martes, 17 de marzo de 2020

Cristo me amó y se entregó por mí

"Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi" (Jn 12, 32).


Parecía que al Señor no le era suficiente el haberse encarnado y arrostrar las penalidades de la carne mortal, que no del pecado; toda su juventud de entrega en su casita de Nazaret con sus padres, y toda su vida pública parece que no le es suficiente para llegar a toda la humanidad, para que su voluntad redentora alcanzase a todos y cada uno de nosotros, saltando las distancias y el tiempo.

Según sus palabras, era necesaria la cruz para culminar su misión redentora. No había salvación sin cruz, no había amor sin sacrificio. Es Él mismo elevado en la cruz el faro seguro del navegante, la luz que ilumina en las tinieblas: "Yo he venido al mundo como luz" (Jn 12, 46)

El Viernes Santo 9 de abril de 1982, el diario madrileño ABC encargó al Padre Antonio Royo Marín, O.P.

Para los que no estén familiarizados con la prensa española, ABC ha sido siempre considerado un diario monárquico y el más respetuoso con las tradiciones y la fe católica. Hoy no me pregunten.

Y el Padre Royo, con el fondo del Cristo de la Clemencia de la Catedral de Sevilla, obra del insigne alcalaíno Martínez Montañés, escribió con toda su didáctica fluida y cautivadora sobre la ciencia divina de Jesús en la Cruz. Nada más y nada menos.



“Cristo es el Redentor Universal de toda la humanidad… Pero hay un aspecto importantísimo de esta Redención universal al que la mayoría de los hombres no le dedica la atención especialísima que merece por su soberana trascendencia. Me refiero al hecho impresionante de la aplicación individual, personalísima a cada uno de nosotros en particular, realizada por el mismo Cristo desde lo alto de la cruz.”

La teología católica enseña que Cristo gozaba de cuatro ciencias en su entendimiento divino y humano:


- Ciencia divina, por la que al ser Dios gozaba de un conocimiento inmediato y directo de todas las cosas pasadas, presentes y futura. Gracias a esta ciencia divina, la oración de Cristo es efectiva para cada uno de nosotros y por ella la Redención nos alcanza a todos.


- Ciencia beatífica, o visión beatífica, que es la que gozan los bienaventurados en el cielo y los ángeles glorificados. Cristo gozó de esta visión aquí en la tierra.


- Ciencia infusa, que es la que poseen los ángeles en estado de prueba, ciertos santos favorecidos aquí en la tierra, las almas del purgatorio y los condenados.


- Ciencia humana, que es la que adquirimos todos los seres humanos mediante nuestros sentidos y nuestro entendimiento.
Las tres últimas las tenía Cristo es grado sumo, y la primera en plenitud por no poder admitir grados en ella.

“Ahora bien, en virtud de esa ciencia divina que abarca y se extiende a todo cuanto existe o puede existir hasta en sus detalles más nimios e individuales, Cristo clavado en la cruz nos tuvo presentes a cada uno de nosotros en particular, como si en todo el universo no existiera más que una sola persona y sólo por ella estuviera realizando su sacrificio redentor.”
“Por eso cuando pronunció su primera Palabra: ‘Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen’ (Lc 23, 34) no se refería únicamente a los que en aquel momento le estaban crucificando, sino que extendió su mirada a través de todos los siglos y se fijó expresamente en cada uno de nosotros en particular.”
“El hecho impresionante de que Cristo Redentor pensó en cada uno de nosotros en particular y por cada uno fue derramando gota a gota toda la sangre de sus venas, llenaba de pasmo y de admiración al gran apóstol San Pablo que exclamaba con los ojos arrasados en lágrimas: ‘¡Me amó y se entregó a la muerte por mí!” (Gal 2,20). Todos y cada uno de nosotros debemos y podemos repetir estas mismas palabras con el mismo derecho y admiración de San Pablo”.
Este hecho colosal que consta teológicamente con toda evidencia y ha sido proclamado expresamente por la divina revelación a través de San Pablo, debería llenar nuestro corazón de una gratitud inmensa hacia nuestro adorable Redentor y constituir el acicate más poderoso para tratar de corresponder con todas nuestras fuerzas a la inmensidad de su amor”.
Cuando el Arcediano Vázquez de Leca en 1603 encargó la hechura de la imagen de ese Cristo lo hizo para su oratorio particular. Y le hizo la advertencia al imaginero “que el dicho Cristo crucificado ha de estar vivo antes de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho, mirando a cualquier persona que estuviese  orando al pie de Él, como que está el mismo Cristo hablándole y como quejándose de que aquello que padece es por el que está orando...".

Él subió a la cruz para darnos la gloria que no merecíamos, para dárnosla a cada uno de nosotros en particular, para que lo que Adán nos quitó torpemente como humanidad, él nos lo devolviera a cada una de nuestras almas individualmente, porque Él lo hace todo perfecto.

Bajo la mirada clemente de ese Cristo vivo crucificado, es cuando mejor podemos exclamar desde el fondo de nuestro corazón: ¡Me amaste y te entregaste a la muerte por mí!