Desde su otero divisaba el más profundo horizonte llevando su vista más allá de donde ningún humano podía alcanzar fácilmente y aquello le imprimía a su espíritu una paz y serenidad que le hacía volar más alto, por encima de las nubes.
El valle se derramaba a sus pies, desparramándose hasta encontrarse con la espuma del mar que batía incesante contra la playa; él podía contemplar en la distancia a sus conciudadanos que se afanaban en aquellos inmensos pastizales que al borde del mar daban sus frutos generosos. Aquel pueblo vivía de sus cosechas y eso el viejo lo sabía.
Pasado el estupor inicial, con el rostro desencajado, en una reacción propia más de un loco, alcanzó a coger su calzado y comenzó una desenfrenada carrera ladera abajo. Iba al límite de la velocidad que sus piernas le permitían. Corría y corría, mientras sus pensamientos le empujaban cada vez más en su loco arrebato.
Llegó al valle en su desarbolamiento antes de que su mente hubiera pergeñado alguna idea. Casi sin pensarlo, cogió una tea de las que sirven a los labriegos para calentarse y comenzó a prender fuego a los pastizales. Era la temporada seca y el fuego volaba por entre las matas de aquellos campos.
Los labriegos no salían de su asombro: estaban viendo con sus propios ojos cómo aquel viejo loco estaba quemando el fruto de sus trabajos, lo que habría de darles de comer hasta el próximo año. Y todo estaba siendo devorado por aquel fuego.
Sin que mediara ni una sola voz, soltaron los aperos de labranza que tenían en las manos y salieron corriendo en pos de aquel loco. La brisa marina aventaba aquel huracán de fuego, por lo que aquellos labriegos desfogaron su rabia persiguiéndolo a él.
El viejo levantó la mirada de su faena destructora y entre las brasas vio cómo sus vecinos comenzaron a perseguirle abandonando todo a su paso. Con la complacencia de una leve sonrisa, soltó la tea que tenía en las manos y comenzó a correr ladera arriba tan rápido como pudo.
Su vida dependía de ello.
Había tomado muchas decisiones en su vida, pero aquello no tenía nombre. Destruir de aquella manera tan inútil el trabajo de tantas familias no podía recibir ningún perdón. No habría explicación posible para aquello, por lo que todos estaban dispuestos a acabar con aquel viejo de una vez para siempre.
Movidos por su ira, contemplaban al ir subiendo por la ladera la devastación del fuego en aquellos fértiles campos, prendiendo aún más la hoguera de su odio por aquel insensato de modo que los últimos tramos de la escarpada subida los hicieron sin fuerzas pero con la llama del rencor prendida vivamente en su corazón.
El viejo apenas les pudo sacar alguna ventaja al llegar a la cima y totalmente extenuado se situó a la entrada de su casa mirando al mar. Cuando los campesinos coronaron la subida, lo vieron allí, apenas en pie, y fueron a por él. Cuando faltaban unos metros para hacerle presa, el viejo levantó su brazo y señaló al mar en pos del horizonte.
Ante aquel inesperado gesto, movidos más por la curiosidad que por la inercia que llevaban, volvieron su mirada a donde el viejo les señalaba.
En aquel mismo instante una muralla de agua comenzaba a levantarse en un imponente silencio a sólo unos centenares de metros de la orilla. La inmensa ola abarcaba desde un confín al otro de la playa, succionando el agua y todo lo que encontraba a su paso al tiempo que de manera rugiente comenzaba a romper y a entrar con inusitada fuerza en aquel valle antes paradisíaco.
Los ricos campos de pasto ahora eran arrasados por la fuerza del agua del mar en el mismo lugar en el que ellos habían estado hacía unos instantes trabajando.
Todos quedaron mudos, helados de pavor, sin palabras que articular, sin saber qué pensar o qué decir. Después de contemplar aquella devastación, comprendieron que aquel viejo había salvado sus vidas. Y lo había hecho de la manera más incomprensible: destruyendo lo más querido para ellos. Al fin y al cabo lo tenían por loco.
Aquel anciano venerable recibió el agradecimiento sin fin de los que, a partir de entonces, fueron siempre sus amigos.
Nosotros vemos nuestras vidas desde aquí abajo...
¿Os imagináis cómo ve Dios nuestras vidas desde su otero en lo alto?
¿Os imagináis cuántas decisiones de Dios en nuestras vidas las tildamos de locas simplemente porque no vemos lo mismo que ve Él?
¿Seguimos a Jesús con la llama del amor en nuestro corazón... o con alguna otra?
Y cuando yo sea elevado sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí.
atraeré a todos hacia mí.
Jn 12, 32
(Inspirado en una historia de mi infancia)
(Inspirado en una historia de mi infancia)
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