viernes, 8 de abril de 2016

Qué dice Santo Tomás de Aquino del tema de la inmigración

Comento aquí algunas de las ideas que Santo Tomás de Aquino expone en la Suma Teológica Sección primera de la segunda parte (I-II, Q. 105, art. 3) sobre la inmigración.

- No todos los inmigrantes son iguales. Los hay pacíficos y los hay hostiles. Todas las naciones tienen el derecho a decidir qué inmigrantes son beneficiosos para ella, esto es, los pacíficos. Es una cuestión de autodefensa. El Estado puede rechazar a los delincuentes, traidores y otros elementos hostiles.

El Estado tiene el derecho y el deber de aplicar sus propias leyes.

- Santo Tomás reconoce que otros pueden tener el derecho de venir y visitar nuestro hogar durante un tiempo. Estos extranjeros deben ser tratados con amor y respetados como es debido a toda persona de buena fe. La ley debe proteger a estos extranjeros de cualquier trato malo. (cfr. Exodo, 22)

- Santo Tomás reconoce que habrá quien quiera venir y permanecer, incluso llegar a ser ciudadano del lugar. Establece que la primera condición debe ser integrarse en lo que puede considerarse la cultura y vida de la nación que le acoge.

- Otra cuestión es que la concesión de la condición de ciudadano no debe ser algo inmediato. Ya Aristóteles decía que dicha integración podría dudar hasta varias generaciones. Santo Tomás no establece ningún tiempo concreto, pero sí que puede llevar mucho tiempo.

- Santo Tomás arguye que la razón para esto es que pueden ocurrir muchas desgracias debidas a que el extranjero no tiene asentado en su corazón el bien común del lugar que le acoge y puede intentar algo perjudicial para los habitantes del lugar. Es peligroso y potencialmente dañino poner el futuro de tu propia tierra en manos de aquellos que han llegado a ella recientemente que, aunque no tengan mala intención, no tiene conocimiento de lo que ha pasado en esa nación en el pasado ni de lo que pasa actualmente.

- Sin embargo, puede haber excepciones para personas concretas que puedan ser admitidas gracias a un acto de virtud (cfr. Judith 14, 6). Las reglas no son rígidas, puede haber excepciones basadas en las circunstancias. Pero esas excepciones no pueden ser arbitrarias sino basadas en el bien común, es decir, de todos.

El objeto primordial de la inmigración tiene que ser la integración, no la desintegración o la segregación. El bien común tiene que estar en el centro de las leyes que regulen la inmigración. No pueden dar lugar a la destrucción del estado o su aniquilación.

Como podemos ver está muy lejos de la doctrina católica el buenismo que pretende que las fronteras son un estorbo para las personas. Parece que Santo Tomás no se cortaba un pelo al decir las cosas claras.

Coloco aquí el enlace al artículo original (en inglés) de donde he extractado estas notas lo más fielmente posible.

Enlace: ¿Qué dice Santo Tomás sobre la inmigración?

Para que el amigo que lo desee pueda comprobar lo dicho aquí, dejo el enlace a la Suma Teológica en español. Solo hay que pinchar en el número 105 y elegir el artículo 3:

Otros enlaces:
Los regalos misteriosos de Dios
Si yo fuera capaz de comprender...
Las flechas en la aljaba, de un vistazo

miércoles, 6 de abril de 2016

Cuando se confunde la opinión con el magisterio

La Primacía del Papa y su autoridad, que provienen de la elección recibida, es indiscutible, si bien, como cualquier otro mortal, puede cometer errores de juicio o apreciación. No está libre de ellos, dado que la actividad magisterial infalible es extraordinaria y sujeta exclusivamente a materia de fe y costumbres.

- La misión principal de la Iglesia es la de ser el vehículo idóneo para la salvación de las almas, que es lo más importante de todo. Su finalidad no es la de convertirse en un Robin Hood o en un brazo político de ninguna ideología; por lo que no debe someterse a ninguna de ellas, ni aprobarlas ni denostarlas.

- Ninguna opción política es completamente deseable o perfecta para el cristiano. Pero si el criterio de la perfección de ideales fuera el que tuviéramos que seguir, seguro que 1.000 millones de católicos del mundo no tendríamos partido al que votar. Por desgracia no tenemos más remedio que asociar nuestro voto al partido que más se acerque a nuestro ideal cristiano y a nuestra moral (pero sabiendo que ninguno es perfecto).

- Todos estamos llamados a la salvación. Los altos y los bajos; los gordos y los delgados; los sacerdotes y los laicos; las monjas y las casadas. Nadie lleva ventaja a nadie en este camino. Nadie obtiene un bono que le facilita el acceso a la salvación o adquiere el derecho de usar un atajo que le conduzca a la meta final. Todos estamos en el mismo camino.
Tanto el rico como el pobre tienen que buscar su camino de salvación (Catecismo, 588). Nadie nace con la vitola en la solapa que le garantice su entrada en el cielo. El rico, si vive apegado a sus riquezas, tendrá que buscar a Dios verdaderamente y colocarlo por encima de ellas si quiere alcanzar la salvación; y el pobre, también tendrá que buscar su salvación y hacer de su vida el camino que le conduzca a ella.
La salvación no es un problema de equilibrio patrimonial, sino de hacer que Cristo reine realmente en nuestro corazón con todo lo que ello conlleva: sin reducciones en su mensaje, sin recortes en sus peticiones, con la pura exigencia del Evangelio, sin menoscabo alguno. Para todos.  "Mira que estoy a la puerta y llamo".

- ¿Quién es el rico y quién el pobre?. Evidentemente podemos pensar en ejemplos de nuestra sociedad que asociaríamos fácilmente en estas dos categorías. Pero la inmensa mayoría no nos movemos en los extremos sino que estamos en una situación intermedia, difícil  de definir.
¿quién es el rico? el que vive apegado a las riquezas y ha hecho de ellas su dios.
¿quién es el pobre? el auténtico pobre es el que acoge a Dios con un corazón humilde (Catecismo, 544) y ha hecho de Él su baluarte, su refugio, su Señor.
¿Hay muchos ricos que no tienen mucho dinero? Seguro, porque hay mucha gente que vive apegado al dinero, incluso al que no tienen.
¿Hay muchos pobres alejados de Dios? Seguro, porque la condición de pobreza no garantiza un apego a Dios y a su Palabra.
¿Los pobres son sólo los que no tienen dinero? No. Muchas personas que viven apegadas a Dios carecen, en lo humano, de muchas otras cosas: amor, comprensión, compañía, calor humano, etc. Y nadie puede decir que estas carencias son más llevaderas que la económica.
La Beata Teresa de Calcuta nos lo recuerda claramente: "No hay pobreza mayor que la falta de amor".
¿Esto quiere decir que no tenemos que ayudar a las personas necesitadas económicamente? El mismo Jesús lo dijo: estuve enfermo y me visitáteis, desnudo y me vestisteis, .... El necesitado es Cristo y no podemos volverle la cara, porque se la volvemos a Cristo. Pero hay muchas necesidades distintas que cubrir, y no podemos hablar sólo de la económica (Mt 25, 31-46).

- El pecado es un acto personal (Catecismo, 1868), no social,  si bien se puede cooperar al pecado de otros. Pero Cristo no quiere que al asesino, al ladrón, al hijo pródigo, se le cuelgue un sambenito permanente al cuello de manera que esa condición le acompañe toda su vida, sin remedio. No. Quiere su conversión y que viva. Y así ofrece sus brazos abiertos a todos. Sin condenar a nadie, sin ponerle una etiqueta, sin estigmatizarlos, sin maldecirlos, sin señalarles con el dedo como el origen de todos los males (Jesús a la Magdalena: nadie te condena. Vete en paz y no peques más) (Jn 8, 11).

- Capitalismo y socialismo. Decir que nuestras sociedades son capitalistas no es exacto. Con una tasa impositiva en España de casi el 50% de los ingresos de las personas, con medidas sociales que cubren muchas necesidades (y que incluso se usan para comprar favores y votos), con legislaciones proteccionistas para el más débil (legislación laboral, sanitaria, infancia, etc.) calificar nuestras sociedades de capitalismo al estilo de Adam Smith es una auténtico desenfoque.

Y aún así, el dinero que aportamos con nuestros impuestos sinceramente no creo que deba imputársenos como cooperación a las necesidades ajenas, pues San Pablo, en 1ª Corintios 13, lo deja bien claro: si no tengo amor, de nada me vale lo que haga. Es decir, es necesario que dé de lo mío a los otros con amor, y en eso no cuentan los impuestos.

Por otro lado, el socialismo ha tenido su incursión en el campo de la Iglesia durante el siglo XX de manera muy insistente y apreciable (me remito a las declaraciones de Ion Mihai Pacepa reconociendo la creación por parte del KGB de la teología de la liberación). Pero sus frutos no han sido muy notables. En el posconcilio, la confusión fue tremenda: seminarios vacíos, homilías convertidas en mítines políticos, etc. Las estadísticas de católicos en un país como México en el siglo XX son demoledoras: a principios del siglo XX eran católicos el 99,1% de la población mexicana. Durante el siglo XX se observa un descenso en todas las entidades federativas de dicho porcentaje, pero en la entidad en que el descenso es vertiginoso es el de Chiapas (el más fuertemente politizado en el ámbito eclesial) pues pasa del 99,3% (a principios del siglo XX),  al 96,5% (años 40), y al 91.2% (en los 70) y en el 2000 está en el 63,8%, mientras se mantienen en un orden entre el 96% y el 70% el resto de estados.

Toda esa disminución de católicos no fue en dirección al ateísmo, sino a otras sectas protestantes que crecieron en la misma magnitud, siendo Chiapas donde mayor porcentaje de crecimiento protestante se da (pues se pasa del 0,1% -a fines del XIX- al 5,2% -en los 70- y llega al 21,9% -en 2000-).

Este fenómeno, presente en otros países de hispanoamérica como Brasil, en el que la decadencia del catolicismo va en consonancia con la misma deriva y ha llevado a que el 23% de la población sean ya evangélicos, hizo que un pastor protestante declarara: "La Iglesia Católica hizo la opción por los pobres, y los pobres hicieron la opción por los pentecostales". Allá donde la Iglesia Católica más se politizó, junto a su decadencia, florecieron otras denominaciones cristianas. Resultaba que los fieles no buscaban en la Iglesia mítines políticos, sino que les hablaran pura y simplemente de Dios.

- Hace ya tiempo que la autoridad papal está desvinculada de la gestión del conocimiento científico, sin que eso signifique que no pueda existir una colaboración y un fomento de las ciencias por parte de la Iglesia. Por supuesto que sí. Pero las ciencias hoy día están muy especializadas, lo que no ocurría en el siglo XVI, por ejemplo. En la Edad Media y en las épocas que la siguieron, un físico y un matemático eran el mismo científico. La Historiografía o la Arqueología como ciencias, no existían. Filósofo era todo aquel que buscara el conocimiento profundo de las cosas, lo que muchas veces los llevaba al campo de la ciencia empírica (Blas Pascal, por ejemplo, gran pensador y físico).

Es decir, las ciencias no tenían unos límites precisos que las separaran. Por ello no era raro que el Papa, los teólogos y los filósofos del siglo XVI hicieran incursiones en el campo de la física o la astronomía para interpretarlas según criterios filosóficos y, por tanto, incluso también teológicos.

Hoy en día, sin embargo, esto ya no es posible. Un matemático y un físico tienen objetos distintos en su estudio, aunque tengan zonas de tangencia. Del mismo modo un astrónomo y un filósofo no van a intercambiar experiencias, pues sus respectivos ámbitos de conocimiento están muy delimitados.

Por todo ello, cualquier opinión que el Papa emita sobre un tema científico suena completamente disonante pues implica una incursión del pastor (el padre) en el campo del científico (el médico). Y si un joven está enfermo, quien debe opinar es el médico y no su padre.

Un padre, por muchos errores que cometa en su vida, no deja de ser padre. Pero eso no le libra del error. Moisés no dijo: "Honra a tu padre, sólo si acierta..." No. Dijo: Honra a tu padre. Nada más. Pero el sentido común y el sentido de la fe lo tenemos para discernir lo bueno de lo malo. Y no es la primera vez en la Historia de la Iglesia que tenemos que usar de dicho sentido. Y nuestra obligación sigue siendo la de desechar lo malo.


sábado, 12 de marzo de 2016

No has buscado a sabios ni a ricos

Los amables amigos que leen este blog desde hace ya algún tiempo han podido comprobar cómo, a través de mis artículos y referencias, ha sido siempre mi interés el expresar en palabras lo que creo que es el auténtico seguimiento a Cristo.

Sin restricciones a su mensaje; sin condiciones a sus mandatos; sin cortapisas a su voluntad, intentando ser fiel al mensaje recibido.

Principalmente por dos razones:
- porque el auténtico seguimiento de Cristo es el que nos transmitirá la felicidad que Dios quiere para nosotros.
- y porque en el juicio al que nos habremos de someter será el mismo Cristo nuestro Juez, y a Él no podremos ni mentirle ni regatearle nada.

Y no faltan nunca en nuestros tiempos mensajes torcidos (con buena o mala fe), incompletos, sesgados o simplemente buenistas que al final terminan por empañar e, incluso, hacer incomprensible el mensaje de Jesús.

El tema de los ricos y los pobres está claramente expresado en el evangelio e interpretado por la Iglesia en su magisterio. Pero el afán por hacer de este mensaje un repertorio de lugares comunes (fáciles de transmitir y de escuchar pero vacíos de contenido en la mayoría de los casos) hace que el auténtico mensaje de Cristo para todos nosotros quede difuminado o simplemente desvirtuado.

He encontrado en internet un artículo que resume admirablemente lo que pienso sobre este tema y por ello incluyo aquí un enlace a su contenido. No conozco a su autor, pero creo que el grandísimo porcentaje de su contenido con el que estoy de acuerdo, hace que pueda incorporarlo aquí.

Hoy más que nunca aprecio las palabras claras que aportan luz, en lugar de las palabras vacías que aportan oscuridad.

Artículo "No has buscado ni a sabios ni a ricos"


miércoles, 24 de febrero de 2016

Las flechas en la aljaba (XXI): Fe y confianza

Desde que iniciamos nuestro camino como cristianos hay una virtud y una palabra que nos acompaña constantemente: la fe.

Tenemos que tener fe en dios, algo pone a prueba mi fe, yo creo en Dios pero a mi no me afecta, tenemos que fortalecer nuestra fe, ¡Señor, aumenta mi fe!.....

Tantas expresiones que hemos oido, incluso pronunciado, usando estas palabras "fe" o "creer".

Es algo tan primordial que deberíamos pararnos a reflexionar para extraer todo el jugo posible a estas expresiones de manera que nos ayuden en nuestro caminar, sin pretender hacer un tratado de Teología Fundamental, ni de interpretación bíblica. Solamente equiparnos con una flecha más en nuestra aljaba para el camino de la vida.

La palabra española fe proviene de la latina fides, fidei, que comparte raiz con otra palabra latina confido (confiar), de la que deriva nuestra palabra confianza.

Es decir, si nos paramos a pensar un poco, podemos ver cómo la palabra fe y la palabra confianza designan el mismo concepto, por lo que la segunda puede ayudarnos a clarificar la primera.

¿qué significa tener fe? Tener fe es tener CONFIANZA. Si digo que "tengo fe en alguien", es que confío en él. Si digo que "creo en la familia" estoy diciendo que tengo confianza en que la familia es algo primordial.

Hemos dicho muchas veces: Yo creo en Dios (yo tengo fe en Dios) pensando que con esta expresión estamos diciendo: Creo que Dios existe. Y ya está.

Creer en Dios equivale como a decir, "vale, sé que Dios existe", pero sin que esa existencia transcienda a mi vida. No me compromete a mucho, es un mero hecho.

Sin embargo, la confianza no se queda sólo ahí. Si digo que confío en Dios, estoy diciendo mucho más, que Dios existe y que es importante en mi vida hasta el punto de que soy capaz de confiarle los principios de mi existencia para ponerlos en sus manos.

En realidad eso también es la fe, pero quizás con la palabra CONFIANZA se entienda mejor.

Les invito a hacer este pequeño ejercicio en sus meditaciones, en su oración, en sus lecturas espirituales o en cualquier conversación sobre temas cristianos: cuando recurran a la palabra fe, cámbienla por CONFIANZA.

Así es fácil caer en la cuenta que cuando decimos que "tengo fe en Dios" estoy diciendo que me pongo en sus manos y me confío a su voluntad.
Porque cuando confío en alguien, me fío de su voluntad, que sé que no me defraudará. Y si no confío en Él, es que mi fe es muy débil.

De la misma manera si digo "la fe cristiana es algo importante para mí", ¿qué estoy diciendo? Que algo importante en mi vida es mi confianza en Cristo, con todo lo que ello conlleva. Por eso la fe es una virtud esencial para el cristiano, sobre la que se sustenta todo, sobre la confianza que depositamos en Cristo.

¿Nos hemos parado a pensar si confiamos en Cristo? ¿Confiamos en su voluntad, o nos fiamos de Él? Pues si no somos capaces de confiar en Él, es que no tenemos fe. Tener fe es tener confianza en Él, pero si no somos capaces de confiar en Cristo, es que no tenemos fe en Él.

Por eso (en una interpretación meramente espiritual mía) la fe es un don de Dios. Es decir, de Dios parte la iniciativa de que confiemos en Él. Porque Él se hace digno de nuestra confianza y abre sus brazos a que nos entreguemos a Él y a su santa voluntad.

Somos nosotros los que recelamos, los que huimos de la confianza que nos da un amigo, los que nos da miedo entregar nuestra vida a Él que nos la pide para hacerla perfecta, santa, agradable a Dios mediante la lucha contra el pecado.

Cuando Adán se escondía de Dios en el paraíso, había perdido la fe en Él, es decir, había perdido su confianza en Él. Había confiado en el diablo antes que en la Palabra del mismo Señor. Recuperar la confianza es recuperar la fe.

A esto voy... ¿y el pecado? Que Dios sea el único autor de la norma moral (como nos enseña el Génesis en el relato del paraiso) nos obliga a confiar en Él que nos enseña cuál es el camino recto. Si intentamos crear nosotros el camino, inventarnos la enseñanza, no estamos confiando en Él, no estamos teniendo fe en su Palabra.

La Fe en Dios (Confianza en Dios) implica por tanto varios rasgos característicos:

- tener fe en Dios implicar conocer su existencia. El primer momento de la confianza en alguien nos lleva a conocer su existencia. No podemos confiar en lo que no existe, o en lo inanimado.

- tener fe en Dios y conocer su existencia nos lleva a confiar en Él para poder decir de verdad que creemos en Él. Decirle a alguien: creo en tí, pero no te confiaría ni lo más liviano de mi vida, no suena a veraz.

- tener fe en Dios (confiar en Él)  implica entregarnos alegremente a su voluntad (como hacemos con el verdadero amigo al que confiamos nuestra vida en los momentos clave).

- tener fe en Dios (confiar en Él) implica aceptar su enseñanza como la única norma moral segura. No podemos recibir ninguna enseñanza de un maestro si no confiamos en su sabiduría y su capacidad de transmitírnosla.

- tener fe en Dios (confiar en Él) nos lleva a esperarlo en el umbral de nuestra existencia con la misma confianza que el hijo pródigo puesta en su infinita bondad.

Otros enlaces:
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