Hace pocos días estaba viendo la versión antigua de la película "El retrato de Dorian Grey". Muchos podréis pensar qué tiene esto que ver con nuestra fe o con la religión, pero el hecho es que a mí me llevó a una reflexión que me gustaría compartir con vosotros.
El personaje de la película vende su alma al diablo para conservarse físicamente tan joven y bello como aparece en un retrato que le había hecho un famoso pintor. En esa "venta" su alma queda traspasada al cuadro y es éste el que envejece.
Si embargo otro fenómeno curioso ocurre con el retrato y es que también muestra toda la degradación moral que Dorian va sufriendo al llevar una vida disoluta y corrupta.
Hasta tal punto el retrato se vuelve repugnante que el mismo Dorian se siente tentado de cambiar su vida para ver si puede cambiar esa horrible pintura. Sin embargo debido a la naturaleza del pacto con el diablo eso ya no es posible.
Yo pensé, ¿y si cada uno de nosotros tuviésemos un cuadro de nuestra alma, donde se fuesen reflejando todos y cada uno de nuestros pecados?. ¿Qué supondría en nuestras vidas el ver como el pecado nos degrada y estropea ese alma pura y limpia que tenemos en el momento de nuestro bautizo, cuando ya hemos sido librados del pecado original?
Creo que a muchos de nosotros nos haría cambiar y querer ser mejores. Intentaríamos conservar nuestra alma tal como Dios nos la regaló, aunque sólo fuera por no ver nuestra propia fealdad, esa que sólo Él puede ver, la verdadera, la que los demás no ven.
A diferencia del personaje de la película nosotros sí que tenemos un medio para librarnos de esa fealdad: el sacramento de la penitencia.
Acerquémonos al confesionario, pidamos sinceramente perdón a Dios, cambiemos nuestras vidas, para que Él pueda siempre vernos limpios e intachables, a imagen y semejanza suya, tal como nos creó.