Cada uno de nosotros, al nacer, hemos recibido un hermoso cuadro de las manos de Dios. Ese cuadro se nos entrega con su lienzo en blanco convenientemente enmarcado. No tenemos posibilidad de elegir la forma ni el color del marco, pues nos viene dado por Dios. Para realizar la labor de nuestras vidas de crear el mejor posible, cada uno recibe una gama de colores distinta: unos reciben una gran gama, muy variada y llena de matices y otros muy restringida y casi escasa.
Las normas son bien claras: no puedes confeccionarte un marco a tu medida, ni puedes pintar sobre él o salirte de él. El marco es intocable, si bien el lienzo blanco es capaz de recibir toda nuestra tarea de pintura. Por tanto, dentro del lienzo tendremos espacio suficiente para expresar el encargo recibido, pero no tenemos excusa para salirnos de él, ni invocando nuestra creatividad, ni nuestra adaptación a los nuevos modos del arte, ni nada por el estilo.
El modelo que tenemos que utilizar nos lo proporcionó Dios en carne humana, para que pudiéramos verlo con nuestros ojos: Cristo, su vida, sus palabras, su muerte y resurrección.
Dios nos mira con los ojos del mejor padre para ver cómo nos esmeramos en pintar nuestro cuadro. Y juzgará la labor de cada uno con misericordia y también con justicia.
Quien haya recibido los mejores colores, que haga todo lo posible por usarlos de la mejor manera que pueda. Quien sólo haya recibido un color, no se le va a exigir más, sino que pinte con él. Incluso si alguien recibe un lienzo pálido y deslustroso la calidad de su trabajo no se va a ver mermada, porque Dios juzgará con arreglo a lo que cada cuál haya recibido.
Que en algún momento nos salgamos del lienzo y manchemos el marco será lo normal. Nuestro pulso falla, a veces nos quedamos adormilados mientras pintamos, a veces nos distraemos o pensamos que otras cosas son más importantes .... y todo eso hace que alguna pincelada se nos vaya fuera. Gracias a que nuestras pinturas no son indelebles, podemos borrar las manchas del marco antes de entregar el cuadro a nuestro Maestro.
Algunas personas padecen algún problema en su pulso de manera que, debido a algún espasmo incontrolable, terminan por manchar el marco y mucho más de lo razonable. Cualquiera que viera la obra y no conociera la condición de su autor, pensaría que es un manazas, un descuidado o alguien que malintencionadamente está pervirtiendo la hermosa tarea encomendada de hacer la mejor obra posible (Catecismo, 1735).
Sin embargo, el Maestro, que sabe de su problema, mirará con benevolencia todos esos trazos fuera de lugar porque sabe que no son intencionados, que falta en su autor la libertad que es requisito indispensable para poder decir que una pincelada fuera de lugar es culpa de su autor o no. Y Cristo, que es el Juez perfecto, conoce el interior de cada uno para discernir si esa falta de libertad (ese espasmo) es verdadero o es fingido.
Otros, en cambio, mancharán el marco por mala fe, o por mero error pero sin cuidar su limpieza, o por no poner los protectores que evitarían la mancha ... por muchas circunstancias que terminarán por afear la obra y convertirla en algo inservible, falto de cuidado, falto de estética. Nadie vio expuesto en un Museo un cuadro con el marco manchado. No es digno de la mejor exposición.
El lienzo siempre lo podemos enmendar, el marco lo podemos limpiar, pero no podemos ensancharlo, ni romperlo, ni retorcerlo, ni cambiar su forma, ni engañarnos a nosotros mismos pensando que el marco está más afuera de lo que realmente está. Si nuestras gafas engañan nuestra vista, es problema de nuestras gafas, no del marco. El marco se nos ha dado porque es el que nos conviene para nuestro dibujo, no por capricho divino. Y reúne todas las condiciones necesarias para que el dibujo quede perfecto.
¿Y qué ocurriría si sobre una mancha que hayamos cometido, colocamos un adhesivo transparente? Por más que la limpiemos, no se borrará porque está debajo de la cinta adherente. ¿Qué podemos hacer? La mancha sigue estando y es intencionada, no excusable. No está causada por un espasmo muscular que justificaría a su autor.
¿Cabría afrontar alguna tarea sobre el adhesivo de manera que pudiéramos disimular la mancha? Si arrancamos el adhesivo, cabe la posibilidad de estropear aún más el marco, aunque siempre se puede afrontar. ¿Y si modificamos el marco para solucionar el problema? El marco no puede cambiarse, eso está claro. No hay una solución clara a priori. Hay caminos en la vida que nos llevan a atolladeros morales importantes, pero que no pueden saldarse alegremente con una barra libre de gracia, porque ha existido la libertad suficiente en cada uno para elegirlo.
Aun así siempre es posible intentar una vuelta atrás aunque con muchos sacrificios. A lo mejor habría que reparar el marco de una manera extraordinaria de manera que conservara su integridad puesto que, lo digo una vez mas, es inalterable. Y esto requiere un gran esfuerzo.
¿Existen manchas culpables absolutamente indelebles para la voluntad humana? No, no existen. La pintura siempre se puede eliminar. Somos nosotros los que convertimos ciertas situaciones en verdaderos problemas que hacen que las manchas aparenten ser indelebles pero no lo son. Ante esas situaciones una mancha sigue siendo una mancha. No le echemos la culpa al creador del marco.
El Maestro es tan benevolente en nuestra tarea artística que permite que algunos de nosotros mejoremos la obra de otros. Incluso que les ayudemos a borrar sus manchas del marco. ¡Qué tarea más maravillosa!. Yo mismo contribuyendo a mejorar la obra de otros y que otros me ayuden en mi tarea. No cualquier obra es susceptible de ser mejorada por otros. La que sea una auténtica catástrofe es dificilísimo, imposible diría yo, de enmendar por la buena voluntad ajena.
Evidentemente, con la oración como principal arma esa tarea es posible. Tanto en este mundo, como para aliviar el camino de los que aún estén en el purgatorio.
Al final, esto no es una carrera, ni un gran premio, ni una lotería, ni un concurso... nadie es el ganador, sino que cada cual obtendrá su premio según la obra que haya realizado. Incluso con la ayuda de otros. Engañar al Maestro es, simplemente, imposible. Y engañarnos a nosotros mismos es aún peor porque empaña en nuestro corazón la auténtica tarea de nuestra vida que es la de servir al Señor amándole. Si me engaño pensando que Dios va a dar por buenas las modificaciones o enmiendas que yo haya hecho, es un camino arriesgado y que no conduce a la felicidad.
¡Y qué hermoso es el cuadro de la persona que sabemos que dedicó mucho tiempo a ayudar a otros a mejorar el suyo, pues desprenderá una belleza digna de admiración! Dios, como padre perfecto, se sentirá tremendamente orgulloso de todos los que se hayan esmerado en hacer la mejor obra posible. Habrá auténticos Murillos o da Vincis. Pero tendrá una sonrisa de oreja a oreja con aquellos garabatos casi infantiles que reciba de quien no pudo hacer mas.
Otros enlaces:
El otero de Dios. Cómo nos ve Dios desde lo alto
El amor verdadero
La gebirá mesiánica en el Nuevo Testamento: La Virgen María