lunes, 21 de mayo de 2012

El papel del pecado en nuestras vidas

No podemos conocer la mente de Dios. Por lo tanto, cualquier esfuerzo por acercarnos a comprender la finalidad de todo lo que nos pasa (especialmente de las cosas malas) es siempre una tarea limitada.


De esta premisa parto.


¿Juega el pecado algún papel en nuestras vidas?


El pecado es siempre algo a evitar. Sin embargo, Dios sabe extraer sabias lecciones para nosotros, aun de lo más negativo, aún del pecado. Sí, Dios se vale de todo, incluso del pecado, para nuestro bien (Rm 8, 28).


La Iglesia proclama en cada Vigilia de Resurrección el Himno Pascual (Exultet), y en él decimos estas palabras compuestas por Santo Tomás de Aquino: "Feliz culpa, que nos mereció tal Redentor" (O felix culpa).


Estas palabras se basan en los escritos de San Agustín: "Dios juzgó mejor extraer el bien del mal, que permitir que no existiera el mal".


Es decir, el mal juega un papel en nuestras vidas. Pero no para regodearnos en él, para disfrutar de sus aparentes argucias y engaños, sino para utilizarlo como catapulta que nos dirija hacia el bien.


Cuando somos egoístas, estamos padeciendo el aislamiento a que nos conduce, la falta del goce del amor por el otro, creernos autosuficientes en todos. ¿Queremos seguir así?


Cuando somos soberbios, nos sentimos desplazados de los demás por nuestra propia exclusión, es decir, nuestra conducta nos aparta de los otros. ¿Esto nos llena?


Cuando somos libidinosos, creemos que ese placer no causa daño a nadie, pero nos daña a nosotros mismos, nos distrae de lo verdaderamente valioso en la vida, nos enfanga en una cadena ilimitada de goce pasajero que nos vuelve solitarios y nos aparta del amor verdadero. ¿A dónde nos conduce todo esto?


Cuando no amamos, nos privamos voluntariamente de nuestro prójimo.


Creemos que quienes se privan del resto del mundo son los Cartujos, y por lo tanto, en un primer vistazo, deberían ser los que menos aman a sus hermanos. Sin embargo, ellos conocen las más altas cotas del amor, mientras por otro lado muchas personas que viven en medio de nuestra sociedad experimentan la soledad y el aislamiento que te destruye y te amarga la existencia. Porque no aman.


¿Qué podemos hacer cuando experimentamos en nuestras vidas todos estos aspectos negativos del pecado? Utilizarlos como catapulta para salir de esa situación. Es el pecado el que nos proyecta hacia Dios.


¿Esto significa que debemos pecar para después obtener el beneficio de salir de ese pecado? Te contestaré con un ejemplo: paseamos tranquilamente por la calle, tropezamos en algún obstáculo evidente y nos caemos. Nos hemos hecho bastante daño y como consecuencia de él, nos proponemos tener más cuidado y no volver a tropezar en ese quicio. Incluso advertimos a nuestros amigos y familiares que tengan cuidado.


El dolor de la caída ha sido aleccionador, pero si se nos olvidara esa lección, no tendríamos la intención de volver a caernos para volver a tener el mismo dolor y volver a proponernos no caer. No. Incluso a nuestros amigos y familiares no les vamos a recomendar que caigan en el obstáculo para que sientan el mismo dolor que nosotros y no se tropiecen más.


Simplemente les  daremos nuestro testimonio personal diciéndoles que caer de esa manera puede causarles mucho daño.


El pecado (la caida) nos hace daño y a la luz de ese dolor, nos proponemos no volver a pecar (a caer). Pero no vamos a ser tan necios de pretender volver a pecar (a caer) con el objeto de que nos dañe (duela) para obtener nuevamente el beneficio del escarmiento.


Es decir, el efecto sanador del pecado no debe interpretarse nunca como una licencia para pecar. Dios quiere que experimentemos la enfermedad del pecado para que anhelemos la salud de la gracia y también, para que seamos testigos ante los demás de que es preferible la verdad a la mentira.


¿Qué condición es imprescindible para que el pecado sea sanador? Reconocernos pecadores y arrepentirnos. Cuántas personas viven en nuestro mundo inmersos en el pecado, público o no, y se mantienen así durante años, incluso durante toda su vida. A esas personas su pecado no les sana.


Círculo maravilloso que nos lleva a reconocer el efecto sanador del Sacramento de la Penitencia por el que nos reconocemos pecadores, nos arrepentimos y obtenemos el beneficio de la Gracia de Dios que nos saca de nuestro estado caido.


El pecado, que es dolor, aflicción, caída, oscuridad, se convierte en medio de salud, alegría y luz por medio de la acción de Dios.


Maravillosa la mente de Dios, sólo en lo que nosotros podemos alcanzar.


Enlaces relacionados:
¿En qué consiste comprender la mente de Dios? Juan Pablo II
El retrato de nuestra alma
El sentido del ayuno cristiano


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