino que somos nosotros los que cooperamos a su existencia en nuestro día a día con nuestras opciones personales. La libertad implica poder decidir entre amar y no amar, entre el bien y el mal. Poder optar por acertar o equivocarse. Poder elegir entre crecer en virtud o hacer daño a los demás.

Por lo tanto, el amor de Dios siempre nos exige una respuesta moral, es decir, una respuesta en nuestras vidas. El amor de Cristo no es un amor que se proclama solo con la boca, sino que una vez proclamado, hay que llevarlo a su realización en el Reino de Dios. Y el que mejor lo supo realizar fue Él mismo con su entrega total, con su Pasión y su fidelidad irrevocable a su vida y a su predicación. Sólo por esto, por el ejemplo dado por Cristo de cómo hay que amar, merecen la pena todos los esfuerzos que, con la ayuda de la gracia, hacemos los cristianos por hacer presente en nosotros su amor en medio del mundo. Si, además, hemos recibido el regalo de la Resurrección, la promesa de la vida que no acaba, nuestra felicidad es todo lo completa que nos dice el apóstol: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Fil 4, 4).

Y este es el punto final de mi reflexión de hoy: que el amor de Dios primigenio, existente en Dios desde toda la eternidad e inserto en nuestra naturaleza por voluntad suya, nos impulsa de manera suave y cariñosa mediante la alegría del ciento por uno en este mundo hasta la alegría de la promesa de nuestra resurrección futura que, en definitiva, no será otra cosa que nuestra inserción en el amor infinito de Dios mediante la visión beatífica. Veremos a Dios tal cual es porque su amor nos inundará para completar en nosotros esa semilla de amor que puso en nuestra creación.

Enlaces relacionados:
¿Cuál es la verdadera libertad?
Doctrina sobre el Espíritu Santo: el filioque.

martes, 3 de marzo de 2009

Amor y libertad: Dios nos ama (II)

En el comienzo de esta reflexión veíamos cómo Dios es Amor, según nos cuenta San Juan. Ahora daremos un paso más y nos adentraremos en cómo ese amor nos ha sido comunicado.

El Génesis nos dice que Dios nos creó a su imagen y semejanza (Gn 1, 26). Podía habernos hecho de otra manera totalmente distinta, pero nos hizo así. Y es un hecho que se deriva de nuestra experiencia cotidiana que nos encontramos con que el amor, ese mismo amor preexistente en el seno de Dios, forma parte esencial de nuestro ser. No podemos concebir nuestra vida sin amar, tanto en su forma activa como pasiva. Necesitamos “amar a los demás” (activa) y también necesitamos “ser amados” (pasiva).

Amamos espontáneamente a quienes tenemos cerca de nosotros, a nuestra familia, a nuestros amigos, hasta el punto de que vemos como algo completamente anómalo a la persona que no es capaz de amar ni siquiera a quienes le rodean de cariño.

También necesitamos ser amados por los demás. Dado que el amar es una actividad que afecta a más de una persona, no solo existe satisfacción en el amar sino también en ser amado. La falta de este reconocimiento conduce a problemas graves de autoestima en el mundo psicológico individual.

Tanto amar como ser amados son dos facetas de esa gran cualidad inscrita en nuestros genes por el Creador y que llamamos simplemente, AMOR, y sin la cual no podríamos concebirnos a nosotros mismos.

“ El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente…”, Juan Pablo II, Redemptor Hominis 10.


El amor, por tanto, es constitutivo de nuestro ser, nos acompaña desde el comienzo de nuestra existencia y no hay una faceta de nuestra experiencia que se vea privada de su acción y su presencia. Y este don lo hemos recibido de quien es la fuente de nuestra vida como algo inherente a nosotros. De ese modo, podemos desarrollar nuestra capacidad de amar durante toda nuestra existencia, la terrena y la celestial, por toda la eternidad, si el Señor nos concede por su misericordia el gozar de su presencia.

(Continuará ...)

Enlaces relacionados:
Amor y libertad (I): Dios es amor

lunes, 2 de marzo de 2009

Amor y libertad: el amor en la Trinidad (I)



Todos nos hemos encontrado en algún momento de nuestras vidas con el problema de la libertad y el problema del bien y el mal: ¿por qué existe el bien y el mal? ¿por qué, si Dios es infinitamente bueno, permite que exista el mal? ¿ha deseado Dios el mal?.

Remontémonos al origen de todo. Según nos dice San Juan “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). Es decir, San Juan nos muestra que la naturaleza esencial de Dios es la de un Ser amoroso.

Esta esencia de Dios se nos ha manifestado a través del propio Cristo que nos revelado la naturaleza trinitaria del Dios infinito. Amor y Trinidad son dos conceptos que en Dios van de la mano.

En nuestro ser personal humano, no podemos concebir el amor como una cualidad meramente pasiva, sino que el ‘ser amor’ forzosamente tiene que implicar la actividad de amar. Y esta actividad tiene siempre que proyectarse hacia lo exterior de nosotros mismos, de manera que podríamos definir la acción de amar como “el movimiento de salir de nosotros mismos e ir al encuentro del otro”.

No podemos concebir que una persona se ame a sí misma (automáticamente la tacharíamos de egoísta, es decir, de algo negativo), ni que ame algo que le constituye (a un brazo, por ejemplo), ni que pueda tener una existencia plena y feliz viviendo en una burbuja aislada de amor. Amar siempre implica actividad y siempre implica hacia fuera de nosotros.

Del mismo modo en Dios, en el que se da el amor perfecto, esa actividad se manifiesta de manera que el Hijo, Palabra del Padre (Jn 1, 1-18), se vincula con Él precisamente a través del lazo del amor trinitario que es el Espíritu Santo. De este modo misterioso, Dios manifiesta activamente su esencia amorosa manteniendo su unidad. Esto en lo que respecta a la intimidad de Dios.

Pero por otra parte, nosotros hemos conocido que Dios es nuestro Creador, y que nuestro ser no se debe a ningún merecimiento nuestro, sino a la mera liberalidad de Dios. De esta manera Dios ha manifestado su amor intrínseco, no solo en sus relaciones trinitarias, sino también hacia fuera de sí, hacia la creación, hacia nosotros mismos.

El acto creador es un gesto de ese amor que lo constituye en esencia y que se manifiesta hacia nosotros, la criatura. La creación, por tanto, es consecuencia de la liberalidad de Dios y de su amor.

“El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría y bondad…”, Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 2.

“…El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor…", GS 19.

El amor, por tanto, en primer lugar, es una cualidad divina y no meramente humana. Procede de Dios y en nosotros se actúa como por sombra de lo que Es en origen. De hecho si tuviéramos que describir espontáneamente qué es el amor, nos sería difícil encontrar las palabras adecuadas para englobar todos los aspectos posibles que el amor nos proporciona; y eso nos remite, de algún modo, a apreciar su naturaleza y origen divinos.

Como cualidad intrínsecamente unida a Dios y originaria de Él debe estar forzosamente revestida de los principios de inmutabilidad (el amor en Dios no cambia), infinitud (el amor en Dios no termina nunca), perfectibilidad (el amor en Dios es perfecto en cuanto no admite contradicciones) y de irretractabilidad (el amor de Dios otorgado, ya no se vuelve atrás). A estas cualidades habría que añadir que el amor de Dios por nosotros es completamente libre y voluntario, es decir, no merecido por nosotros.

Así nos ha sido revelado por Jesús en cuanto a la naturaleza de Dios, como amor. Y este es el origen de todo, de nuestro ser y también de nuestro amar. En Dios reside el amor puro, eterno e inagotable. Veremos en próximos artículos las consecuencias de esto para nosotros.

(Continuará ...)

Otros enlaces:
Amor y libertad (II): Dios nos ama
Cristo es la verdad

Madre María de la Purísima, nueva Venerable


El pasado 18 de enero, S.S. Benedicto XVI firmó el decreto de virtudes heroicas de Madre María de la Purísima de la Cruz, Madre General que fue de la Compañía de las Hermanas de la Cruz. La Iglesia universal y, especialmente, la iglesia de Sevilla y Madrid, entre otras, se alegran porque una hija suya puede ser llamada Venerable.

María Isabel Salvat Romero, ese era su nombre en el mundo, nació en Madrid, en el barrio de Salamanca, el 20 de febrero de 1926. Vino a nacer, como un presagio, en la casa donde murió un literato sevillano de primera fila, Gustavo Adolfo Bécquer.

Conoció a las Hermanas de la Cruz y se enamoró de su carisma, a pesar de que su padre no era muy proclive a los asuntos de la religión. La Compañía de las Hermanas de la Cruz, que así se llaman, es una fundación de Santa Ángela de la Cruz, mujer que todos los sevillanos llevamos en el corazón, pues dedicó su vida a la atención domiciliaria a los pobres y personas que lo necesitaban.

Su vida es sumamente austera, duermen en una tarima de madera, sin colchón, y cuando tienen que hacer vigilia en casa de un enfermo y pasar la noche junto a él, al volver al Convento, se incorporan a las labores sin dormir. Su espiritualidad es franciscana, pues su Santa fundadora quiso colocarse muy cerquita de la cruz del Señor, haciendo de su vida la mejor identificación con Cristo pobre y sufriente.

Volviendo a la Madre Purísima, ingresó en el noviciado, en Sevilla, en 1945. Tras varios destinos en pueblos de andalucía (Lopera, Estepa), fue nombrada maestra de novicias en la casa Madre de Sevilla. Después, en 1969, cuando la congregación se dividió en dos provincias ad experimentum, ella fue designada provincial del territorio 'arriba del Guadalquivir' lo que la llevó a frecuentes viajes y conocer todos los conventos que le habían sido asignados. El experimento duró poco tiempo, porque en 1970 se votó en capítulo general que la división provincial no era posible y ella quedó como hermana en la casa Madre.

En 1971 fue destinada a la casa de Villanueva del Río y Minas. Y estando en este convento, en 1977, de resultas de un capítulo para la elección de madre general, ella es elegida para el cargo, que ocuparía hasta su fallecimiento el 31 de octubre de 1998.

Su vida y su muerte fueron ejemplares, pues quiso vivir y morir unida a Cristo. Hoy la Iglesia se alegra con su ejemplo que para todos es paz y alegría en Él.

Quien retrató perfectamente su vida fue el padre José María Javierre, en su libro "Una chica del barrio de Salamanca" (Sígueme, 2006), cuya lectura recomiendo.

Enlaces relacionados:
Santa Ángela de la Cruz
Hermanas de la Cruz

domingo, 1 de marzo de 2009

Sobre el nombre de Dios en los LXX


Dentro del tema relativo a las distintas consideraciones sobre el nombre de Dios, me gustaría hacer referencia a un dato en concreto, aparte de los ya expuestos.

Los traductores de los escritos veterotestamentarios de los
LXX, que recuerdo que fue una traducción del hebreo al griego, al traducir el Tetragrámaton Sagrado optaron por la norma de
utilizar la palabra griega
"Kurios" (pronunciado Kyrios) que significa "Señor" excepto en un caso (que yo haya podido verificar directamente): cuando Dios habla a Moisés desde la zarza ardiente en el Sinaí, éste le dice que si los israelitas me preguntan quién me envía, qué les he de decir.

La voz de Dios le dice: '
"Yo soy" me envía a vosotros' (Ex 3, 14). La importancia de este texto reside en que es la vocación de Moisés, la revelación de Dios a él y su envío a los israelitas
para su liberación de Egipto, así como el comienzo del establecimiento de la Alianza con Dios.

Parece que los traductores de los LXX quisieron establecer una nota diferencial en el Nombre de Dios de esta ocasión pues en lugar de utilizar la palabra "Kurios", usaron la expresión "Egó Eimí" (que en griego significa "Yo Soy").

En el Nuevo Testamento, Jesús es interrogado por su condición divina en varios textos. Dichas manifestaciones se vuelven especialmente claves durante su proceso, porque son las autoridades judías las que le preguntan que quién es (Mc 14, 62; Lc 22, 70).

En este contexto judío, cuando Jesús responde a esa pregunta, el evangelista coloca en sus
labios las palabras:
"Egó Eimí", es decir, "Yo soy". Tenemos que imaginarnos cómo resonarían en aquéllos judíos aquellas palabras, pues debían conocer la traducción de los LXX y, particularmente, el Nombre de Dios en dicho texto.

Jesús, al responder, ha utilizado el Nombre de Dios para atribuirselo a sí mismo. Es una afirmación indudable de su divinidad. Estos textos tienen una fuerza significativa enorme, siempre que se interpreten desde esta perspectiva.

Así se entiende que la conclusión de dichos judíos sea: "Ha blasfemado", no sólo porque se ha atribuído la condición divina (que podría reducirlo a la condición de loco, probablemente) sino porque al ser preguntado sobre su naturaleza ha utilizado el Nombre Sagrado de Dios para denominarse a sí mismo.

Enlaces relacionados:
Originalidad del Dios bíblico
¿Cómo se escribe el Nombre de Dios en el AT?
Ediciones de la Biblia

Tomás (DVD)


La distribuidora Karma Films nos ha incorporado en su catálogo una nueva producción de cine religioso, en este caso contándonos la historia del apóstol Tomás.

En la película nos encontramos con un retrato psicológico de Tomás, en el que sobre la narración de una historia que no podemos corroborar con los testimonios evangélicos, se refleja perfectamente el tormento del personaje en el tiempo que media entre la resurrección y la verificación que hace él metiendo los dedos en las llagas del Maestro.

Entre ambos sucesos, nos encontramos a un Tomás incrédulo, vacilante, al que parece que Jesús le huye en sus apariciones y que llega a tomar al resto de los discípulos como unos iluminados cuando le cuentan que han visto al Maestro resucitado.

Él, en cambio, contacta con muchos personajes secundarios de la Pasión y se empeña en buscar el cadáver de Jesús; cuando los testimonios le deberían empujar a creer que Jesús vive, él se empeña en buscarlo entre los muertos. En la obra Tomás cruza el desierto en la búsqueda de Jesús, simbolizando la lucha y la sequedad del que busca a Jesús y no lo encuentra donde él quiere.

La película, por tanto, nos introduce perfectamente en el personaje de Tomás, reflejando en él al cristiano que busca a Cristo en su vida aunque sus sentidos no lo perciban.


Enlaces relacionados:
Bella