viernes, 6 de mayo de 2016

18 testimonios de que la Santa Misa ES sacrificio

Que la Santa Misa es un sacrificio por el que Cristo se inmola en cada una de ellas en rememoración del sacrificio del Calvario (diferente de él sólo en el modo), es algo que algunos se atreven a negar hoy día temerariamente.

Y digo esto porque los testimonios en favor del carácter sacrificial de la Misa son incesantes a lo largo del Magisterio de la Iglesia. Expongo los más importantes y dignos de mención desde los primeros momentos de la fe cristiana, a fines del siglo I en que aparece este carácter en la Didajé.

ca. año 70 dC, Didajé o Enseñanza de los Apóstoles:
14:1 En el día del Señor reunios y romped el pan y haced la Eucaristía, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.

14:2 Todo el que tenga disensión con su compañero, no se junte con vosotros hasta que no se hayan reconciliado, para que no sea profanado vuestro sacrificio.

14:3 Este es el sacrificio del que dijo el Señor: “En todo lugar y tiempo se me ofrece un sacrificio puro: porque yo soy el gran Rey, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones”
Siglo IV, San Agustín, Sobre la ciudad de Dios: (hablando sobre Rm 12, 3ss). "Este es el sacrificio de los cristianos, formando nosotros, siendo muchos en número, un cuerpo en Jesucristo. Lo cual frecuenta la Iglesia en la celebración del Augusto Sacramento del altar que usan los fieles, en el cual se le demuestra que en la oblacion y sacrificio que ofrece, ella misma se ofrece."

Siglo IV, San Agustín, sermón 2 sobre el salmo 33: "... Porque allí estaba el sacrificio según el orden de Aaron y después el mismo instituyo con su cuerpo y sangre el sacrificio según el orden de Melquisedec."

Siglo IV, San Agustín, contra el adversario de la Ley y los profetas: "Este (el Israel según el espíritu) inmola a Dios un sacrificio de alabanza no según el orden de Aaron, sino según el orden de Melquisedec."

Siglo IV, Abad Casiano, sobre las instituciones cenobíticas: "sobre el salmo 140, pasaje en el que en un sentido más sagrado puede también entenderse aquel verdadero sacrificio vespertino que puede ser o el que es entregado en la cena por el Señor Salvador a los apóstoles al atardecer (cfr. Mt 26, 20) cuando daba comienzo a los misterios sacrosantos de la Iglesia..."

Siglo VI, monje Casiodoro, comentarios del salterio: "... A estos dice que no se ha de congregar con la sangre de los animales ni con la costumbre de inmolar víctimas, sino por la inmolación de su cuerpo y sangre, la cual, celebrada en todo el orbe, salvo al humano linaje."
"Sacrificio de la Santa Iglesia ha de entenderse no la oblacion de animales sino este rito que ahora se celebra con la inmolación solemne del cuerpo y de la sangre."
Siglo VII, San Isidoro de Sevilla, Tres libros de sentencias: "El orden, pues, de la Misa y de las oraciones, con las cuales se consagran los sacrificios ofrecidos a Dios, por primera vez fue establecido por San Pedro, y está celebración la realiza todo el orbe de la misma manera."

Siglo VII, San Gregorio Magno, Diálogos: "... Viviendo inmortal e incorruptible en sí mismo de nuevo se inmola por nosotros en este misterio de la oblacion sagrada. Pues allí se toma su cuerpo, se distribuye su carne para salvación del pueblo, se derrama su sangre no ya en manos de los incrédulos, sino en la boca de los creyentes."
"Porque ¿quien de los creyentes puede dudar de que en la misma hora del sacrificio se abren los cielos a la voz del sacerdote..."
"Pero es necesario que cuando hagamos el sacrificio eucaristico nos inmolemos a nosotros mismos a Dios en contricion de corazón porque los que celebramos los misterios de la Pasión del Señor debemos imitar lo que hacemos."
1562, Concilio de Trento, numerosas citas en la 22a. sesión (Denzinger 1739ss): "... Y porque en este divino sacrificio que en la Misa se  realiza, se contiene e incruentamente se inmola aquel mismo Cristo que una sola vez se ofreció El mismo cruentamente en el altar de la Cruz; enseña el Santo Concilio que este sacrificio es verdaderamente propiciatorio ... Una sola y la misma es, en efecto, la víctima, y el que ahora se ofrece por Ministerio de los sacerdotes es el mismo que entonces se ofreció a si mismo en la Cruz, siendo sólo distinta la manera de ofrecerse".

1964, Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Lumen Gentium número 28: "En ella (los sacerdotes) actuando en la persona de Cristo y proclamando su misterio, unen la ofrenda de los fieles al sacrificio de su Cabeza; actualizan y aplican en el sacrificio de la Misa hasta la venida del Señor el único sacrificio de la Nueva Alianza: el de Cristo..."

1964, Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Sacrosanctum Concilium número 7: " (Cristo) esta presente en el sacrificio de la Misa, no sólo en la persona del ministro, ... sino también sobre todo bajo las especies eucarísticas".

1968, Credo del Pueblo de Dios, por S.S. Pablo VI, con motivo de la clausura del Año Santo de la Fe en la conmemoración del XIX centenario del martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo, número 24:  "Nosotros  creemos  que  la  misa  que es celebrada por el sacerdote representando la persona  de  Cristo,  en  virtud  de  la  potestad recibida  por  el  sacramento  del  orden,  y  que  es ofrecida  por  él  en  nombre  de  Cristo  y  de  los miembros  de  su  Cuerpo  místico,  es  realmente el    sacrificio    del    Calvario,    que    se    hace sacramentalmente presente en nuestros altares."

Instrucción General del Misal Romano, número 27: "En la Misa, o Cena del Señor, el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la presidencia del sacerdote, quien obra en la persona de Cristo (in persona Christi) para celebrar el memorial del Señor o sacrificio eucarístico... Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la cruz..."

Otros enlaces:
Las 7 presencias de Cristo
Oración para una visita a Jesús Sacramentado, por San Juan Pablo II
El culto debido a Dios y a los Santos

jueves, 5 de mayo de 2016

Las siete presencias de Cristo

Todo cristiano debería conocer cómo encontrar a Cristo en nuestras vidas y hacerlo presente  de manera real. El encuentro con Cristo es indispensable en la vida de fe, pues qué es la vida cristiana sino el encuentro con Él. Sabemos que Dios lo ocupa todo y está presente en cualquier sitio, pero a Cristo, como Hijo encarnado, podemos encontrarlo en siete lugares precisos que nos ha dejado con sus propias palabras.

Toda presencia implica una relación entre nosotros y Él. Y en esa relación habrá algo que nosotros podremos dar, y habrá también algo que podremos recibir. La consideración de esta doble vertiente de cada presencia de Cristo nos hará percibir el valor de cada una de ellas y cómo las tenemos que incorporar a nuestra vida de cristiano.

La primera presencia es la única presencia real y sacramental de las siete y la más excelsa, y es la Eucaristía. Jesús lo dice en la Última Cena: "Tomad y comed, esto es mi cuerpo,... tomad y bebed, esta es mi sangre" (Mt 26, 26-28). Jesús no deja lugar a dudas: dice ES. Y añade: "Haced esto en memoria mía". Y como sacramento, la Eucaristía es un signo de la actuación de la gracia de Dios entre nosotros mediante algo que podemos tocar y hacer nuestro. Además la Iglesia se hace y se reúne alrededor de la Eucaristía, en la celebración del sacrificio de la Misa y en la adoración perpetua por toda la tierra.

Por la inhabitación donde está una persona de la Santísima Trinidad, están las otras. Y en la Eucaristía están realmente presentes las tres por dicha cualidad. "Quien me ha visto a mi ha visto al Padre". La Eucaristía por tanto es una apoteosis trinitaria para la Iglesia.
Qué me da Jesús en la Eucaristía: el Santísimo Sacramento es un alimento para darnos fuerza y consuelo. Ese es el sentido de que Cristo haya querido quedarse entre nosotros en forma de alimento, ser nuestro refrigerio en la vida, incorporarse a nosotros. Pero también Cristo con su sola presencia nos transmite esa fuerza y ese consuelo.

Qué quiere de mí: Él necesita comulgarte, igual que tú le comulgas a Él. Él necesita estar contigo. Dos personas que se aman se comunican sus necesidades mutuas. No tengo que acercarme a comulgar cuando yo lo necesite, sino también tengo que pensar en que Él me necesita a mí, obviamente no porque Él carezca de nada sino porque sabe que si yo le doy mi amor, será mi felicidad completa.
La segunda presencia está en la jerarquía de la Iglesia: "Quién a vosotros os escucha a mí me escucha" (Lc 10, 16). "Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo... " (Mt 18, 18). La jerarquía eclesiástica es el medio por el que la Revelación de Dios a través de Cristo se transmite a toda la Historia de la humanidad. Y es el garante de que la Revelación no se distorsiona, ni se inventa, ni se oculta. La jerarquía además hace posible que Dios actúe en su pueblo mediante los sacramentos (signos) que nos atienden en distintos momentos de nuestra vida. No son dueños de los sacramentos, sino meros administradores de ellos.

Jesús está presente así mediante sus sacramentos y su enseñanza, siendo la jerarquía el vehículo por el que esa presencia de Cristo se transmite a nosotros.
Qué me da Jesús: Dado que a través de la jerarquía podemos acceder de forma segura a la Revelación, obtenemos la certeza de la luz y el perdón. Nos da luz para nuestros problemas: el Magisterio de la Iglesia, a través de distintos medios y formas. Y también el perdón cuando comprobamos que nuestra conducta se ha desviado de lo que debíamos hacer.

Qué quiere de mí: obediencia y humildad. Obediencia para aceptar la luz, no distorsionarla ni olvidarla, y humildad para pedir perdón cuando hemos caído.
La tercera presencia está en la propia conciencia, dentro de cada uno de nosotros. Es la más delicada, pues la conciencia es manipulable, elástica y ha de ser formada, y en esta tarea tenemos que poner nuestro esfuerzo como cristianos. Esta voz tiene que estar en sintonía con la del magisterio eclesiástico. La voz de mi conciencia no puede estar por encima de la voz de la Iglesia, ni erigirse en juez de aquélla. Y Cristo me habla a través de mi conciencia incluso cuando estoy en pecado.
Qué me da Jesús: su asistencia en cada problema de cada día. No podemos esperar que cada situación que se nos presente esté recogida en el Catecismo detalladamente, o la consultemos con nuestro director espiritual. No es posible en el día a día. Una conciencia bien formada nos ofrece la presencia de Cristo hablando en el fondo de nuestra alma siempre que lo oigamos con sinceridad de corazón.

Qué quiere de mí: docilidad. La voz de la conciencia nos guía en las cosas más pequeñas de nuestra vida iluminada por la luz del Magisterio de la Iglesia y tenemos que ser dóciles a ella. Jesús quiere que escuche a mi conciencia con tranquilidad, sin sobresaltos y evitando los escrúpulos innecesarios que terminan por robarnos la tranquilidad y apartarnos de la Paz de Cristo.
La cuarta presencia es la comunidad, Jesús en medio de los discípulos. "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy presente en medio de ellos" (Mt 18, 20). Reunidos por amor a Él. Jesús nos exige para esta presencia al menos dos personas, y así podemos reunirnos en la misa dominical, o en un grupo de oración, pero también en la familia. Podemos convertir nuestras casas en sagrarios para cobijar esta presencia de Cristo en medio de nosotros.

Qué me da Jesús: su consuelo y su ayuda porque podemos ver en el otro la mirada de Jesús. En el camino de Emaús el Señor se hace presente en medio de aquellos dos hombres. El Señor hace arder el corazón de dos o más que se pongan en su presencia y se encomienden a Él. Cuando compartimos nuestra experiencia cristiana cumplimos la necesidad que todos tenemos de pertenencia, afecto y crecimiento en la fe. La Eucaristía es la presencia augusta está ahí para cuando estamos solos, porque no necesitamos de otros para recibir la comunión o adorarle en el sagrario. Y también necesitamos a Cristo en el otro para compartir mutuamente la fe. Esta presencia viene a cubrir la necesidad de quien no puede acceder a la Eucaristía.

Qué quiere de mí: amor y disponibilidad. Compartir a Jesús en la comunidad no nos obliga a hacer de nuestras celebraciones o experiencias una especie de circo en el que todo se hable o se permita cualquier extravagancia, dado que si no participo, no estaría yo integrado en la comunidad. Jesús no exige otra cosa que la reunión en su nombre. Y a veces el precio de la unidad es la humildad cuando veo el ejemplo de fe de otros y cómo yo puedo mejorar mi respuesta personal a Cristo.

La quinta presencia de Cristo es la Palabra de Dios, la Escritura, la Santa Biblia. Especialmente en el Nuevo Testamento, donde tenemos la noticia de la encarnación del Hijo de Dios y su presencia entre nosotros. Esta presencia es también fundamental y deriva en algún modo de la segunda, pues es la Iglesia la que juzga qué textos han sido queridos e inspirados por Dios para guiarnos a todos.
Qué me da: luz, consuelo y guía. Actúa junto con el Magisterio y la conciencia. El Magisterio y la Revelación divina se basa en las enseñanzas del Señor que conocemos por el Nuevo Testamento. La conciencia zanja los pequeños problemas morales de cada día y se nutre del Magisterio y de la Palabra de Dios.

Qué quiere de mí: que lea las Escrituras, que conozca los hechos de Jesús y cómo los primeros apóstoles interpretaron sus palabras no escritas. Por la lectura de las Sagradas Escrituras iluminadas e interpretadas por el magisterio es como accedemos de modo más directo a las mismas palabras de Cristo.
La sexta presencia de Cristo es el necesitado. La encontramos en la parábola del Juicio del Rey: "Entonces el Señor dirá cuando lo hicísteis con uno de estos, conmigo lo hicísteis" (Mt 25, 32-46)
Qué me da: estar con el Señor, la salvación eterna. La parábola coloca la decisión sobre cada uno de nosotros por la atención al necesitado en nuestro juicio.
Qué tengo que dar: amor, tiempo, limosna, compañía. Todo en agradecimiento por el amor a Jesús, pues mi amor al prójimo deriva del amor a Dios.
La séptima presencia de Cristo es el corazón del que guarda su palabra. "El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 23). Jesús pone dos condiciones, o más bien una primera condición que es causa de una segunda condición: primero debemos amarle, y como consecuencia de ese amor, cumplir su palabra. Entonces Jesús morará en nosotros.
Qué me da: Cuando amamos a Jesús y cumplimos de verdad su palabra, tenemos la posibilidad de tener una conciencia tranquila y limpia y gozar de la Paz de Cristo. "Fácilmente estará contento y sosegado el que tiene una conciencia limpia" (Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, libro segundo, capítulo VI).
Qué quiere de mí: El Señor me quiere a mí, y quiere habitar en mi corazón. Quiere que, por tanto, sea agradecido con Él, porque me llena con su gracia y me da la paz, aunque no la sienta. Y esta paz de hoy ya tiene vestigios de eternidad.
La elaboración de este artículo está inspirada, en las seis primeras presencias, en una conferencia del P. Santiago Martín disponible en video en este enlace.


lunes, 2 de mayo de 2016

La oración de la verdadera alegría del amor

Dios omnipotente:

A Tí te lo debo todo. Me has creado de la nada y me has dado una vida que no tendrá fin.

Me has dado la fe y me has llamado a ser parte de tu pueblo santo. Me has tenido bajo tu mirada y me has acompañado por el largo camino, también cuando me parecía estar solo.

Y precisamente porque no has querido que esté solo en esta tierra, me has hecho encontrar a mi esposa / esposo.

Ayúdame Señor a no olvidar la grandeza de este regalo y glorificarte cada día amando y dando honor a mi esposa / esposo, según la promesa que dije el día de mi matrimonio, en tu presencia.

Tú que has hecho esta unión sagrada e indisoluble, dame la fuerza de vivirla cristianamente, en la fidelidad y el amor, y la alegría de verla crecer y fructificar.

Custodia mi familia. Y si por el camino encuentro tentaciones, y si en mi miseria y en mi pecado corro el riesgo de violar la alianza que Tú has sellado, de traicionar el sumo bien que me has confiado, antes que eso suceda te pido, con todo mi corazón, que me llames a tu presencia.

Para que en la muerte te pueda abrazar por siempre, Padre bueno y misericordioso, y no tenga que arruinar con mi egoismo la obra de tu amor.

Amén.

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Tomado de una Iglesia de la Diócesis de Varasdino, en Croacia, a través de la traducción al italiano publicada en este enlace.