sábado, 28 de febrero de 2009

¿Cuál es la verdadera libertad?

El pasado lunes 23 de febrero, víspera de la fiesta de Nuestra Señora de la Confianza, S.S. Benedicto XVI visitó el Seminario Mayor de Roma para su tradicional toma de contacto con los seminaristas de su diócesis.

En su alocución en forma de "lectio divina" a los seminaristas, publicada por la agencia de noticias Zenit, el Santo Padre incidió sobre el verdadero sentido de la libertad, como camino de liberación que el ser humano ha emprendido en muchos momentos de la Historia, con desigual éxito. Las palabras de San Pablo a los Gálatas nos iluminan: "Habéis sido llamados a la libertad".

Los temas claves que el Santo Padre desarrolla en su intervención son las siguientes:

Libertad y caridad:

- San Pablo: "que esta libertad no se convierta en un pretexto para vivir según la carne, sino poneos al servicio unos de otros en la caridad".

- Puede parecer que ser libre es vivir en el yo absoluto, que no depende de nada ni de nadie. Sin embargo, este yo absoluto es el "vivir según la carne" del apóstol. La libertad así entendida es sólo libertinismo o fracaso de la libertad.

- La libertad se reliza paradójicamente en el servicio. Seremos libres cuando nos pongamos al servicio unos de los otros.

Libertad en Dios:

- El hombre no es un absoluto. Nuestra verdad es que somos criaturas y vivimos en relación con nuestro Creador. Somos seres relacionales.

- Esta dependencia se ha visto en la Historia como una esclavitud de la que era necesario liberarse. Por el contrario, al ser Dios un ser bueno, esta dependencia de Él supone estar en el espacio de su amor, es decir, la dependencia es libertad.

- Cuanto más nos insertamos en la voluntad de Dios, más entramos en el espacio de la verdad.

Libertad y familia humana:

- Estamos en relación con Dios, pero también como familia humana unos con otros.

- Ser libre implica estar en el espacio de Dios, pero también ser una sola cosa con el otro y para el otro. Mi libertad supone el respeto por la libertad del otro.

- Si yo me absolutizo, me convierto en enemigo del otro. No hay convivencia posible. Sólo una libertad compartida es una libertad humana.

Libertad como orden en Cristo:

- ¿Cuál es la medida de este compartir la libertad? Es necesario un orden establecido para poder ejercer la libertad. Ese orden es el del Creador, el orden de la verdad que da a cada uno su sitio. Este orden exige respetar la verdad, pues 'la libertad contra la verdad no es libertad'.

- "Hemos sido llamados a la libertad", sí, por el Evangelio. Como dice San Agustín: "Ama y haz lo que quieras". Amar, según San Agustín, implica estar en comunión con Cristo, estar identificados con su muerte y resurrección, participar en los sacramentos, escuchar su Palabra para insertarnos en su voluntad divina.

(Extraído de la intervención del Santo Padre)

Enlaces relacionados:
Intervención completa del Santo Padre ante el Seminario Mayor de Roma
Mensaje del Santo Padre para la Cuaresma 2009

viernes, 27 de febrero de 2009

Pensamientos (VIII)


"Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia.

Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente.
El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno.

Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le suplica."


(San Pedro Crisólogo, Sermón 43: PL 52, 320. 322)

Enlaces relacionados:
Pensamientos de San Juan Damasceno
La Didajé
El Catecismo de la Iglesia y los judíos

jueves, 26 de febrero de 2009

¿Qué es el Testimonium Flavianum?


El Testimonium Flavianum es la fuente extrabíblica más importante sobre la persona de Jesús que conservamos. Es un breve texto cuyo autor es Flavio Josefo, un historiador judío, probablemente natural de Jerusalén, que mantuvo buenas relaciones con las autoridades romanas, lo que le valió su fama de buen negociador.

En la guerra contra los romanos previa a la conquista de Jerusalén de 70, él lideró a los judíos sublevados en Galilea. Como consecuencia de los sucesos bélicos, terminó pasándose al bando romano, llegando incluso a participar en el asedio a Jerusalén, su propia ciudad.

En su época ya adulta, escribió sus cuatro obras principales en Roma: La más importante, la
Guerra de los Judíos, escrita antes de 80 en arameo. También escribió Las Antigüedades de los judíos, su Autobiografía y el Contra Apión.

El más voluminoso y el que nos interesa para el fragmento del que hoy quiero hablar es las
Antigüedades de los judíos. Abarca desde la creación del mundo hasta Nerón, siendo los diez primeros volúmenes una recopilación de las historias bíblicas y los otros diez restantes las historias vividas por él u oidas de primera mano (según él testimonia).

En este libro aparecen
dos menciones de Jesús. La segunda de ellas, la menos importante, no presenta dudas sobre su autenticidad y habla de la ejecución de Santiago:

"Siendo así, Anás consideró que se presentaba una ocasión favorable cuando Festo murió y Albino se encontraba aún de viaje: convocó una asamblea de jueces e hizo comparecer a Santiago, hermano de Jesús llamado el Cristo, y a algunos otros, y presentó contra ellos la acusación de ser transgresores de la Ley, y los condenó a ser lapidados".

Este Santiago es el personaje que aparece en Mc 6,3. En este texto se atestigua que Jesús era conocido como el Cristo, es decir, el Mesías, y que tuvo este pariente llamado Santiago.

El primero de los textos de las Antigüedades es más importante, pues es el más largo que conservamos sobre la figura de Jesús y es el que conocemos como
Testimonium Flavianum:

"Por este tiempo vivió Jesús, un hombre sabio, si se le puede llamar hombre, que realizaba obras extraordinarias, maestro de todos los hombres que acogen con gusto la verdad. Arrastró a muchos judíos y a muchos paganos. Él era el Mesías. Aunque, por instigación de nuestras autoridades, Pilato lo condenó a morir en la cruz, los que antes lo habían amado no lo abandonaron, porque al tercer día se les apareció vivo de nuevo, como lo habían previsto los profetas, que además habían anunciado muchas cosas admirables sobre él. Hasta el día de hoy sigue existiendo el linaje de los cristianos, que se denomina así por él". (Antigüedades judías XVIII, 63-64).

Dado que no conservamos de esta obra manuscritos originales, sino copias medievales, se ha especulado mucho sobre la posibilidad de que esta mención de Jesús fuera obra de una mano cristiana que hubiera interpolado este texto, o parte de él. Sin embargo es digno de señalarse que utiliza unas expresiones muy propias de Flavio Josefo como "hombre sabio", "obras extraordinarias" (cuando en la tradición cristiana se utiliza la palabra 'milagro' o 'signo'), o la utilización de la palabra griega 'hedoné' (acogen
con gusto la verdad) de la que proviene hedonismo, de connotaciones negativas para un cristiano.

Por otro lado, las afirmaciones de la condición no meramente humana de Jesús que aparecen en el texto, no parece que pudieran ser obra de un judío como Flavio Josefo.

Por otras fuentes, conocemos una posible alternativa a este texto, mediante la traducción al árabe del texto flaviano citada por Agapio, un obispo de Hierápolis, en el siglo X:

"Por este tiempo, un hombre sabio llamado Jesús tuvo una buena conducta y era conocido por ser virtuoso. Tuvo como discípulos a muchas personas de los judíos y de otros pueblos. Pilato lo condenó a ser crucificado y morir. Pero los que se habían hecho discípulos suyos no abandonaron su discipulado y contaron que se les apareció a los tres días de la crucifixión y estaba vivo, y que por eso podía ser el Mesías del que los profetas habían dicho cosas maravillosas".

Aunque este texto no se libra tampoco de una posible interpolación cristiana, al leerlo críticamente junto con la primera versión nos proporciona mucha información sobre Jesús que podemos sospechar cierta debida a la distinta procedencia de ambas fuentes.

La existencia de fuentes extrabíblicas como el Testimonium Flavianum no nos aporta nada nuevo a los cristianos en cuanto al conocimiento del Señor; sin embargo, la importancia de estos escritos reside en que contextualizan la vida de Cristo en la Historia, no desde el testimonio de los que le hemos seguido a lo largo de los siglos, sino desde personajes no cristianos y, por tanto, no sospechosos de parcialidad.

Enlaces relacionados:
Para saber sobre San Marcos
¿Existió Pilatos?
Originalidad del Dios bíblico

miércoles, 25 de febrero de 2009

El ayuno, un gesto de amor


En este tiempo de Cuaresma, es habitual que la Iglesia nos proponga como un medio más de santificación el ayuno, es decir, la privación temporal del alimento de manera que lo experimentemos como una carencia en nuestra vida cotidiana.

Sin embargo, es muy frecuente que no entendamos el sentido del ayuno. O que lo intentemos explicar con razonamientos que no nos calan.

Muchas personas creen que puede tener un efecto terapéutico en nuestras sociedades en las que estamos acostumbrados a la sobreabundancia de alimentos. No creo que estuvieran de acuerdo con este argumento las personas que pasan hambre en países que sufren carencias de lo más elemental. Por lo tanto, no creo que el argumento terapéutico sea el más apropiado para explicar el sentido del ayuno cristiano.

En un segundo momento, podemos encontrar su lógica en el compartir. Nos privamos del alimento para compartir ese dinero que no gastamos con otras personas que lo necesitan. Este argumento utilitarista ("el ayuno sirve para que no gastemos...") tampoco es idóneo, a mi juicio, para explicar el sentido del ayuno. Es evidente que lo que no se consume puede ser entregado a alguien que lo necesite, pero entonces estaríamos hablando de la limosna, otro medio para la santificación en la cuaresma, y no del ayuno. Compartir los bienes, según el mandato de Cristo, es la tarea de cualquier cristiano. Pero ahora no nos estamos refiriendo a la limosna.

Hace mucho tiempo escuché una historia de una persona sencilla que puede ayudarnos a arrojar un poco de luz sobre la razón del ayuno. La mujer protagonista de esta historia tenía un hijo al que en su infancia le fue diagnosticado una diabetes juvenil. Como es natural, esto hacía que el régimen alimenticio de este niño se viera alterado sustancialmente. Mientras todos los niños se recreaban en golosinas, bocadillos y dulces, él no los podía tomar. Esto en un adulto supone un serio inconveniente, cuánto más en un niño en el que el ingrediente adicional es su inexperiencia y su inocencia.

Aquella mujer, para intentar consolar a su hijo que no podía tomar dulces, tomó una decisión: ella dejaría de tomar dulces también. Y así lo hizo. Si su hijo no podía tomar dulces, ella tampoco lo haría. A ella no le hacía daño el azúcar como a su hijo, pero ella renunció voluntariamente a ese alimento como un gesto de amor por su hijo.

Evidentemente aquello era un sacrificio para ella, le costaba trabajo, pero no estaba dispuesta a darse ese placer, ni aún ocultamente, si su hijo no podía hacer lo mismo.

En el mundo existe mucho dolor, mucha hambre: hay personas que pasan hambre en su cuerpo; otras pasan hambre de amor, de caricias, de gestos (esto es quizás aún peor); otras pasan hambre de relaciones humanas; otras pasan hambre de oraciones, como las almas que están en el purgatorio.

Todos pasamos algún tipo de hambre, porque todos nos necesitamos mutuamente y debemos suplir nuestras carencias recíprocamente. Y ayunar es la manera de sentirnos más cercanos de todos los demás, de olvidarnos de nosotros mismos y de nuestras necesidades para ir dándonos cuenta de que hay algo más que nuestro yo.

Guardar ayuno, entre otras cosas, es un gesto de amor que nos hace más cercanos a todos esos que pasan algún tipo de hambre, en definitiva, a todos los que todavía no reinamos con Cristo en su presencia. En el camino de amar cada vez más intensamente al prójimo, el ayuno debe ser un medio más para cumplir cada vez más perfectamente el mandato de Cristo.


Enlaces relacionados:
Si no te sientes satisfecho...
El amor visto por los niños.
¿Qué hacer con los hijos cuando los padres se separan?
Los regalos misteriosos de Dios

martes, 24 de febrero de 2009

Consideraciones sobre el Miércoles de Ceniza


El comienzo de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza se remonta a los tiempos de San Gregorio Magno o incluso anteriores. En el siglo IV adquiere la Cuaresma su carácter penitencial.

El signo de la ceniza como de penitencia y humildad es muy antiguo. Ya Jesús recrimina a las ciudades de Corozaín y Betsaida en Mt 11, 21: "
Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza."

Incluso en Grecia y Egipto en las ceremonias fúnebres se utilizaba la ceniza como señal de duelo. Los cristianos la utilizaron en el mismo sentido.

No es por tanto de extrañar que este uso pudiera terminar convirtiéndose en un acto litúrgico para simbolizar el comienzo de la cuaresma como tiempo de preparación y mortificación para la Pasión y la Pascua. Así comenzó siendo desde el siglo V.

Este rito se conserva ya en formularios del siglo VII en la liturgia romana según el cual los penitentes se presentaban ante los clérigos habilitados para ello en este día, y si sus pecados habían sido graves y públicos, recibían un cilicio con ceniza para retirarse a algún monasterio de Roma para expiarlos. En otros lugares, la penitencia era privada.

Los primeros formularios de bendición de cenizas que se conservan datan del siglo XI y recogen con alguna variante, las fórmulas actuales, así como la de imposición de las cenizas: '
Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás'.

Sobre este mismo siglo, la práctica de la ceniza ya se había extendido a cualquier cristiano arrepentido que quisiera recibirla. Pronto se hizo este uso general, incluso entre los clérigos.

Hoy en día sigue teniendo el mismo significado para nosotros de recordarnos nuestra condición efímera en este mundo, y es una manera especial de marcar el comienzo de la Cuaresma.

Las cenizas se obtienen por la quema de los ramos de olivo sobrantes del Domingo de Ramos del año anterior para simbolizar lo pasajero de la gloria que recibió al Señor en Jerusalén en dicho día. Nos recuerda que todo lo que poseemos en esta vida es polvo y que ese será nuestro propio fin.

Ninguno de los bienes materiales que nos rodean nos acompañarán en nuestro tránsito, sino que en aquel momento sólo serán nuestras obras las que presentaremos ante Dios: "
...ellos pueden descansar de sus fatigas porque sus obras los acompañan." (Ap 14, 13).

Es el momento de valorar las buenas obras y quitar valor a lo externo y vano. Nuestros auxilios para ello son: la oración, el ayuno y la limosna.

La oración para estar cerca de Dios, en su presencia, con humildad y perseverancia, para disponernos a cambiar nuestra vida. El ayuno, preceptivo en este día, para expresar que en nosotros hay algo más importante que las satisfacciones corporales y materiales. Y la limosna como símbolo del amor al prójimo al que debe movernos nuestra búsqueda de Dios.

Canonizaciones con lazo de oro


Si todas las canonizaciones son un regalo del Santo Padre para la Iglesia por los modelos de virtudes que nos proponen, la del próximo 11 de octubre de 2009 es de las que creo que son muy especiales por la magnitud de los nuevos santos:

-
Francisco Coll y Guitart, sacerdote dominico español, fundador de la Congregación de Religiosas Franciscanas de la Familia de María.

-
José Damián de Veuster, más conocido como el Padre Damián. Incansable defensor de la causa de los leprosos en la isla de Molokai en el archipiélago de Hawai. Ejemplo a seguir por todos los que andan desorientados en la Iglesia.

-
Rafael Arnáiz Barón, cisterciense español. Llevó una vida espiritual ejemplar que hoy nos sigue iluminando, y afrontó la enfermedad que le hizo morir joven con una entereza ejemplar.

-
María de la Cruz (Juana) Jugan, fundadora de la Congregación de las Hermanitas de los Pobres, modelo en la atención a los ancianos y necesitados allá donde están establecidas.

lunes, 23 de febrero de 2009

La Virgen María, la nueva Eva (y II)


(Viene de la parte I)

La concepción de María inaugura, por tanto, una nueva era en la humanidad, la era de la liberación del pecado original; de esa liberación todos participamos como hijos de Dios (que nos libera en Cristo) e hijos de la Virgen María (nuestra madre).

Y todo esto por disposición gratuita y generosa del mismo Dios creador que también libremente nos creó en el origen.

Pero no todo el camino estaba recorrido. Era necesario que ella y Él superaran la prueba del pecado. Si sabemos que Cristo (el santo por excelencia) y Eva fueron tentados (Mt 4, 1-11 y Gn 3, 1ss), la Virgen hubo de serlo también. Pero ella surgió victoriosa de esa tentación preservándose
libre del pecado hasta su tránsito. Si Dios la había preservado del pecado original por pura gracia divina, fue ella la que, por su virtud y con la ayuda de la misma gracia, perseveró hasta el final a diferencia de Eva.

Eva fue pura y pecó; la Virgen fue pura y perseveró. Eva nos trajo el pecado y la Virgen nos trajo al Salvador y nos mostró el camino de la santidad: perseverar hasta el final.

La consecuencia de su Inmaculada Concepción y de su vida de virtud, sin tacha de pecado ni el venial, tenía que ser forzosamente su
elevación al Cielo en cuerpo y alma. La muerte en el sepulcro no era el fin del ser humano previsto por Dios en el origen, sino que fue la consecuencia que nos trajo el pecado original. Por tanto, la Virgen María, libre de ese pecado propagado por el ser humano, tuvo que ser elevada al Cielo al final de su vida.

La Iglesia, movida por el Espíritu Santo, nos lo ha enseñado así y así lo hemos visto en la Historia. Muchos siglos pasaron hasta la definición dogmática de la Inmaculada Concepción en 1854 por S.S. Pío IX, pero ni un solo siglo hasta la de la Asunción de la Virgen a los Cielos en 1950 por S.S. Pío XII. Así lo vio lúcidamente éste Papa al definir este dogma:

"4. Este privilegio resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pío IX, de inmortal memoria, definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos privilegios están, en efecto, estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria en virtud de Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo.

Pero por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa.


5. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen Maria. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su concepción inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo.


6. Por eso, cuando fue solemnemente definido que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria de su concepción, los fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto antes fuera definido por el supremo magisterio de la Iglesia el dogma de la Asunción corporal al cielo de María Virgen."
(Constitución Apostólica Munificentissimus Deus, S.S. Pío XII, 1-Noviembre-1950)

La Virgen María es la Nueva
EVA porque ella es también la primera mujer pero de la nueva humanidad que brota de Cristo, por la que somos hijos de Dios, por el bautismo. Ella fue preservada del pecado original no por virtud propia, sino en atención a los méritos de Cristo, nuestro Redentor. Por esto, ella ocupa el primer lugar en el tiempo de esta nueva humanidad, pero teniendo en cuenta que Cristo es el verdadero autor de nuestra liberación.

La Virgen María es la
NUEVA Eva porque ella, a diferencia de la primera Eva, persevera hasta el final y se convierte para nosotros en la primera criatura que ha cumplido en su totalidad el plan primigenio de Dios para el hombre. De esa manera, la Virgen ha vencido a satanás, no en el sentido liberador en que lo hace Jesucristo que nos trae a todos una vida nueva, sino en el sentido de que ella ha conformado su vida completamente a los deseos de Dios, sin tacha, y nos muestra el camino de la vida santa.

Es por ello que ocupa un lugar de privilegio entre todas las criaturas. Porque gracias a ella y a su vida hemos comprendido que si queremos aspirar al Cielo, a la salvación eterna, sólo será posible si lo hacemos como ella, perseverando hasta el final.

Ella, la primera mujer nueva nos enseña el
camino del seguimiento de Cristo a todos nosotros. Ella lo cumplió en perfección pues fue preservada del pecado original y además perseveró en la virtud hasta el final. Nuestra misión será la de perseverar, la de cumplir la vida de virtud deseada por Cristo, ya que hemos nacido con el pecado de los primeros padres.

Este
pecado es heredado y nos ha sido perdonado por el Bautismo; nuestras obras son nuestras y nos acompañarán ante Dios: "Luego escuché una voz que me ordenaba desde el cielo: 'Escribe: ¡Felices los que mueren en el Señor! Sí –dice el Espíritu– de ahora en adelante, ellos pueden descansar de sus fatigas, porque sus obras los acompañan'". (Ap 14, 13)

Enlaces relacionados:
La Virgen María, la nueva Eva (I)
Novedades sobre la Virgen de Guadalupe

domingo, 22 de febrero de 2009

Cristo, la Verdad


No hace muchos días veía un video en internet en el que un sacerdote explicaba su experiencia. Él había vivido una vida tibia y de contradicción con la vida de un verdadero sacerdote. No se hallaba satisfecho de ella, y le llegó la hora de dar cuenta a Dios de sus actos.

Él decía que en el momento de comparecer ante el juicio de Cristo, él no podía negar nada de las acusaciones que en su mente se formulaban. Veía transcurrir su vida de pecado y de error y no podía argüir nada en su favor. En muchas ocasiones en su vida, había urdido disculpas para sus errores, justificándolos en múltiples circunstancias benevolentes siempre con él.

Pero en aquel momento a todas las acusaciones que se le formulaban solo podía afirmar: "sí, sí, sí..." en su mente. Las excusas preparadas no podían brotar de su boca, sino que se veían sofocadas en su propia mente. Estaba totalmente desarmado de sus pobres justificaciones.

Fue la misericordia de Dios, intercedida por la voz femenina de la Virgen María la que le dio una nueva oportunidad para rectificar su vida, y tener la oportunidad de contarnos a nosotros esa experiencia. Y así volvió de aquel Juicio.

No es el momento de discernir sobre la veracidad de dicho testimonio, que siempre quedará en el ámbito privado de la persona particular, tanto de la protagonista de este relato como de la persona que de buen fe lo escucha.

La Iglesia no obliga a creer en dichos episodios pues de sucederse realmente tal y como se narran, pertenecerían siempre al ámbito de las revelaciones privadas.
Hoy lo traigo a colación no porque quiera subrayar la veracidad del mismo, sino porque me ha hecho reflexionar: de un modo u otro todos intentamos justificar nuestro proceder a lo largo de la vida y de modo consciente o inconsciente elaboramos excusas para nuestro comportamiento.

Para nosotros es más fácil continuar con nuestros hábitos de pecado y buscar justificaciones que comenzar la tarea de la conversión y abandonar nuestra vida anterior. A esto nos hemos acostumbrado año tras año, cuaresma tras cuaresma, propósito tras propósito.

Pero nos olvidamos de que hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo, que es la Verdad. Y ante el que es la Verdad, no cabe la mentira, ni aún la piadosa o benevolente, la tergiversación, la adulación, la excusa falsa, la argumentación falaz, aunque sea bienintencionada... en definitiva, todos estos recursos a los que estamos acostumbrados a usar en nuestra vida para sacarnos de nuestros apuros.

Es cierto que muchas circunstancias de nuestra vida pueden justificar nuestros actos y exculparnos a nosotros, pero también es cierto que con demasiada frecuencia y ligereza acudimos a estas disculpas para explicar nuestro obrar pecaminoso.

No siempre nuestros actos son libres, y la libertad es presupuesto imprescindible para que exista pecado. Si no hay libertad, si no hay acto libre, no hay pecado.

Sabemos que Cristo es Misericordia, pero también es Verdad. Y confiar en nuestros pobres argumentos ante el que es la Verdad es vano. Siempre estaremos confiados en Su Misericordia, pero no en nuestras palabras superficiales.

La vida de santidad que Dios quiere de nosotros debe estar cimentada en la Verdad, que también es parte de la virtud. Obtendremos Misericordia si amamos la Verdad a lo largo de toda nuestra vida de cercanía con Jesús, en la oración, en la confesión, a la hora de acercarnos a la Eucaristía.

La confesión es esto: obtener el perdón de Dios a cambio de reconocerle como Suma Verdad y testimoniar nuestros pecados verazmente ante el sacerdote. La Verdad es, por tanto, presupuesto de la Misericordia.

Pero amando la Verdad no podemos caer tampoco en el miedo irracional ante nuestro Salvador. Él nos ha hecho promesas de salvación, pero somos nosotros los que hemos transformar nuestra vida al modo de Jesucristo. Y esto lo hacemos pareciéndonos a Él que es el Sumo Bien (cuando obramos virtuosamente), pero también la Suma Verdad (cuando no lo somos tanto y tenemos que acudir a la confesión para reconocer la certeza de nuestros pecados). Y la verdad nos debe llevar a una auténtica humildad de reconocer nuestras pobres fuerzas, pero también a una sinceridad para afrontar nuestras pobrezas y miserias.

Otros enlaces:
Lecturas recomendada: Hipótesis sobre Jesús.
La Nueva Eva (I).