jueves, 12 de julio de 2012

El otero de Dios

Aquel viejo vivía allá en lo alto, en aquella montaña que dominaba el inmenso mar. Mucha gente pensaba de él que estaba loco, pues había llevado una vida apartado de todos, en soledad. 

Desde su otero divisaba el más profundo horizonte llevando su vista más allá de donde ningún humano podía alcanzar fácilmente y aquello le imprimía a su espíritu una paz y serenidad que le hacía volar más alto, por encima de las nubes.

El valle se derramaba a sus pies, desparramándose hasta encontrarse con la espuma del mar que batía incesante contra la playa; él podía contemplar en la distancia a sus conciudadanos que se afanaban en aquellos inmensos pastizales que al borde del mar daban sus frutos generosos. Aquel pueblo vivía de sus cosechas y eso el viejo lo sabía.

Como todos los días, salió de su cobijo y se dispuso a contemplar una nueva jornada aquel bodegón marino pintado para él cada mañana. Pero en cuanto clareó la luz del alba, su visión se mezcló con la maraña de sus pensamientos y quedó petrificado. 

Pasado el estupor inicial, con el rostro desencajado, en una reacción propia más de un loco, alcanzó a coger su calzado y comenzó una desenfrenada carrera ladera abajo. Iba al límite de la velocidad que sus piernas le permitían. Corría y corría, mientras sus pensamientos le empujaban cada vez más en su loco arrebato.

Llegó al valle en su desarbolamiento antes de que su mente hubiera pergeñado alguna idea. Casi sin pensarlo, cogió una tea de las que sirven a los labriegos para calentarse y comenzó a prender fuego a los pastizales. Era la temporada seca y el fuego volaba por entre las matas de aquellos campos. 

Los labriegos no salían de su asombro: estaban viendo con sus propios ojos cómo aquel viejo loco estaba quemando el fruto de sus trabajos, lo que habría de darles de comer hasta el próximo año. Y todo estaba siendo devorado por aquel fuego.
Sin que mediara ni una sola voz, soltaron los aperos de labranza que tenían en las manos y salieron corriendo en pos de aquel loco. La brisa marina aventaba aquel huracán de fuego, por lo que aquellos labriegos desfogaron su rabia persiguiéndolo a él.

El viejo levantó la mirada de su faena destructora y entre las brasas vio cómo sus vecinos comenzaron a perseguirle abandonando todo a su paso. Con la complacencia de una leve sonrisa, soltó la tea que tenía en las manos y comenzó a correr ladera arriba tan rápido como pudo.

Su vida dependía de ello.

Había tomado muchas decisiones en su vida, pero aquello no tenía nombre. Destruir de aquella manera tan inútil el trabajo de tantas familias no podía recibir ningún perdón. No habría explicación posible para aquello, por lo que todos estaban dispuestos a acabar con aquel viejo de una vez para siempre.

Movidos por su ira, contemplaban al ir subiendo por la ladera la devastación del fuego en aquellos fértiles campos, prendiendo aún más la hoguera de su odio por aquel insensato de modo que los últimos tramos de la escarpada subida los hicieron sin fuerzas pero con la llama del rencor prendida vivamente en su corazón.

El viejo apenas les pudo sacar alguna ventaja al llegar a la cima y totalmente extenuado se situó a la entrada de su casa mirando al mar. Cuando los campesinos coronaron la subida, lo vieron allí, apenas en pie, y fueron a por él. Cuando faltaban unos metros para hacerle presa, el viejo levantó su brazo y señaló al mar en pos del horizonte.
Ante aquel inesperado gesto, movidos más por la curiosidad que por la inercia que llevaban, volvieron su mirada a donde el viejo les señalaba. 

En aquel mismo instante una muralla de agua comenzaba a levantarse en un imponente silencio a sólo unos centenares de metros de la orilla. La inmensa ola abarcaba desde un confín al otro de la playa, succionando el agua y todo lo que encontraba a su paso al tiempo que de manera rugiente comenzaba a romper y a entrar con inusitada fuerza en aquel valle antes paradisíaco.

Los ricos campos de pasto ahora eran arrasados por la fuerza del agua del mar en el mismo lugar en el que ellos habían estado hacía unos instantes trabajando. 

Todos quedaron mudos, helados de pavor, sin palabras que articular, sin saber qué pensar o qué decir. Después de contemplar aquella devastación, comprendieron que aquel viejo había salvado sus vidas. Y lo había hecho de la manera más incomprensible: destruyendo lo más querido para ellos. Al fin y al cabo lo tenían por loco.

Aquel anciano venerable recibió el agradecimiento sin fin de los que, a partir de entonces, fueron siempre sus amigos.

Nosotros vemos nuestras vidas desde aquí abajo...
¿Os imagináis cómo ve Dios nuestras vidas desde su otero en lo alto? 
¿Os imagináis cuántas decisiones de Dios en nuestras vidas las tildamos de locas simplemente porque no vemos lo mismo que ve Él?
¿Seguimos a Jesús con la llama del amor en nuestro corazón... o con alguna otra?

Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, 
atraeré a todos hacia mí.
Jn 12, 32

(Inspirado en una historia de mi infancia)


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martes, 10 de julio de 2012

San Justino mártir, 160 AD: La presencia de Cristo en la Eucaristía


San Justino mártir, en un texto de alrededor de 160 AD extraido de su Primera Apología, nos ilumina en el concepto que los primeros cristianos tenían de la presencia real de Cristo en la Eucaristía.


Ant este texto no cabe duda acerca de la conciencia que tenían ya en el siglo II del significado de la Eucaristía para la Iglesia.


(Traigo este texto hoy gracias a la aportación de mi amigo Danny George Salinas Hormazábal, en Católicos firmes en su fe)


"1. Este alimento se llama entre nosotros 'Eucaristía', de la que a nadie es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y ha recibido el baño para la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a los preceptos que Cristo nos enseñó. 

2. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne (cf. Jn 1,14) por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así también el alimento “eucaristía” por una oración que viene de Él -alimento con el que son alimentados nuestra sangre y nuestra carne mediante una transformación-, es precisamente, conforme a lo que hemos aprendido, la carne y la sangre de Jesús hecho carne

3. Es así que los Apóstoles en las “Memorias”, por ellos escritos, que se llaman “Evangelios”, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado obrar, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: “Hagan esto en memoria mía, éste es mi cuerpo” (Lc 22,19). E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: “Esta es mi sangre” (c. Mt 26,27-28)."

San Justino mártir, Primera apologia capitulo 66.1

domingo, 8 de julio de 2012

10 consejos para perder la fe

Estos consejos para perder la fe, están tomados del blog Ascending Mount Carmel del amigo 'The Idler' que generosamente nos ha permitido traducirlos y exponerlos aquí.

Hemos sabido de este elenco tan sumamente acertado a través de Religión en Libertad que publicó un resumen de este texto. Aquí ofrecemos una traducción completa y directa del original. Espero que nos sirva a todos como ejemplo de lo que no debemos hacer con nuestra fe.

"El proceso de conversión nos proporciona mucho tiempo, que necesitamos en el desierto espiritual para darnos cuenta de cómo son las cosas realmente. La siguiente lista pretende ilustrar lo que yo creo que son las formas más efectivas para que nuestra vida espiritual, como católicos que somos, quede completamente destruida o al menos bastante disminuida. Si quieren que su vida espiritual crezca, evite las siguientes situaciones:

1.- Asume que la Iglesia está perdida: escucha a los disidentes y a otros que atacan la fe sin asegurarte que tu propia fe es lo suficientemente sólida para soportarlo.
Escucha constantemente las diatribas de los predicadores fundamentalistas contra la Iglesia, a la que llaman "la prostituta de Babilonia". Presta oídos a las diversas invectivas lanzadas contra la Iglesia por el "Natural Catholic Reporter" (N.T.: algo así como lobos con piel de cordero).
Piensa que Hans Küng es el mejor teólogo que la Iglesia ha tenido. Toma en serio las objecciones a la fe que hacen desde algunas páginas web, como Carm.org (N.T.: lobos con piel de lobos).
Haciendo esto puedes empezar a sentirte aislado, enfadado por el desmembramiento que sufre nuestra fe, que una vez fue hermosa, y ocurre que la mayoría de los católicos hoy están completamente desnortados.
Cualquier religión te empieza a parecer atractiva una vez que has visto unos cuantos videos de marionetas litúrgicas; tu fe sufrirá golpes posiblemente fatales si atiendes a las razones contra el catolicismo de los fundamentalistas -aquellos que quieren desmantelar la Iglesia desde dentro- y de los anticatólicos.

2.- Sé escrupuloso en demasía: la escrupulosidad es un problema especial entre nosotros los católicos; es verdad, cuando nos vemos enfrentados a la maravillosa realidad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía  y todo lo que conlleva la Sagrada Comunión, uno puede llegar a ser claramente consciente de su propia naturaleza pecadora. Un régimen saludable de examen de conciencia es bueno y recomendable; la confesión frecuente puede realmente ayudar a desarraigarnos del pecado y al menos conducirnos hacia el buen camino.
Pero si quieres llegar a un estado de locura como la de Nietzsche, examina cada pequeña acción con lupa. Considera cualquier pecado como si fuera mortal, vive con miedo. Te aseguro que tu fe se consumirá en esas llamas.

3.- Cambia en tu vida la misericordia por la justicia: siguiendo con lo anteriormente dicho, empieza a considerar que Dios es inmisericorde. Considéralo como un tirano que sólo se entusiasma con la idea de arrojarte al infierno. Esto no sólo matará tu fe y tu amor por Dios, sino que también te conducirá a lo contrario, al anticristianismo o algo peor.

4.- Céntrate en la vida espiritual de todos menos en la tuya: disecciona la vida espiritual de los demás pero no te fijes en la tuya. Rechaza esforzarte por tu propia salvación a causa del miedo.

5.- No mantengas una conversación inteligente sobre religión, sino discute: el debate y la discusión son fuentes de conocimiento, pero los argumentos no. Por lo tanto cada vez que tu fe sea puesta en entredicho, empieza a enfadarte y suelta tu lengua. Discute hasta que te desmayes, no escuches lo que la otra persona dice y frústrate tanto como sea posible.

6.- Haz lo mínimo que se te pida: conviértete en un católico perezoso. Empieza por ir a Misa sólo los domingos, después sáltatela de vez en cuando y finalmente sólo irás en Navidad y en Pascua de Resurrección.

7.- No conozcas tu fe: una buena forma de dejar morir tu fe es no conociéndola. Evita leer las Escrituras, ignora los Padres de la Iglesia, deja de lado esos libros de Teología (cosas viejas y polvorientas), rechaza estudiar la Historia. De esta forma cuando alguien inevitablemente cuestiona o ataca tu fe, tú te torcerás inmediatamente y considerarás otras opciones.

8.- Evita recibir frecuentemente la Sagrada Comunión: dado que recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo nos fortalece, podemos decir que comulgar con frecuencia sólo puede ayudarte en todos los aspectos de tu vida cristiana. Por lo tanto, si deseas debilitarte, evita recibir la comunión. Evita mejorar incluso cuando puedas, porque sólo te sentirás limpio y total y absolutamente rejuvenecido cada vez que recibes a Cristo.

9.- Encógete de miedo cuando tu fe se vea desafiada (miente, escóndete, huye):  esta es la clave, cada vez que alguien ataque u objete algo contra tu fe, vuélvete y huye. Mejor aún, conviértete en un cúmulo de disculpas titubeantes y avergüénzate. Esto te hará sentir que tu fe es débil, indigno de recibir la comunión, un cobarde, al final. Seguro, hay ocasiones y lugares para defender tu fe pero no siempre es conveniente discutir de religión en una comida con alguien que sólo está siendo maleducado. Pero si deseas realmente perjudicar tu vida espiritual, te recomiendo que seas realmente un cobarde.

10.- No reces: sobre todo, si deseas matar tu fe, no reces. El no rezar te aleja de toda conversación divina, con tu familia en el cielo, con Dios mismo. Si realmente quieres que tu fe muera, ésta es la forma de hacerlo. La oración es el agua que mantiene vivo el árbol de tu fe. Deja de regarlo y mira cómo se seca."

Amén.

(Traducción: Ana María Rodríguez)

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