viernes, 28 de octubre de 2011

Pensamientos (XLIV): San Francisco de Sales

 
Cómo conseguir la paz.

Hagamos tres cosas, muy querida hija, y conseguiremos la paz: tengamos la completa y pura intención de buscar en todas las cosas la honra de Dios y su gloria; hagamos lo poco que podamos con este objeto siguiendo los consejos de nuestro padre espiritual, y dejemos que Dios se encargue del resto.

¿Por qué se angustia el que tiene a Dios como objeto de sus intenciones y hace lo que puede? ¿Qué tiene que temer? No, no; Dios no es tan terrible con los que ama; se contenta con poco porque sabe muy bien que no tenemos mucho. Sabed, querida hija, que en la Sagrada Escritura el Señor recibe el nombre de Príncipe de la Paz, y que, por lo tanto, donde es el dueño absoluto reina la paz.

No obstante, es cierto que, antes de poner paz en un lugar, es preciso luchar, separar el corazón y el alma de los afectos más queridos, familiares y ordinarios, es decir el amor desmesurado de uno mismo, la confianza en uno mismo, la complacencia en uno mismo y afectos semejantes.

Ahora bien, cuando el Señor nos separa de esas pasiones tan amables y queridas, parece que nos destroza el corazón, y surgen sentimientos de amargura; el alma se debate hasta casi no poder más, pues tal separación es dolorosa.

Pero toda esa lucha del alma es pacífica, pues en definitiva, aunque abrumados por esa aflicción, no por ello dejamos de depositar nuestra voluntad resignada en la de Nuestro Señor y la mantenemos allí, clavada en ese divino deseo, sin abandonar nuestras obligaciones y su cumplimiento, sino realizándolas animosamente.

San Francisco de Sales, carta a la abadesa del Puy d'Orbe.

martes, 25 de octubre de 2011

Las flechas en la aljaba (XIII): Sólo yo decido

J.R.R. Tolkien fue un escritor católico que iluminó con su genialidad y sabiduría lingüística una de las mejores páginas de la literatura moderna.


En su celebérrima obra "El Señor de los Anillos" nos dejó diversas pinceladas de reflexiones, en una de las cuales quiero fijarme hoy.


En la versión cinematográfica dirigida por Peter Jackson, al terminar la primera parte, el personaje protagonista Frodo contempla con dolor los sucesos de muerte y destrucción que ha traído a todos la posesión del anillo.


Con un pensamiento propio del que se ve envuelto en desgracias y penalidades no buscadas, exclama:


Ojalá el anillo nunca hubiera llegado a mí.
Ojalá nada de esto hubiera ocurrido.


Su amigo el mago Gandalf lo asiste en su pesar y le contesta con las siguientes palabras:


Eso desean quienes viven estos tiempos, pero no les toca a ellos decidir.
Sólo tú puedes decidir qué hacer con el tiempo que se te ha dado.


Bellas palabras que nos hablan al corazón: muchas veces protestamos de lo que pasa hoy en día, de los momentos tan difíciles para la fe que nos ha tocado vivir; nos rodean tentaciones de vida fácil por todos lados y nos vemos atacados casi a diario. Pero, ¿qué haces tú y qué hago yo para solventar esto? Ante la ola de imposiciones pro-abortistas, ¿qué hago yo en mi entorno para defender la vida, por ejemplo? ¿Intento pasar desapercibido para no desentonar?


Nuestra misión como católicos, ¿consiste sólo en quejarnos o en poner por obra el Reino de Dios?


Yo soy dueño de mi vida y puedo elegir entre el bien y el mal. ¿Qué estoy haciendo al respecto? ¿Qué hago con el poder que Dios me ha concedido, el poder de amar?


Yo puedo decidir qué hacer con mi vida

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