Cito textualmente a continuación el elogio de las Santa mártires Justa y Rufina, en el Martyrologium Hispanum, tomo IV, pag. 164 ss. editado en Lyon en 1656:
Eran Justa y Rufina unas sencillas mujeres, de modesta condición, amables, castas y religiosas, que por sí mismas se ganaban la vida: "como quien nada tiene pero todo lo posee". Se dedicaban a la venta de objetos de alfarería. Estaban al cuidado de este su comercio de alfarería cuando se les entró un monstruoso ídolo, al que los paganos llamaban Salambone, pidiendo de ellas una ofrenda. Contestaron ellas: Nosotras adoramos a Dios y no un ídolo hecho a mano. Oyendo esto, aquel que iba por dentro del ídolo, lleno de ira arremetió contra las vasijas que las santas doncellas tenían allí para la venta, rompiéndolas y quebrándolas casi todas. Y entonces aquellas nobles y cristianas mujeres, no para tomar venganza del daño hecho a su pobreza, sino para destruir tal iniquidad, empujaron al ídolo que al caer al suelo se hizo pedazos. Divulgaron el hecho los paganos tachándolo de sacrilegio y clamando que debían ser juzgadas y condenadas a muerte.
Y como alguien se lo dijera al Gobernador, éste mandó al punto que las devotísimas vírgenes fueran encarceladas y bien custodiadas. Y cuando más tarde vino a la Ciudad, las mandó llamar para intimidarlas con la vista de los instrumentos de tortura. Comparecieron a la vista del juez totalmente entregadas a Dios, y aquel mandó traer el potro. Al instante las pusieron en él, más para su gloria que para castigo, y se dio la orden de atormentarlas con garfios. El interrogatorio del juez puso en claro que ellas admitían haber cometido el llamado sacrilegio.
Viéndolas el Gobernador con rostro alegre y buen ánimo como si no estuviesen padeciendo dolores, decide que hay que atormentarlas con mayor rigor, cárcel más dura y someterlas por hambre. Luego de hecho esto, mandó que las pusiesen a caminar por parajes difíciles y pedregosos. Llegó así el tiempo de alcanzar la victoria, sin que el premio a tal lucha se pudiese ya dilatar. Justa, agotada, expiró en la cárcel santamente. Y Rufina, que allí permanecía, fue más tarde y por mandato del juez degollada, entregando así su alma a Dios.
Todo esto ocurrió en Sevilla (España) a fines del siglo II d.C.
La mera presencia de un ídolo pagano ofendía la fe de las cristianas Justa y Rufina, cuya destrucción las llevó al martirio. No nos hacemos una idea de qué pensarían aquella heroicas mártires si vieran esos mismos ídolos dentro de un Templo cristiano.
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