sábado, 4 de julio de 2009

Los 3 criterios de credibilidad de los Evangelios

En su magnífico libro Jesús de Nazaret, la verdad de su historia, el hoy obispo auxiliar de Madrid, Don Juan Antonio Martínez Camino, nos propone tres criterios que nos sirven para descubrir que los relatos evangélicos son creíbles en cuanto a la veracidad histórica de la vida de Jesús que nos narran.

Al hablar de la credibilidad de los evangelios me estoy refiriendo a un criterio exclusivamente histórico textual, pues la razón de creer en ellos como Palabra de Dios nos la da la Iglesia que, desde los primeros tiempos, ha venerado de un modo muy especial estos textos primero como escritos venerables y luego como Palabra de Dios.

El primer criterio es el del testimonio múltiple que nos guía para descubrir la certeza histórica de estos escritos en la variedad de testigos que nos han proporcionado su relato sobre la vida de Jesús. No solamente tendríamos que fijarnos en que son cuatro los evangelistas que nos narran los hechos relativos a Cristo, sino la posible presencia de la llamada fuente Q común a los evangelios sinópticos y que algunos biblistas han postulado como una colección de relatos sobre la vida de Cristo, previa a la redacción de los escritos evangélicos, y que sus autores deberían conocer pues Mateo, Marcos y Lucas presentan un trasfondo de hechos narrados semejantes entre los tres.

No se conserva ningún texto que contenga la fuente Q, sino que hasta ahora es sólo una hipótesis para explicar la semejanza existente entre los evangelios sinópticos.

A estos testimonios, yo añadiría el de la propia Iglesia primitiva que mediante la veneración de estos textos y su conservación a lo largo de los siglos, representa un aval de la autenticidad de lo allí narrado en cuanto a su concordancia con la tradición oral recibida por muchos testigos directos e indirectos de los hechos de Jesús.

El segundo criterio sería el de discontinuidad. Por este criterio los evangelios nos aparecen como veraces porque muestran unos hechos que se apartan de las costumbres judías habituales. Así como cuando Jesús dice: "se os dijo por Moisés... pero yo os digo", o también en el hecho de que Jesús eligiera a sus discípulos (cuando la costumbre judía era la contraria), o que contara entre sus seguidores a mujeres. No parece lógico que un falsificador o distorsionador de la realidad ocurrida recurriera a este tipo de narraciones que harían la historia de Jesús menos creíble por los judíos, incluso rechazable.

Por lo tanto, el criterio de discontinuidad es para nosotros una garantía de que el autor de cada texto no pretendió congraciarse a sus posibles lectores, sino que plasmó los hechos que realmente habían ocurrido, pues hubiera sido mucho más fácil y eficaz emprender un camino totalmente distinto eliminando todo roce con la legalidad y las tradiciones judías.

El tercer criterio que nos presenta el autor del libro es el de conformidad. Los relatos evangélicos nos muestran hechos de la vida de Jesús que son relativos a la vida ordinaria, a hechos y costumbres que corresponden a la historia de la época en que sabemos que sucedieron. Los prodigios y hechos extraordinarios se producen en un marco histórico ordinario, con personas también ordinarias y bastante imperfectas (como lo fueron los discípulos).

La opción de un falsificador pasaría por crear un marco idílico para contextualizar la vida de un ser tan especial como Cristo; que las personas que Él eligiera fueran santas o muy cercanas a la santidad, y no pecadores; que no se ocupara en mostrar los rasgos más humanos de Jesús (se cansa, llora, tiene hambre y sed, trabaja). Hablar de un Hombre-Dios que hace todas estas cosas parece que devaluaría el mensaje que un posible falsificador quisiera transmitir de un ser tan especial, por lo que su presencia nos revela la intención de autenticidad de los autores sagrados.

En el marco de este último criterio tendríamos que añadir la coherencia verdaderamente pasmosa que se nos revela de los hechos y enseñanzas de Cristo, desde su predicación, sus milagros, sus parábolas, su vida y su muerte, así como la resurrección, y su relación con la primera comunidad cristiana.

La vida y la predicación de Cristo apuntan hacia una sola dirección única que nosotros llamamos el ideal de la vida evangélica, con unos principios y una enseñanza que aún hoy, dos mil años después de que fueron formuladas, se despliegan con toda su fuerza de conversión en nuestros corazones.


Otros enlaces:
Índice de artículos bíblicos
La presencia de Cristo en la Eucaristía
Oración para una visita a Jesús Sacramentado, por San Juan Pablo II
Diez consejos para perder la fe

martes, 30 de junio de 2009

Pensamientos (XXXV): San Francisco de Sales


Como el amor sólo mora en la paz, cuidad de conservar la santa tranquilidad de corazón que os recomiendo con tanta frecuencia.

Todos los pensamientos que nos causan inquietud y agitación del alma no son en absoluto de Dios, que es el Príncipe de la Paz. Son tentaciones del enemigo y, por consiguiente, hay que rechazarlas y no tomarlas en cuenta.


Sobre todo, es preciso vivir pacíficamente. Aunque nos llegue el dolor, interior o exterior, debemos recibirlo pacíficamente. Si nos llega la alegría, es preciso recibirla pacíficamente sin estremecernos de gozo. ¿Hay que huir del mal? Hay que hacerlo pacíficamente, sin preocuparnos, porque, de otro modo, al huir podríamos caer y proporcionar al enemigo el placer de matarnos. Hay que hacer el bien, hay que hacerlo pacíficamente, pues afanándonos, cometeríamos numerosas faltas.


Hay que vivir pacíficamente incluso la mortificación.


San Francisco de Sales, carta a la abadesa de Puy d'Orbe.



Enlaces relacionados:
Cristo y la Cruz
La mayor de las riquezas
Los regalos misteriosos de Dios