Dios puede sacar bien de donde quiera, incluso del pecado. Pero esto no nos autoriza ni a buscar el pecado ni a bendecirlo, ni a dar gracias a Dios por él.
Siempre tenemos que dar gracias a Dios por su acción y poder transformador que hace que del mal se derive una consecuencia positiva para nosotros. Pero no porque el mal sea bueno sino porque Dios puede transformar sus consecuencias, lo cual implica necesariamente una compensación en el mal causado.
Dios ni autoriza ni bendice el mal, ni puede hacerlo. El mal es consecuencia de nuestra propia libertad.
Por eso, no puedo estar de acuerdo con ninguna acción que pueda implicar una celebración o conmemoración de la reforma protestante de Lutero, ni nada que implique pedir un perdón por una falta que no alcanzo a ver siquiera su existencia.
¿La reforma nos ha traido bienes? Indiscutiblemente no, pues ha ocasionado que muchas personas hayan podido encontrar la condenación por su medio aparte de las consecuencias que nos llegan hasta hoy mismo de tergiversación de la doctrina y la naturaleza de Dios reveladas por Cristo y sostenidas por el Magisterio de la Iglesia.
Mientras Lutero en Europa se encargaba de robar fieles a la Iglesia Católica, en América se producía una intervención divina por la que sí tenemos que dar gracias a Dios: la aparición y el mensaje de la Virgen de Guadalupe. Los millones de fieles que Lutero acaparó con su error en Europa fueron devueltos a la Iglesia en forma de conversiones masivas a raiz de la impresión en la tilma de San Juan Diego.
Mientras la Virgen de Guadalupe acababa definitivamente con los sacrificios humanos en el nuevo conteninente, aquí en Europa muchos se apartaban de la fuente de la Vida.
Damos gracias a Dios por este fenómeno extraordinario, pero no lo hacemos porque la acción de Lutero pudiera haberlo provocado en la voluntad insondable de Dios.
Damos gracias por el testimonio de fe de los mártires, allá donde se hayan producido sus sacrificios martiriales, pero no podemos dar gracias porque el mal haya ocasionado la muerte de personas por la defensa de su fe. No damos gracias por las persecuciones de Diocleciano, ni por la revolución cristera ni por las infames persecuciones de la Guerra Civil española. Como tampoco lo hacemos por lo innumerables mártires que hoy dan su fe por Cristo.
Sus testimonios quedan inscritos con sangre y fuego en el Libro de la Vida, pero no nos alegramos en ningún modo de las causas que los provocaron, antes bien las denunciamos y queremos que se acaben con ellas. Por tanto tampoco podemos dar gracias a Dios por la causa que origino tantos martires que murieron ante los luteranos y anglicanos por su fe católica.
Vale más el testimonio de Santo Tomás More o de San Juan Fisher que el de muchos eclesiásticos de hoy.
Un acto del mal no puede convertirse en motivo de satisfacción ni celebración en ningún modo.
Nadie festeja la amputación de un miembro de su cuerpo. Y en este caso, un miembro del cuerpo no es un sujeto digno de ser considerado autonónmamente al propio cuerpo. Pero los que abandonaron la Iglesia por culpa de Lutero si fueron y son personas que siguieron su egoismo y engaño y que pusieron seriamente en juego su salvacion al apartarse de la fuente segura del camino hacia el cielo.
Ningún celo ecuménico es digno de atención si lleva parejo la distorsión del único sentido que tiene la Iglesia en este mundo: ser el vehículo de salvación para todo el género humano. Jugar a la unidad aunque la salvación destinada a todos se convierta en algo relativo o secundario no es otra cosa sino debilitar la misión primordial de la Iglesia.
Cuántas excusas futiles sirvieron para amparar tales fracturas en la Iglesia: la venta de indulgencias o un divorcio no pueden servir de justificación para hacer construcciones teológicas en el vacío que pretendamos ahora venir a alabar o mirar con buenos ojos cuales siervos embelesados con el traje nuevo del emperador.
Nadie duda de la existencia del pecado personal. Pero ay del pecado que sirve de escándalo (mala enseñanza) a otros. Ay de aquel que lleva al error a sus hermanos.
Nada, por tanto, que celebrar.
Otros enlaces:
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La cruz, la puerta de la salvación
Una tabla de consuelo y salvación
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