martes, 24 de febrero de 2009
Consideraciones sobre el Miércoles de Ceniza
El comienzo de la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza se remonta a los tiempos de San Gregorio Magno o incluso anteriores. En el siglo IV adquiere la Cuaresma su carácter penitencial.
El signo de la ceniza como de penitencia y humildad es muy antiguo. Ya Jesús recrimina a las ciudades de Corozaín y Betsaida en Mt 11, 21: "Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza."
Incluso en Grecia y Egipto en las ceremonias fúnebres se utilizaba la ceniza como señal de duelo. Los cristianos la utilizaron en el mismo sentido.
No es por tanto de extrañar que este uso pudiera terminar convirtiéndose en un acto litúrgico para simbolizar el comienzo de la cuaresma como tiempo de preparación y mortificación para la Pasión y la Pascua. Así comenzó siendo desde el siglo V.
Este rito se conserva ya en formularios del siglo VII en la liturgia romana según el cual los penitentes se presentaban ante los clérigos habilitados para ello en este día, y si sus pecados habían sido graves y públicos, recibían un cilicio con ceniza para retirarse a algún monasterio de Roma para expiarlos. En otros lugares, la penitencia era privada.
Los primeros formularios de bendición de cenizas que se conservan datan del siglo XI y recogen con alguna variante, las fórmulas actuales, así como la de imposición de las cenizas: 'Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás'.
Sobre este mismo siglo, la práctica de la ceniza ya se había extendido a cualquier cristiano arrepentido que quisiera recibirla. Pronto se hizo este uso general, incluso entre los clérigos.
Hoy en día sigue teniendo el mismo significado para nosotros de recordarnos nuestra condición efímera en este mundo, y es una manera especial de marcar el comienzo de la Cuaresma.
Las cenizas se obtienen por la quema de los ramos de olivo sobrantes del Domingo de Ramos del año anterior para simbolizar lo pasajero de la gloria que recibió al Señor en Jerusalén en dicho día. Nos recuerda que todo lo que poseemos en esta vida es polvo y que ese será nuestro propio fin.
Ninguno de los bienes materiales que nos rodean nos acompañarán en nuestro tránsito, sino que en aquel momento sólo serán nuestras obras las que presentaremos ante Dios: "...ellos pueden descansar de sus fatigas porque sus obras los acompañan." (Ap 14, 13).
Es el momento de valorar las buenas obras y quitar valor a lo externo y vano. Nuestros auxilios para ello son: la oración, el ayuno y la limosna.
La oración para estar cerca de Dios, en su presencia, con humildad y perseverancia, para disponernos a cambiar nuestra vida. El ayuno, preceptivo en este día, para expresar que en nosotros hay algo más importante que las satisfacciones corporales y materiales. Y la limosna como símbolo del amor al prójimo al que debe movernos nuestra búsqueda de Dios.
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