Pensamos que orar es dirigirnos a Dios, hablar con Él, pedirle por nuestras intenciones, ponerle al corriente de nuestras necesidades.
Solemos pensar que orar consiste en enlazar una retahila de palabras, y que como no somos capaces de hacer esto o nos aburre, no merece la pena orar.
Pensamos que orar es para las personas de fe elevada, para los monjes o religiosos, para las personas consagradas. Yo no necesito orar.
Sin embargo orar se parece más a escuchar, no con nuestros oídos sino con el espíritu, en nuestro interior.
Dios no necesita que le pidamos nada pues Él conoce nuestras necesidades, aun las que nosotros mismos desconocemos o no sabemos pedir.
Sin embargo, Él nos dice que tenemos que orar, porque por la oración nos ponemos en disposición de oir.
Jesús es el amigo del alma, aquel con el que no te cuesta trabajo abrir tu corazón porque te conoce perfectamente y tú lo conoces a él. Aquel del que sabes que no te va a malinterpretar, que no va a sacar dobleces ni malas intenciones de lo que le digas. Aquel que acogerá tus dolores con ternura y compasión, y no con indiferencia o lejanía.
Pero orar con Él no es una conferencia que le demos con nuestros pesares. Orar es hacer el silencio en nuestro corazón para escucharle, mediante la lectura de la Palabra de Dios, mediante las sugerencias íntimas que recibes en el fondo de tu alma, mediante la recta y sana interpretación de los signos que te rodean.
No ores hasta que Dios te escuche,
ora hasta que lo escuches a Él
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