Sin embargo, la Iglesia católica nos sigue hablando del sacrificio como parte de nuestra vida para fecundar nuestra existencia cristiana. Pero, ¿tiene sentido esto?
Sin embargo, estamos acostumbrados a ver en nuestro entorno (y en nuestra propia vida) gestos y actitudes que en muchos momentos nos llevan a asumir cierto dolor o fatiga para evitar un mal a otra persona querida: los padres que se sacrifican por sus hijos, los profesionales que arriesgan su vida por salvar la de un desconocido, las incomodidades que soportamos por aliviar la soledad o la angustia de personas que sabemos que las padecen, etc.
Muchos de estos comportamientos los asumimos libre y directamente en nuestras vidas sin plantearnos graves problemas, como algo natural, porque forman parte del Amor que Cristo nos ha predicado y que queremos llevar a nuestra vida de cristianos.
¿Por qué, entonces, no aceptar sacrificios para expresar nuestro amor por aquella persona que se marchó a la casa del Padre y que puede necesitar nuestro alivio desde la otra vida, en el purgatorio?
¿Por qué no expresar nuestro amor por la persona que tenemos cercana a nosotros asumiendo las dificultades de la convivencia como un sacrificio?
¿Por qué no convertir en un gesto de amor aquella enfermedad que nos agobia, aquella soledad que nos oprime, antes que dejar que nos angustien hasta la desesperación, al estilo de Cristo?
El mejor sacrificio no es el que nos buscamos a nuestra medida (ésta o aquélla penitencia externa) sino el que asumimos en nuestro contacto con los demás como parte de nuestra existencia: sobrellevar las dificultades del día a día suele ser mucha mayor penitencia que los grandes gestos externos penitenciales.
Todos estas penalidades no son sino meros trasuntos del amor verdadero que debe presidir nuestro corazón, deben ser reflejo de él y la consecuencia ineludible de nuestra práctica de la caridad.
Por ello, el sacrificio, la penitencia, son consustanciales a la esencia del cristiano e inevitables en todo aquél que quiera vivir cada día más cerca del corazón de Cristo, es decir, de su Cruz y de su Amor.
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Sin cruz, sin sacrificio, sin penitencia, no se puede seguir a Cristo.
ResponderEliminarGran verdad lo que dices Paco. El camino del cielo pasa por la cruz.
ResponderEliminarUn abrazo.
Amar hasta que duela..
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