domingo, 27 de mayo de 2018

Consagración a la Santísima Trinidad

¡Oh, Dios mío, Trinidad Beatísima! Sacad de mi pobre ser el máximo rendimiento para vuestra gloria y haced de mí lo que queráis en el tiempo y en la eternidad . Que ya no ponga jamás el menor obstáculo voluntario a vuestra acción transformadora. Que la gracia alcance en mí el grado de desarrollo que me tenéis asignado desde toda la eternidad con vuestra primera intención, y “según la medida de la donación de Cristo”.

Segundo por segundo, con intención siempre actual, quisiera ofreceros todo cuanto soy y tengo ; y que mi pobre vida fuera en unión íntima con el Verbo Encarnado un sacrificio incesante de alabanza de gloria de la Trinidad Beatísima. Y quisiera haberlo hecho así desde el primer instante de mi concepción y seguir haciéndolo hasta la consumación de los siglos, cada vez con más intensidad y perfección.

¡Oh, Dios mío, cómo quisiera glorificaros! ¡Oh, si a cambio de mi completa inmolación, o de cualquier otra condición, estuviera en mi mano incendiar el corazón de todas vuestras criaturas y la Creación entera en las llamas de vuestro amor, qué de corazón quisiera hacerlo! Que al menos mi pobre corazón os pertenezca por entero, que nada me reserve para mí ni para las criaturas, ni uno solo de sus latidos. Que ame inmensamente a todos mis hermanos, pero únicamente con Vos, por Vos y para Vos.

¡Oh, Dios mío! Os amo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Más que a mi pobre vida, más que a mi pobre alma, más que a mi propia salvación, que os pido humildemente subordinándola a vuestra mayor gloria. Pero quisiera amaron con el amor de los más abrasados serafines, con el de todos los ángeles y bienaventurados del cielo, almas del purgatorio y justos de la tierra. Quisiera amaros con el corazón de todas vuestras criaturas, incluyendo a las que no os han amado, no os aman y no os amarán y a los mismos demonios y condenados del infierno. Quisiera, sobre todo, amaros con el corazón de San José, con el Corazón Inmaculado de María, con el Corazón adorable de Jesús. Quisiera, finalmente, hundirme en ese Océano infinito, en ese Abismo de fuego que consume al Padre y al Hijo en la unidad del Espíritu Santo y amaros con vuestro mismo infinito amor. Y quisiera que todas vuestras criaturas pasadas, presentes y futuras os hubiésemos amado y os amaran así desde el primer instante de su ser y seguir haciéndolo hasta la consumación de los siglos y por toda la eternidad.

Quiero, Dios mío, poner mi alegría en vuestra alegría, mi felicidad en vuestra felicidad, mi gloria en vuestra gloria . Que el pensamiento de que Vos, Dios mío, sois infinitamente feliz y no dejaréis de serlo jamás ocurra lo que ocurra, sea ya la fuente única, el manantial inagotable de mis alegrías y toda mi felicidad.

¡Padre Eterno, Principio y Fin de todas las cosas! Por el Corazón Inmaculado de María os ofrezco a Jesús , vuestro Verbo Encarnado, y por Él, con Él y en Él, quiero repetiros sin cesar este grito arrancado de lo más hondo de mi alma: Padre, glorificad continuamente a vuestro Hijo, para que vuestro Hijo os glorifique en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos (Jn 17, 1).

¡Oh, Jesús, que habéis dicho: Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiera revelárselo (Mt 11, 27)!: “¡Mostradnos al Padre y esto nos basta!” (Jn 14, 8).

Y Vos, ¡oh, Espíritu de Amor!, enseñadnos todas las cosas (Jn 14, 26) y formad con María en nosotros a Jesús (Gal 4, 19), hasta que seamos consumados en la unidad (Jn 17, 23) en el seno del Padre (Jn 1, 18). Amén.

Fr. Antonio Royo Marín, OP

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