sábado, 30 de junio de 2012

¿Qué hacer por nuestros hijos cuando crecen?

Respétalos a cada uno en su forma de ser. No pretendas que sean como tú. Enséñales a vivir al modo del evangelio según los dones y el carácter de cada uno.

Exprésales tu amor con gestos, besos, caricias, adecuados a cada momento, sin atosigarles pero que entiendan que tu apoyo y tu amor es incondicional, del mismo modo que Dios te ama sin condiciones.

Ellos te han de respetar porque eres su padre o su madre. No te rebajes a ser su amigo. Ellos tienen muchos amigos, pero sólo tienen un padre y una madre.

No los agobies con tus culpas o tus remordimientos de conciencia de juventud. Discierne si lo que haces con ellos es por bien de ellos o por tranquilidad tuya.

Si tu buen juicio te lleva a reconocer en sus vidas circunstancias o hechos que te hicieron sufrir a tí en el pasado, no pienses que no ha de pasarles a ellos lo que sí te pasó a tí o a otros que conociste, dejándote guiar por una falsa confianza en los tiempos modernos (en la mayoría de los casos, es pereza de enfrentarte al pensamiento dominante). No desperdicies tu propia experiencia y adelántate a las situaciones nocivas para evitarlas.

Muchos niños pasan sus tardes en soledad mientras sus dos padres trabajan. Haz lo que sea porque esto no suceda así. Piensa en cómo hacer cambios en esto. La soledad en estas edades es la madre de todas las perezas y los vicios. La mera compañía de una madre o un padre es un cimiento emocional y personal.

La fe es una propuesta, no una obligación. Dios no te obliga a tí a creer. Se consigue mucho más con una catequesis de vida basada en Fray Ejemplo que con muchas palabras.

Es preferible que reciban su formación en una institución religiosa. Pero no lo confíes todo a lo que reciban allí. Supervísalo y dirige tú su formación.

Haz tu trabajo y deja que Dios haga el resto. No pretendas controlarlo todo. Necesitas confiar en Dios. Pero eso no te exime de cumplir con tu labor con prontitud y detalle.

Te diría que hablaras con ellos, pero primero escúchales. A todas horas. Aunque te cuenten cosas banales. No te limites a oir sus palabras. Son SUS cosas y las quieren compartir contigo. Escúchales, escúchales, escúchales. No te permitas el lujo jamás de decir: "qué pesado eres, siempre con lo mismo".

La rutina no es algo malo, es necesaria para todos. Tú tienes tu rutina de vida que te la hace más llevadera. No les niegues a ellos su rutina de vida que la necesitan para comenzar a vivir: horarios regulares, tiempos reservados para el estudio, para el juego, para el esparcimiento, con flexibilidad pero con constancia, etc.

"Tienen que experimentar las cosas de la vida..." Falso. Ya se encargarán los acontecimientos de irse presentando sin que los llamemos. Háblales de las cosas malas que se puedan encontrar y prevénlos, pero no los expongas a malos ambientes en los que entren en contacto con personas o circunstancias que puedan sobrepasarles e introducirlos en un mal camino.

Existen lugares y momentos peligrosos en nuestro entorno. Como adultos los conoces perfectamente. No los infravalores y pienses que tu hijo tiene derecho a experimentar cualquier cosa. El veneno es veneno aunque venga en frasco de oro. Si tú, que eres su padre o su madre, no le avisas de las cosas perniciosas que pueden encontrarse, ¿quién lo hará?.

Comparte sus tareas y sus gustos. No todo lo que a ellos les gusta te tiene que gustar a tí (ni al contrario). Pero seguro que habrá algún tema de conversación o alguna tarea que pueda ser común, aunque sólo sea el fútbol. Utiliza esos temas como gancho para mantener tu conexión con ellos.

Cuando crezcan no pretendas ser el centro absoluto de sus vidas. Tu misión será la de seguir estando ahí, para que, si lo necesitan, tengan un puerto seguro al que volver.

Reza por ellos; convierte tu vida en una oración y una ofrenda incesantes por ellos.

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viernes, 29 de junio de 2012

¿Qué hacer cuando tenemos sequedad de espíritu?

En este estado, la persona se encuentra en soledad ante Dios, sin goces espirituales; todo se vuelve frialdad y distancia. La fe intensa y viva de antes es como si hubiera desaparecido. Tú crees estar en el mismo sitio que siempre y es como si Dios se hubiera retirado.

Para estos momentos, que pueden durar mucho tiempo, te brindo estos consejos, por si te sirven de ayuda:

1) Asume que este estado forma parte del progreso espiritual. Los grandes santos han sufrido esa tibieza de espíritu como parte de su camino de perfección.

2) Procura no hacer grandes cambios en tu vida. Santa Teresa decía: "En tiempo de turbación, no hay que hacer mudanza".

3) Mantén tu vida espiritual todo lo que sea posible. Dios te conoce hasta en lo más íntimo y te comprende de manera perfecta si no puedes hacer lo que hacías antes.

4) Si no puedes orar, convierte tu oración en pequeñas jaculatorias: "Jesús, ten misericordia de mí", "Ayúdame a tener fe", "Quiero creer", "Jesús, socórreme", etc. Si puedes repetirlas varias veces al día, mantendrás tu vínculo con Dios, cuando pases por delante de alguna Iglesia o mires al crucifijo, por ejemplo.

5) Asiste a la Misa Dominical. En situaciones difíciles es mejor asistir a Misa aunque tu ánimo esté lejos de lo que se está celebrando, que no asistir. La frase: "Para qué voy a ir si no estoy en lo que tengo que estar" no es una opción deseable. Cristo apreciará mucho más tu sacrificio.

6) Ten a la mano las Sagradas Escrituras, así como algún libro espiritual que te inspirara especialmente en algún otro momento de tu vida. Si no te encuentras con fuerzas y ánimo para leerlos, tenlos cerca de tí.

Si no sabes qué leer, repasa en los evangelios las Palabras de Jesús: "Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré".

En el Antiguo Testamento puedes leer el libro de los Proverbios (y también el Eclesiástico y el Eclesiastés) en los que encontrarás pequeños consejos muy útiles en tu vida cotidiana. Recurre a algún texto que en algún otro momento te inspirara de manera especial: Salmo 23 (El Señor es mi pastor), el Salmo 22 (Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado), la experiencia de Elías, etc.

7) Escucha música espiritual o, al menos, alguna que te eleve el espíritu. Todos necesitamos esta ayuda para nuestra vida ordinaria. Cuánto más en estos momentos.

8) No desprecies la ayuda que te pueda venir de fuera. Seguro que tienes algún amigo de fe probada o algún confesor o director espiritual al que pedir consejo. Pídeles ayuda y ruégales que recen por tí. También puedes acudir a algún convento de religiosas cerca de tu casa para hacerles esta petición, aunque no te conozcan. Verás como te acogen con cariño, pues te agradecerán el que las hagas sentirse útiles por tí.

9) Si es posible lleva contigo un rosario, un decenario o un crucifijo, en tu bolsillo, en el monedero, en tu bolso o maleta. Cuando lo toques y lo veas te servirá para recordarte que Jesús está contigo.

10) No te angusties ni desesperes. Este estado es propio de las personas que aman a Dios de una manera especial, para las que Él significa algo importante en sus vidas. No lo interpretes como un alejamiento de Dios, sino como una prueba que manda el Señor. Confía en Él,  confía. Si quieres que Él gobierne tu vida, ponla en sus manos y deja que Él obre sus maravillas.


Dos agricultores padecían una sequía prolongada. Uno de ellos esperaba la lluvia, el otro, en lugar de estar ocioso y lamentándose, escarbaba y abonaba su terreno para prepararlo. ¿Cuál crees que estaría mejor preparado para que el terreno diera fruto cuando volvieran las lluvias?





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jueves, 28 de junio de 2012

La entrega del Hijo


Este video es una explicación imperfecta pero elocuente de cómo la entrega de uno trae la salvación a muchos.


Tú y yo podemos hacer también de nuestras vidas una entrega.


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miércoles, 27 de junio de 2012

Pensamientos (XLVII): Beato Juan Pablo II: El evangelio de la vida



A cada uno de nosotros Cristo nos dice: "Yo te envío".


¿Por qué nos envía?


Porque los hombres y las mujeres de todo el mundo anhelan la verdadera liberación y la verdadera realización. Los pobres buscan justicia y solidaridad; los oprimidos piden libertad y dignidad; los ciegos quieren la luz y la verdad.


Nosotros no somos enviados para proclamar una verdad abstracta. El Evangelio no es una teoría o una ideología. El Evangelio es vida.


Beato Juan Pablo II, el Grande


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