lunes, 11 de marzo de 2013

Carpe diem

Algo sabemos cierto en nuestra vida, y es que habremos de morir. Muchas personas, ante esta certeza, el primer principio que se les viene a la cabeza es: "carpe diem" (aprovecha el día, disfruta del tiempo).

No importan los días que nos queden de vida, debemos de llenar nuestros estómagos y satisfacer todos nuestros placeres porque esta es la manera en la que llenaremos de sentido nuestras vidas.

Somos una especie de tren cuyas vías terminan en un precipicio y que no podemos detener, por lo que sabemos que caeremos por él tarde o temprano. Por lo tanto, debemos disfrutar de todo lo que el tren nos ofrece antes de que llegue ese momento, aunque eso nos lleve a una autodestrucción.

Sin embargo, Jesús nos ofrece una alternativa. Esta vida es apreciable, es digna, tenemos que vivirla y disfrutarla pero sin olvidar que la parte más importante y principal de toda ella se desenvolverá una vez traspasemos ese umbral.

A este lado del umbral somos aprendices del amor; a aquél lado seremos maestros en el amor, según hayamos aprovechado o no nuestro aprendizaje.

Jesús nos dice: "carpe diem, sí, ... pero para amar".

Llenar el estómago, emborracharse, drogarse, enviciarse en todos los placeres te lleva a un carpe-diem de autoaniquilación añadida al final natural.

Pero muchos se olvidan que nuestro ser no se caracteriza por tener un estómago, sino por tener un corazón. No somos "estómago", pero sí somos "amor".

¿Por qué decimos que el amor reside o se asocia al corazón, si este órgano no es más que un músculo? ¿Por qué no asociamos el amor con el bíceps o el cuádriceps?

Porque sin el corazón, no podemos vivir, de igual manera que sin amor no podemos existir.

El amor es la esencia de nuestras vidas, porque provenimos de la esencia del amor que es Dios y Él nos ha hecho partícipes de su esencia y naturaleza de esta manera.


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