miércoles, 18 de febrero de 2009

La cláusula del Filioque


Los primeros desarrollos teológicos de la Iglesia datan ya del siglo II de nuestra era. Los primeros cristianos que reflexionaban sobre la fe en Cristo intentaban poner en orden todo lo que habían vivido y recibido de sus padres. Así una de las primeras elaboraciones de ellos se centraban en los textos rituales para la eucaristía y la oración en común. Es conocido que la Liturgia precede históricamente a la Teología.

Por ello uno de los primeros textos que se elaboró es el Símbolo de la Fe, el repertorio de las nociones de la fe cristiana que hoy conocemos como el Credo Apostólico o Credo breve. Coexistieron durante un tiempo formulaciones de fe muy esquemáticas (como la Carta de los Apóstoles, del siglo II, localizada en Asia Menor), con otras más elaboradas y estructuradas.

Al hablar de la cláusula del Filioque, nos estamos refiriendo, en concreto, a cómo la Iglesia ha formulado lo que se conoce como la "procesión del Espíritu Santo", es decir, cuál es la relación del Espíritu Santo con el Padre y con el Hijo. La conocemos así porque la cuestión debatida entre Occidente y Oriente fue la formulación "... que procede del Padre y del Hijo ...." (qui ex Patre Filioque procedit ..."); las razones teológicas y bíblicas las veremos un poco más abajo.

En 325 en el Concilio de Nicea no se hace alusión alguna a las relaciones trinitarias. Las primeras formulaciones que incluyen las relaciones trinitarias se remontan al 374, en el que Epifanio, Obispo de Salamina dice: "... Espíritu paráclito, increado, que procede del Padre y recibido por el Hijo y creído..."

En 381 en el Concilio de Constantinopla se continúa con la elaboración de ese elenco de cuestiones indiscutidas de la fe, dando así origen básicamente al Credo Niceno-constantinopolitano o Credo largo (el que se recita habitualmente en la misa hoy en día).

En nuestro Credo, al hablar del Espíritu Santo se dice: "... que procede del Padre y del Hijo..." (qui ex Patre Filioque procedit). Esa formulación, la de la clausula "Filioque" (y el Hijo) parece ser que no se incluyó en el texto procedente del Concilios de Constantinopla, sino que fue en un Concilio posterior, el Sínodo III de Toledo de 589 convocado por Recaredo, en el que se añade al texto Niceno-Constantinopolitano.

Esta inclusión se debe al desarrollo teológico de la doctrina trinitaria que pretendía ajustar un concepto tan complejo como éste tal y tan importante para nuestra fe, tal y como lo tratan los autores sagrados. Al mismo tiempo, se pretendía acentuar la vinculación entre el Hijo y el Padre con la nueva formulación de cara también al ataque contra el arrianismo que había sido la gran herejía de la primera iglesia (que negaba la divinidad de Jesús).

Esto originó graves controversias teológicas a partir del siglo VIII, cuando el uso de dicha adición ya estaba muy difundido. El Sínodo de Aquisgrán (809) pidió al Papa León III que dicha clausula fuera aceptada por toda la Iglesia mediante su inclusión en el Credo, lo cual fue rechazado por el Papa, más por el temor a la modificación de la formulación del símbolo de la fe que por estar en contra de dicha doctrina.

Los Concilios Ecuménicos de Lyon II (1274) y de Florencia (1439) reconocieron la validez universal de dicha fórmula. En el primero de ellos, el 18 de mayo de 1274 se formuló la Constitución acerca de la excelsa Trinidad y de la fe católica en los siguientes términos: "Confesamos con fiel y devota profesión que el Espíritu Santo procede eternamente del Padre y del Hijo, no como de dos principios, sino como de un solo principio; no por dos aspiraciones, sino por una única aspiración....".

En términos similares se expresa el Concilio de Florencia, a los que añade: "Definimos además que la adición de las palabras Filioque fue lícita y razonablemente puesta en el Símbolo, en gracia de declarar la verdad y por necesidad entonces urgente".

La fundamentación bíblica es extensa: el Hijo envía al Espíritu Santo (Lucas 24:49, Juan 15:26, 16:7, 20:22; Hechos 2:33; Tito 3:6), al igual que el Padre envía al Hijo (Romanos 3:3, etc), y como el Padre envía al Espíritu Santo (Juan 14:26).

También se reconoce al Espíritu Santo como el Espíritu del Hijo (Gálatas 4:6), el Espíritu de Cristo (Romanos 8:9), el Espíritu de Jesucristo (Filipenses 1:19), al igual que que ellos llaman Él el Espíritu del Padre (Mateo 10:20) y el Espíritu de Dios (1 Corintios 2:11).

La fórmula del Filioque fue utilizada por la Iglesia de Oriente como justificante de las desviaciones de la Iglesia Latina pues la fe de Oriente admitía sólo la procesión del Padre ciñéndose a la formulación original de 325 y 381 y olvidando el contexto occidental en que se había ido formando con el paso de los siglos la inclusión del Filioque.

La importancia de esta formulación trinitaria reside, como decía la Declaración "Mysterium filii Dei" de la Congregación para la Doctrina de la Fe de 21 de febrero de 1972, bajo el pontificado de S.S. Pablo VI, "... con esta revelación ha sido dado a los creyentes también un cierto conocimiento de la vida íntima de Dios, en la cual 'el Padre que engendra, el Hijo que nace y el Espíritu Santo que procede' son 'consustanciales, coiguales, coomnipotentes y coeternos'" (Concilio IV de Letrán, XII Ecuménico, 1215).

Por tanto la definición y delimitación de la procedencia del Espíritu Santo es tanto como hablar de su papel primordial dentro de las relaciones trinitarias. De ahí la importancia del debate que se suscitó en su momento con la cláusula del Filioque.

Otros enlaces:
Miguel Cerulario y el Cisma de Oriente
80º Aniversario de los Pactos Lateranenses
Cuestiones verdaderas alrededor de la Virgen de Guadalupe

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