martes, 19 de marzo de 2013

La entrega de la voluntad


Todos pensamos que nuestro mejor desarrollo pasa por afirmar nuestro yo, convertir toda nuestra actividad en algo que gire alrededor nuestro de manera que mi voluntad sea la que domine y ejerza el control sobre todo lo que me rodea.

En eso es lo que pensamos cuando convertimos nuestro matrimonio en un mero modo de vida en compañía, de manera que yo no pierda mi independencia, mi libertad.

En eso también pensamos cuando tenemos hijos para que sean nuestros satélites, para que nos permitan vivir nuestra vida y no nos molesten mucho.

Cuando pensamos siquiera en la posibilidad del aborto, estamos primando mi voluntad soberana sobre la voluntad del niño. El "Yo decido" es el motor de todo.

La única consecuencia posible de todo esto es que terminemos por pensar que podemos vivir sin Dios, que nuestra voluntad no debe encontrar ninguna cortapisa en un Dios lejano que no tiene nada que ver con nosotros. Si yo no hago mi voluntad, no voy a ser feliz.

Sin embargo, nuestra vida no es así, aunque a muchos les parezca esto. La vida del ser humano se desarrolla mediante la entrega de la voluntad, cuando no somos el centro de todo lo que pasa a nuestro alrededor. Esto es algo misterioso, pero forma parte del plan de Dios para con nosotros.

El marido entrega su voluntad a su mujer, y la mujer entrega su voluntad a su marido. De esta manera el matrimonio se convierte en una comunidad de vida, no en dos centros que pugnan por prevalecer. En el sentido de esta entrega mutua se entiende perfectamente que Jesús diga que el matrimonio es indisoluble.

El soldado entrega su voluntad a su superior y deja de hacer la suya en el campo de batalla, aun poniendo su vida en riesgo grave. Existe una causa superior y más grave que defender que la propia vida.

El médico entrega su voluntad a la salud de su paciente y hace verdaderos esfuerzos para que recupere su salud. Y es en esta entrega en donde la vocación médica alcanza su cénit.

El empleado entrega su voluntad a su jefe y se empeña porque el negocio se convierta en algo próspero según las indicaciones de su dueño.

El empresario entrega su voluntad a su cliente y se empeña por satisfacerlo para que su empresa pueda tener futuro.

El modelo más perfecto lo tenemos, como siempre, en Cristo: Él, que era Dios, entregó su voluntad al Padre y llevó a cabo el plan diseñado por Él, aunque eso le condujera a algo que le producía un inmenso terror (Mt 26, 42).

Muchas veces entregamos nuestra voluntad a causas que arruinan nuestras vidas: el delincuente que entra a formar parte de una banda, el adicto que se acoge al placer engañoso del deleite fugaz.

Si entregamos la voluntad en el camino adecuado, creceremos.
Si lo hacemos para el mal, nos hundiremos.
Y si queremos conservar nuestra voluntad, la perderemos.

Existen muchas liberalidades en la vida: el cliente que elige el producto que quiere comprar, nuestra libre decisión de tomarnos unas vacaciones del modo que más nos guste, pero ninguna de ellas nos hace crecer o prosperar. Forman parte de nuestras vidas. Crecer en la vida implica entregarse, en definitiva, negarse a sí mismo (Jn 12, 25).

Quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16, 25ss).

La Virgen María entregó su voluntad a Dios con el "hágase" al ángel; San José también recibió el signo del ángel que le advirtió en sueños´y esto hizo que entregara su voluntad al plan de Dios.

Este es el modelo del cristiano que es enviado por Jesús al mundo: hacer su voluntad, entregarse a Él y a su obra. En la negación del propio yo es donde resplandece ante el mundo la presencia de Dios.

3 comentarios:

  1. Se puede intentar, pero la vida sin Dios no es vida, es un sucedáneo.

    Un abrazo

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  2. La voluntad de Dios es lo único que nos debiera importar, pues haciéndola somos libres de verdad y aprendemos Amar. Dios nos ayude y su Espíritu Santo para dejarnos guiar.

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    1. Hacer la voluntad de Dios es hacer lo que nos conviene para nuestra felicidad.

      Un gusto saber de tí, Coto. Un saludo muy cordial.

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