jueves, 6 de febrero de 2020

Los sufrimientos de Cristo y la crisis actual de la Iglesia

En su último libro publicado, "Christus Vincit", el obispo Athanasius Schneider se dirige a todos sus lectores y a toda la Iglesia en estos momentos tan convulsos para darnos orientación y guía espiritual. 

El siguiente fragmento es una traducción nuestra extraida de su libro:

Cuando Cristo sufrió en Getsemaní, Él fue confortado por un ángel. Éste es un misterio profundo: Dios en su naturaleza humana quiso ser consolado y confortado por una criatura.
En esta enorme crisis espiritual de la que estamos siendo testigos dentro de la Iglesia, Cristo está siendo consolado y confortado por las almas que permanecen fieles a la pureza de la fe católica, por las almas que viven una casta vida cristiana, por las almas que están comprometidas con una vida de oración intensa, por las almas que no huyen del Cristo Sufriente, de la Madre iglesia que sufre.
El consuelo y la fuerza que Cristo recibe del ángel en Getsemaní ya contenía los actos de expiación y reparación de todas las almas fieles a través de la historia de la Iglesia. Son tantas las almas que están sufriendo en nuestros días, especialmente en los últimos 50 años, debido a la tremenda crisis de la Iglesia.
Los más preciosos son los sufrimientos ocultos de los pequeños, de las personas que han sido expulsadas a la periferia de la Iglesia por la clase dirigente eclesial liberal mundana e incrédula. 
Estos sufrimientos son preciosos, ya que consuelan y confortan a Cristo que está sufriendo místicamente en nuestra crisis actual dentro de la Iglesia
También conocemos la famosa expresión de Blas Pascal en sus Pensamientos:
"Jesús estará en agonía incluso hasta el fin del mundo. No debemos dormir durante ese tiempo" (n. 533).
La actual crisis de la Iglesia, que es un sufrimiento místico de Cristo en y por su Iglesia, debería llamarnos a todos a evitar el sueño espiritual y estar vigilantes para que no seamos engañados por el espíritu del mundo que tanto ha penetrado en la Iglesia.

miércoles, 5 de febrero de 2020

La monja que barre. Seis ejemplos prácticos para progresar en la santidad cotidiana

Ocurre con frecuencia que se piense que la santidad es una tarea que atañe sólo a los religiosos, como si los laicos no debiéramos ser santos. Sin embargo el magisterio de la Iglesia tradicional y el Vaticano II han venido a sentar reiteradamente el principio de la llamada universal a la santidad, es decir, que todo cristiano debe aspirar a la santidad en su estado de vida. "Esta es la voluntad de Dios, vuestra santificacion" (Ts 4, 3)

Empeñado en esta tarea de hacer llegar a todos este llamado, el P. Royo repitió en varias ocasiones esta llamada en los audios que nos legó de sus charlas y conferencias. Y utilizó un ejemplo para que tomáramos conciencia de cuál es el camino verdadero de la santidad y cómo cualquiera, en su vida cotidiana, con las acciones del día a día, puede llegar a las altas cotas de la santidad.

Para ello utilizó un ejemplo muy sencillo y seis posibilidades de respuesta humana con sus consecuencias. 

Caso común para los seis ejemplos: la superiora de un convento ordena a una monja que barra. Y la monja barre (recordemos esto: la monja nunca se niega a barrer y siempre lo hace).

Partiendo de ese caso veremos seis posibilidades según sea la respuesta o la condición de la monja que barre:

1º caso: La monja se halla en pecado mortal.


Dado que el pecado mortal inahibilita completamente al alma para el mérito santificante, el hecho de barrer no acarrea ningún beneficio para la monja. Puede hacer el acto de barrer como quiera que nada ganará. El pecado mortal priva al alma de la gracia santificante (que se nos da en el bautismo y que perdemos con el pecado grave) y de la caridad por lo que todo lo que hagamos no podrá hacerse por caridad.

En todo caso algunos teólogos dicen que el posible beneficio de los buenos actos de un alma en pecado mortal podrán ayudarle a salir de ese estado mediante la conversión y el sacramento de la confesión. Pero nunca un mérito sobrenatural.

2º caso: La monja (que en este caso ya no está en pecado mortal) barre pero farfulla y murmura enfadada: "Voy a hacerlo porque no quiero que me llamen la atención, pero esta superiora ¿qué se ha creido?..." "no debería estar yo haciendo esto otra vez..."


En este caso la monja comete pecado venial (probablemente) por la falta de caridad y posiblemente mortal si comete el pecado de escándalo frente a las otras monjas.

Obviamente al estar pecando, no tiene ningún mérito sobrenatural. Da igual que barra como que no lo haga, el mérito es nulo. Aparte de las consecuencias que puede acarrearle el pecado que comete.

3º caso: La monja barre pero piensa discretamente: "Voy a barrer porque no quiero llevarme mal con la superiora...", "no quiero que me miren mal las otras hermanas...", "a ver que van a pensar de mi si no lo hago...".


En este caso la monja al barrer no comete pecado, pero el acto de barrer lo hace sólo por una motivación meramente humana. Para no llevarse mal con la superiora, para que las demás no se enfaden, etc. Solo puras motivaciones humanas. Y en tal caso ya dijo el Señor: "Por eso cuando des limosna no toques la trompeta delante de tí.... esos ya han recibido su parte" (Mt 6, 2). Por lo tanto el beneficio que la monja buscaba con estos actos ya ha sido recompensado: cuando se lleva bien con la superiora, cuando las demás la miran con afecto.... El premio ya ha sido recibido, por lo que el mérito sobrenatural es casi insignificante. Sí, ha hecho un acto bueno, pero el premio recibido es calderilla, moneda de muy poco valor, prácticamente nada.

4º caso: La monja barre y lo hace por la virtud de la obediencia: "Voy a barrer porque me obliga la santa obediencia y así lo haré". Sin más pensamientos ni intenciones. Y barre.


En este caso está ejerciendo la virtud de la obediencia que es una virtud cardinal propia del estado religioso. Y hace una obra muy buena. Igual que si cualquiera de nosotros obramos por obligación de nuestro estado matrimonial a hacer cosas menos agradables, u obramos por la virtud de la humildad, o de la justicia, o de la fortaleza, etc.

Dado que se está practicando una virtud cardinal, el premio que se recibe es PLATA. Este mérito ya es valioso. No es el oro, pero es valioso.

5º caso: La monja barre y, al hacerlo, interiormente se ve movida por la virtud de la obediencia y por la caridad, para hacer esa obra por amor a Dios y a los hermanos. Y barre con esa intención.


En este caso la monja barre por obediencia, pero a ella añade la caridad, que es la virtud sobrenatural que lo adorna todo y lo embellece y enriquece todo. En la práctica de esta virtud tendríamos que poner nuestro empeño día a día pues es la que abre el camino de la santidad. 

¿En qué consiste la virtud de la caridad? Muy resumidamente podríamos decir que es "el amor a Dios, y el amor a los hermanos por Dios". En ese orden. Primero el amor a Dios por encima de todo, reconociendo en Él a nuestro Creador y nuestro Padre y no prefiriendo en nada a las criaturas a Él. Y en segundo lugar (y semejante al primero) el amor a los hermanos, por Dios. No basta sólo amar a los hermanos, debe ser ese amor por Dios (puede amarse a los hermanos por motivos meramente humanos, y entonces el ejemplo sería el caso 3º). En esto consiste la virtud de la caridad.

La monja que barre por obediencia y por caridad recibe PLATA por la obediencia y ORO por la caridad. La práctica de la caridad siempre está premiada con oro, y ese premio se añade al que se recibe por cualquier otra virtud que se practique.

6º caso: La monja barre y lo hace por obediencia, por caridad y además lo hace con todas sus disposiciones en acción, con toda dedicación, es decir, movida por los dones del Espíritu Santo.


Los dones del Espíritu Santo los recibimos todos los cristianos con el bautismo, y es Dios quien los pone en juego cuando otras condiciones de nuestra santificación se han cumplido y cuando Él cree oportuno. "Mediante estos dones, el espíritu del hombre queda elevado y apto para obedecer con más facilidad y presteza a las inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo. Igualmente, estos dones son de tal eficacia, que conducen al hombre al más alto grado de santidad; son tan excelentes, que permanecerán íntegramente en el cielo, aunque en grado más perfecto" (Leon XIII, Divinum illud munus, 1897).

En este caso la monja recibe PLATA por la virtud de la obediencia, ORO por la caridad y DIAMANTE por los dones del Espíritu Santo.

De estos ejemplos del P. Royo podemos sacar unas conclusiones para nuestra vida cotidiana:

a) El pecado mortal rompe nuestra comunicación con Dios, nos priva del premio del cielo y nos cierra el camino al merecimiento para la vida eterna. Por lo tanto está claro que la primera lucha del cristiano ha de ser contra el pecado mortal, el cuál hay que evitar a toda costa. "Antes morir que pecar" (Santo Domingo Savio).

b) Hacer las cosas por meros respetos o motivaciones humanas no tiene un premio meritorio para el cielo. Si doy una limosna para que el pobre no me moleste, o para que no me mire mal, o para quedar bien o porque así evitaré un conflicto en mi barrio, todas esas acciones han sido realizadas persiguiendo un fin concreto que se pretende alcanzar. Una vez conseguido ya no hay más merito que obtener. "No hagan sus buenas obras delante de la gente solo para que los demás las vean. Si lo hacen así, su Padre que está en el cielo, no les dará ningún premio" (Mt 6, 1ss).

Es verdad que, en tales casos, se ha hecho una buena obra (es indudable) pero como ya ha sido recompensada, el premio sobrenatural que reciba será prácticamente nulo, insignificante.

c) Hacer las cosas de mala gana, a regañadientes, es muy peligroso, no sólo porque el haber hecho la obra en sí no tiene ningun premio, sino porque puede acarrearnos uno o varios pecados.

d) No se olvide que en estos seis ejemplos la monja barre, es decir, cumple el acto que se le mandó. Y sin embargo en alguno de los casos le reporta a la monja incluso pecado. No pensemos que la santidad consiste en hacer muchas cosas, y que cuántas más cosas hagamos más cerca estaremos de ella; en absoluto, para recorrer el camino de la santidad es necesario que lo que hagamos, lo hagamos por caridad.

d) La clave imprescindible para progresar en la vida cristiana en el camino de la santidad es la práctica de la virtud de la caridad. Dicha virtud debe presidir toda acción que hagamos. De esa forma, un principio importantísimo para el día a día del cristiano es: debemos estar siempre afinando y rectificando la intención que ponemos en todos los actos que hacemos. La santidad no la traen los grandes actos, sino que la encontramos en los pequeños actos de cada día, pero acompañados de la caridad que lo enriquece todo.

En la Iglesia han habido santos que han llegado al cielo siendo ejemplo de santidad y que no hicieron en sus vidas más que trabajos humildes. San Martín de Porres es uno de ellos. Él llegó a ser santo ocupando la portería de su convento, abriendo la puerta y barriendo (por eso se le representa con una escoba). ¿Eso significa que sólo abrir una  puerta o barrer el suelo nos puede conducir a la santidad? Depende de la intención que pongas en esas tareas. Si tu intención es sobrenatural y quieres añadir la caridad a la virtud natural correspondiente, entonces sí. Pero si lo haces de manera ordinaria, sin tener presente a Dios en tu vida, pues no existe ningún merecimiento para el cielo.

Otros enlaces:
Las flechas en la aljaba. Pensamientos para cada día.
Guias de audición a audios del P. Royo Marin