viernes, 26 de junio de 2009

Citas bíblicas que deberían leer los protestantes (y X)


Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.

El les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?».
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!». «¿Qué cosa?», les preguntó. Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les había aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron».

Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No será necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?»
Y comenzando por Moisés y continuando en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». El entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio.

Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. (Lc 24, 13-35).

Bellísimo pasaje de la Escritura, el del Camino de Emaús, en el que se nos pone de manifiesto cómo los discípulos escucharon las explicaciones del Maestro y no lo reconocieron; es al partir el pan, cuando lo se dan cuenta de que es Él; y entonces reflexionan sobre cómo ardía su corazón cuando les explicaba las Escrituras.

Jesús es el Maestro que con su predicación nos muestra el sentido de las Escrituras, nos la explica paso por paso a pesar de nuestra falta de entendimiento al oir su voz.

Pero la piedra clave del arco que lo sustenta todo y le da sentido a todo es Él mismo en la fracción del pan. Él lo ilumina todo y es la Eucaristía la que permite entender toda la Escritura, pues ella nos lleva al Cristo real, y Éste nos devuelve a la Escritura con un nuevo sentido, con una nueva vida, con un nuevo fuego en nuestros corazones.
La Eucaristía de nuevo como centro del Universo, punto de partida y de llegada en la interpretación del AT que, bajo su luz, cobra nuevo significado para el creyente; como joya confiada a la Iglesia y fuente de la vida del cristiano.



Acércate hermano, y participa de este tesoro admirable


Enlaces relacionados:
Primer artículo de la serie
Casi todo sobre las indulgencias
"El regreso a casa"

martes, 23 de junio de 2009

Pensamientos (XXXIV): Olga Bejano


W. Dudley cuenta que en el fondo de un estanque vivían unas larvas. No comprendían qué pasaba después de subir por los tallos de los lirios hasta la superficie del agua. Intrigadas, las larvas se prometieron mutuamente que la siguiente a quien ordenaran que subiera a la superficie, volvería y les contaría lo sucedido: si había otra vida...

De pronto, una de las larvas sintió el impulso urgente de buscar la superficie. Subió por un lirio y experimentó una transformación dolorosa y a la vez gloriosa, que hizo de ella una libélula con dos pares de alas perfectas para el vuelo. En vano trató de cumplir su promesa. Volaba una y otra vez sobre el estanque. Veía a sus amigas, las larvas, en el fondo, sin poderles comunicar la nueva vida espléndida y maravillosa que ahora poseía. Entonces, la grácil y bella libélula, con su acrobático vuelo, comprendió que, aunque la vieran, jamás la podrían reconocer. Estaban en dos mundos totalmente diferentes.


Olga Bejano, Alas Rotas, p. 98.

domingo, 21 de junio de 2009

Citas bíblicas que deberían leer los protestantes (IX)

(Para leer el primer artículo de esta serie, pinche aquí.
Para leer el artículo anterior, pinche aquí.)

María dijo entonces: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Su Nombre es santo. (Lc 1, 46-49).

Los protestantes no suelen predicar sobre la Virgen María, a pesar de que Lutero tiene grandes sermones escritos sobre ella. Para ellos, la Virgen María sólo tenía su papel en las festividades navideñas, como una figura más de su representación de la escena del nacimiento de Jesús.

Sin embargo, San Lucas nos dice que todas las generaciones la llamaremos feliz, bienaventurada, dichosa por las obras tan maravillosa que el Padre Eterno había realizado en ella. Muchos cristianos ignoran la presencia de la Virgen en los misterios de Cristo en contra de la propia Escritura.

Si Jesús, el judío obediente, tuvo que querer y respetar a su madre, ¿cómo no vamos a hacerlo nosotros? Por tanto, para el cristiano, la Virgen María no puede ser una mera figura decorativa de la que se puede prescindir en cualquier momento como secundaria y superflua. Ella es nuestra madre, por voluntad de Cristo, que nos la ha dado al comienzo y al final de su vida, en Belén al nacer de ella y en la cruz al entregársela a San Juan.

Una vez más el camino correcto lo estaba marcando la Iglesia católica para Marcus.



Enlaces relacionados:
... y X: el camino de Emaús